Homófoba obsesión

José Ramón Enríquez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 22 de mayo, 2019

En [i]Sodoma[/i], su inteligente, erudito e implacable reportaje sobre poder y escándalo en el Vaticano, de Editorial Roca, Frédéric Martel mete el dedo en una llaga que sufren múltiples culturas, entre otras la occidental y, dentro de ella, la católica. Una llaga contagiosa producida por una obsesión moral muy extendida, una enfermedad que no sólo puede ser mortal para sus victimados sino que resulta auténtica prisión para quienes la sufren.

Desde luego, no se puede cargar sobre las espaldas de las víctimas también con los problemas psicológicos de sus verdugos, pero si éstos cayeran en la cuenta de la violencia que contra sí mismos ejercen tal vez se detendrían a pensar un poco en la felicidad propia, en lugar de repetir los crímenes aprendidos contra la felicidad de sus imaginarios enemigos. En fin, es su problema. A nosotros, convertidos por ellos en sus enemigos imaginarios, nos corresponde exigir nuestros derechos donde se pueda hacerlo o sobrevivir de la mejor manera posible donde no se pueda.

El libro de Frédéric Martel pone tanto la condición humana como la cultura occidental al microscopio y viene a demostrar, entre otros muchos cosas, algo que sabíamos bien desde los sesentas: el peor enemigo de un homosexual es otro homosexual de clóset. Por ello no extraña que la ciudad más refulgentemente queer (loca furiosa) sea el Vaticano, como la filmara Fellini en la pasarela clerical de su película Roma, al mismo tiempo de que su homofobia no sólo es patológica sino que cimienta la persecución católica contra el mundo gay.

Martel, en una entrevista reciente, así responde a la pregunta sobre si espera que haya algún cambio en la Iglesia tras el éxito editorial de su libro: “sé que muchos curas lo leerán, porque son más chismosos que nadie. Lo que no sé es si quieren que el sistema cambie, porque implicaría aniquilar la doctrina respecto al celibato, el acceso de las mujeres al sacerdocio, el divorcio o el uso del preservativo”.

Y es que el problema verdadero es el terror al sexo que se esconde tras de las grotescas y muchas veces criminales máscaras de la misoginia, el machismo, la homofobia y todas las demás fobias a los colectivos LGBTT que hoy están en las calles exigiendo sus derechos y, por ello, jugándose la vida.

La palabra “intrínseco” ha sido utilizada con singular alegría por el magisterio para descalificar (comunismo, homosexualidad, aborto, etc.) pero no para definirse ante la sexualidad: intrínsecamente aterrorizado.

El 17 de mayo de 1990, la Organización Mundial de la Salud corrigió una injusta obviedad y borró la homosexualidad de su lista de patologías, pero no dio el siguiente paso igualmente obvio: declarar patológicas las distintas formas de homofobia. Para declararlas nos movilizamos año con año y es la razón de estas notas.

El título que podría parecer comercial y amarillista remite a Proust y también a la bienvenida que da al autor un anciano sacerdote vaticano: Bienvenido a Sodoma. Para creyentes y descreídos es apasionante la lectura del libro, profundamente serio y aun misericordioso con una cúpula que ya muestra síntomas de resquebrajarse (“la Iglesia es una Torre de Pisa que amenaza con derrumbarse”), mientras los integristas que la siguen como zombis blanden sus rosarios, llenos de pánico contra lo que no entienden pero sienten como espejo de sus propias vísceras, como los linchadores del Ku Klux Klan blandían las sogas contra los negros y por idénticos motivos: al reivindicarse como seres humanos desnudan la realidad, que todos somos cuerpo y espíritu y que, quiéranlo o no, todos compartimos derechos inalienables.


[i]Mérida, Yucatán[/i]
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