de

del

Enrique Martín Briceño*
Foto: Sabina León
La Jornada Maya

Martes 30 de abril, 2019

El Día del Niño ofrece un buen pretexto para llamar la atención sobre una parte del patrimonio literario y musical de la península de Yucatán que ha sido escasamente estudiada y que hoy está prácticamente en vías de extinción: la lírica infantil, esto es, los cantos, rimas, fórmulas, adivinanzas y demás expresiones líricas de niños y para niños que, hasta no hace mucho, servían –en palabras del investigador Pedro Cerrillo Torremocha– como “entrenamiento en pequeñas dimensiones, ensayo para iniciarse en el mundo de los adultos”.

Este tesoro, compartido en buena medida por todos los países de Iberoamérica, ha sido objeto de no pocos estudios y recopilaciones en España y América. Entre los que se han hecho del otro lado del Atlántico destacan los de Francisco Rodríguez Marín y, más recientemente, los de Carmen Bravo Villasante, Ana Pelegrín y Pedro Cerrillo Torremocha; en nuestro país, los de Vicente T. Mendoza, Mercedes Díaz Roig y María Teresa Miaja. Las dos últimas son parte del brillante equipo de investigadores que, en El Colegio de México, bajo la dirección de Margit Frenk, ha venido explorando desde 1959 el folclor literario mexicano y ha producido, entre otros títulos, el extraordinario Cancionero folklórico de México en cinco volúmenes. Tanto esta obra como el formidable Nuevo corpus de la antigua lírica popular hispánica (siglos XV a XVII) de Margit Frenk son fuentes indispensables para el tema que nos ocupa, pues recogen materiales de niños y para niños.

Lírica infantil de México de Vicente T. Mendoza (1951) y Naranja dulce, limón partido: antología de la lírica infantil mexicana de Mercedes Díaz Roig y María Teresa Miaja (1979) son, hasta hoy, las más importantes obras sobre el tema para nuestro país. Aunque, por supuesto, incluyen ejemplos conocidos por aquí, la península de Yucatán prácticamente no tiene presencia en ellas. Entre las 193 cantilenas que recoge en su libro, Mendoza sólo incluye tres de informantes yucatecos: un fragmento del “Bendito y alabado” con que terminan las novenas, el villancico “Venid pastorcitos” y “La Marisola”. Y entre los 270 textos que reúnen Díaz Roig y Miaja, ninguno procede de la península. La segunda publicó no hace mucho la deliciosa antología Si quieres que te lo diga, ábreme tu corazón (2015), que recoge 1001 adivinanzas y 51 acertijos de todo el país. Lamentablemente no indica su origen, pero probablemente unas cuantas provienen de esta región.

[b]Lírica infantil yucateca[/b]

De la lírica infantil peninsular sólo conozco dos recopilaciones: [i]Los niños de Campeche cantan y juegan[/i] (1978), fruto del trabajo de campo realizado en Campeche por Jas Reuter, Gabriel Moedano y Lilian Scheffler siguiendo la escuela de Mendoza y Frenk, y [i]Así cantan y juegan en el Mayab[/i] (1993), libro y disco producidos por el cantautor Jorge Buenfil para una colección del Consejo Nacional de Fomento Educativo.

Pero hay mucho todavía por hacer para recuperar ese tesoro que está a punto de perderse sin remedio. En obras literarias y otras publicaciones de los siglos XIX y XX existen referencias a cantos y juegos infantiles hoy extintos. El largo poema narrativo Un mejicano: el pecado de Adán de Pedro Almeida Jiménez, por ejemplo, nos da noticia de los juegos que jugaban los niños meridanos a fines del siglo XVIII (moscón, trompo, bote, sardineta, pancada, papirote y pares y nones), si bien no recoge rimas ni cantos.

Sensible a la lírica popular, Ermilo Abreu Gómez, en su encantador Cosas de mi pueblo (1956), incluye toda una sección de “Juegos y canciones”, de los que reproduzco enseguida el olvidado “Pesca la luna y pesca el sol”: “Cuando hay luna llena los niños juegan en la calle o en los parques un juego que se llama Pesca la luna y pesca el sol. Es curioso: donde está la sombra es el sol y donde está la luz es la luna. Antes del juego se solía cantar: ‘Pesca la luna y / pesca el sol / pesca el chivito / con su tambor.’”

También recoge este, que muchos conocimos: “–Martinejo, / señor viejo / ¿y las mulas? / –En el campo. / –¿Quién las cuida? / –El gavilán. / –¿Por qué no las cuidas tú? / –Por falta [porque no me diste] pan. / –¿Y el pan que te di? / –Me lo comí. / –¿Y si más te diera? / –Más comiera. / –¿Y el huevito? / –En su hoyito. / –¿Y la sal? / –En su santísimo lugar.”

No lo dice Abreu Gómez, pero este rítmico diálogo forma parte de un juego conocido como “Sun sun de la calavera”, que él mismo describe así: “Este juego se juega de esta manera: un grupo de niños se sienta en el suelo, formando una rueda; detrás de estos ronda otro con un pañuelo arrollado y dice: ‘Sun sun de la calavera, / al que se duerma / le doy una pela.’ Entonces, al descuido, deja caer el pañuelo detrás de un niño; si este no lo advierte, pierde y paga una prenda. Otras veces se dice así: ‘Tantincul, / al que se duerma / le doy una pela.’” En esta última versión, hay que llamar la atención sobre la expresión maya “tantincul” (tant in k’ul ‘escóndelo en mi rabadilla’), que muestra el amestizamiento de un juego que se encuentra en otros lugares del mundo hispánico.

[b]Los memoriosos[/b]

Pero sin duda la mejor fuente para recabar ejemplos de la lírica infantil de Yucatán son las personas memoriosas que vivieron su infancia antes de la era dominada por la televisión, las computadoras y los videojuegos. Hace algunos años pedí a mis estudiantes de la licenciatura en Música de la ESAY llevar a cabo una recopilación de cantos infantiles entre sus padres y abuelos, lo que produjo una modesta colección de la que se pudiera partir para un trabajo mucho más amplio. Y, claro, yo mismo, aunque ya poco me tocó, recuerdo algunas de las cantilenas, los juegos y las adivinanzas usuales entre los que fuimos niños en los años setenta del siglo XX. A continuación ofreceré algunos ejemplos, siguiendo la clasificación de Pedro Cerrillo Torremocha.

Entre las nanas, aparte de las que son bien conocidas en todo el ámbito hispánico (“Este niño lindo”, “A la rorro, niño”), resulta interesante una canción que no es propiamente de cuna, pero que parece haber sido usada con ese fin. Se trata de “Tunkuruchú” (búho), de la que doy aquí la versión de Ermilo Abreu Gómez (Cosas de mi pueblo, 1956): “Tunkuruchú, / tunkuruchú / mi amor. / No te cases niña / con el loco Flores / porque a los nueve meses /comes frijoles.”

Como en todas partes, se conoce en Yucatán gran cantidad de adivinanzas, tanto en español como en maya. Entre las que recoge Abreu Gómez en su libro citado se encuentra esta: “Una tablita / bien cepilladita / llueva que no llueva / siempre está mojadita. (La lengua)”. Y esta otra: “Botón sobre botón / botón de filigrana / te lo doy para adivinar / hasta pasado mañana. (La piña)”. Por su parte, el lingüista Fidencio Briceño Chel ha recopilado adivinanzas y trabalenguas mayas en Wa na’atun na’ateche’ na’at le ba’ala’ y K’ak’alt’aano’ob o K’alk’alak t’aano’ob, respectivamente. Entre las primeras doy solo un ejemplo, tan poético como evocador: “Na’at le ba’ala’ paalen: / Wi’ij tu jalk’esa’al, / na’aj tu jáala’al (Adivina adivinando: / Hambriento lo van llevando, / repleto lo traen cargando). (El cubo).”

[b]Juegos mímicos[/b]

Los juegos mímicos, según Cerrillo Torremocha, “son un tipo de tonadas que el adulto cuenta o canta al niño muy pequeño, ejecutando con él, o junto a él, una acción o un juego, cuyo componente lúdico es esencial, aunque, a menudo, también va implícito un deseo de que el niño vaya aprendiendo una serie de movimientos o gestos bastante elementales”. Muchos recordamos el de “La casa de Peña” (“Cuando vayas a casa de Peña / con la patita le haces la seña”). Yo me acuerdo muy bien de aquel en que, según la descripción de Abreu Gómez, “se le van agarrando los dedos a un niño y luego se lleva la mano hasta debajo del sobaco [el xiik’ diríamos más bien] para hacerle cosquillas. Se dice así: ‘No compres carne aquí / ni aquí / ni aquí / ni aquí / ni aquí. / ¡Solamente aquí!’” Otro juego de este tipo es el de las tortitas o tortillitas de manteca, en las que, si mal no recuerdo, se ponen las manos del niño entre las del adulto, fingiendo el acto de tortear: “Tortitas de manteca / para la mamá / que da la teta. / Tortitas de cebada / para el papá / que no da nada.”

Las canciones escenificadas comprenden todos los cantos que acompañan juegos o rondas. Entre ellos compartimos muchos con el resto de México y del mundo hispánico, pero con variantes que no han sido registradas. Por ejemplo, aquí no se cantaba “A la víbora de la mar”, sino “Sirenita de la mar” o también “Serenita de la mar”. Tampoco se cantaba “Amoató / matarilerileró”, sino “Buenos días, su señoría, / matanteroterolá”. Y aunque yo recuerdo haber cantado y jugado “Milano no está aquí. / Está en su vergel, / abriendo la rosa y cerrando el clavel”, también me acuerdo de haber cantado “Alón chonchón, / un chino se murió. / Le hicieron su velorio diciendo así: / Alón chonchón…”

[b]Oraciones y burlas[/b]

Entre las oraciones, recuerdo ésta, muy extendida seguramente en lugares tropicales: “San Jorge Bendito, / ya me voy a acostar. / Recoge a tus animalitos / para que no me vengan a picar.” Y la muy conocida del ángel de la guarda: “Ángel de la guarda, / dulce compañía, / no me desampares / ni de noche ni de día, / ni durmiendo ni despierto / para que seas mi guía.”

También eran diferentes las fórmulas para echar suertes. Aunque ahora los niños dicen “Piedra, papel o tijera”, en mi época se usaba “Huan, quen, pon”. Y al “De tin marín / de do pingüé, / cúcara mácara / títere fue…” a veces añadíamos “En un plato de ensalada / todos comen pirixje’. / Sota, caballo, rey.” Nótese aquí la incorporación de un término maya que alude a una comida local.

Entre las burlas, me viene a la mente una que, en este caso, es bueno que se haya olvidado debido a su contenido misógino: cuando tres varones se sentaban juntos, los de los extremos le cantaban al del centro: “Tres en una banca no pueden caber, /porque la de en medio será la mujer.” Y el de en medio decía “Pancho Villa, con sus dos mujeres a la orilla”.

Mucho hay por investigar y recopilar en este ámbito en la región. Un par de ejemplos:
¿Recuerdan los versos que conocemos del perrito Chichihuá? (–¡Compadre! / –¡Compadre! / –¿Cuántas varas tiene el mar? / –Veinticinco sin contar. / –¿Quién las contó? / –El perrito Chichihuá. / –Que lo trinquen, que lo trinquen / para que no vuelva ser ladrón). Pues fíjense que esos versos son supervivencia de un antiguo juego llamado de “Juan de las Cadenetas”, cuyo registro más antiguo es de 1611.

[b]Villancicos[/b]

Y entre los villancicos y cantos de las novenas del Niño Dios, tan gustadas por los niños humanos por la música y el t’oox, hay mucho más que lo poco que consigna Vicente T. Mendoza. A mí siempre me gustaron en particular los villancicos “A la nanita nana” y “Las pajas del pesebre”. El primero se canta en otras partes de Hispanoamérica; el segundo –mucho después lo sabría– se incluye en Pastores de Belén. Prosas y versos divinos de Lope de Vega, publicados en 1612. ¡Quién me iba a decir que aquel villancico que con tanto gusto cantaba (“Las pajas del pesebre, / Niño de Belén, / hoy son flores y rosas, / mañana serán hiel…”) era de tanta prosapia!

Ojalá que algún joven investigador o investigadora emprenda pronto el acopio sistemático de este olvidado patrimonio, labor urgente porque los tesoros humanos que conservan este acervo son de edad avanzada. De seguro lo disfrutarán tanto como yo ahora.

*Investigador del Centro de Investigaciones Artísticas de la ESAY.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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