Vice o el escondite de poder

Rodrigo González
Foto: Twitter @vicemovie
La Jornada Maya

Viernes 17 de mayo, 2019

El poder tiene mucha caras, muchos orígenes y muchas manifestaciones. Se define, según la Real Academia Española como “el dominio, imperio, facultad y jurisdicción que alguien tiene para mandar o ejecutar algo. Bajo ese entendimiento, en todas las sociedades hay constantes pugnas entre los grupos que las conforman -grupos políticos, económicos, culturales, la misma sociedad civil, etc.- por la posesión y ejercicio de ese poder.

Sin embargo, quien ejerce el poder no es necesariamente quien lo detenta. Por eso, como forma de protegerse, las leyes en las sociedades fracturan ese poder para que solamente mediante el equilibrado uso de éste, puedan alcanzarse resultados positivos y alejarnos en la medida de lo posible de las tiranía, las oligarquías o las dictaduras.

Pero, (siempre hay un pinche pero) toda esta teoría se rompe cuando en el enmarañado mundo del quehacer político surgen individuos que por su propia circunstancia y experiencia llegan a gozar de una visión distinta, digamos periférica, del andamiaje por el cual fluye y se concatena el poder. Estos individuos llegan a tener tanta influencia, tantas conexiones, tanto alcance que logran cambiar el rumbo de la historia, la mayoría de las veces para mal.

En [i]Vice[/i], Adam McKay ([i]The Big Short[/i], [i]The Succession[/i]) vuelve con su mordaz, ácido y descarado estilo para contarnos la historia de Dick Cheney y su ascenso a las más altas esferas del poder económico, político y militar en el mundo. La historia de un hombre que en sus inicios no era más que un universitario borracho, un esposo atormentado por sus constantes fracasos, y que al final tuvo a su alcance, por mérito propio y por un afortunadamente breve periodo de tiempo, el poder absoluto.

Cuando en el año 1999 se anunció que George W. Bush había escogido como compañero de fórmula al CEO de la petrolera Halliburton, Dick Cheney, pocos sabíamos que este hombre ya había tenido un escarceo previo en la vida pública. Sin embargo, no dejó de hacerse patente la radiografía de lo que se aproximaba: la influencia del poder económico en las decisiones políticas del país más poderoso del mundo. Lo que siguió al triunfo de Bush fue algo digno de una pesadilla: la destrucción del WTC en Nueva York llevó a Estados Unidos a una invasión en Irak en busca de armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, el derrocamiento del régimen de Saddam Hussein (regalo para el presidente Bush), y en consecuencia el nacimiento de ISIS y la repartición de los campos petroleros a las grandes compañías como Chevron, Shell y BP.

Tratar de contar cómo la película nos cuenta esta parte de la historia resultaría en un intento vulgar y muy pobre de mi parte aunque debo resaltar dos cosas. Uno, la actuación de Christian Bale es simplemente insuperable, punto. Y dos, el asombro que provoca conocer los (ficcionalizados, quizá) manejos de Dick Cheney para convertirse por un breve periodo en el hombre más poderoso del mundo es simplemente aterrador.

El cliché (y la experiencia) dicta que el poder absoluto corrompe absolutamente. Quizá deberíamos agregar otro que rece que el poder absoluto en las manos erróneas no solo corrompe absolutamente si no que destruye absolutamente todo lo que toca. Ese poder sin vigilancia, aplaudido y vigorizado desde la opinión pública es más peligroso que aquel al que se le confronta y se le cuestiona.

Vivimos tiempos singulares. Tenemos en nuestro país un presidente con buenas intenciones pero rodeado de colaboradores que hacen todo por encumbrarlo aún por encima de sus propios errores. Y todo aquel que cuestiona el ejercicio de poder de este presidente es llamado traidor, anti mexicano, fifí. La división está a la alza, el país se parte y el poder se esconde. No perdamos de vista la mano que en verdad lo detenta. Aprendamos de la historia propia y de la de otros.

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