de

del

Ulises Carrillo*
Imagen: pintura Augusto Ferrer-Dalmau
La Jornada Maya

Lunes 22 de abril, 2019

El 22 de abril de 1519, un Jueves Santo, es el “Día D” de nuestra crónica hace cinco siglos. Es el día del desembarco. No es la costa de Normandía, sino la de Veracruz. No es la playa denominada Omaha, sino Chalchicueyecan. No desembarcan los ibéricos bajo fuego y metralla del nazismo, sino bajo la bienvenida de los totonacas. Sin embargo, al igual que en el campo de batalla europeo, llegan a tierra cañones, soldados, equipo y alimentos para la marcha que está por iniciar.

Empieza la invasión. Se hacen patentes las divisiones entre los pueblos nativos, es obvio que el imperio que domina desde la eterna ciudad del centro, no inspira lealtades civilizatorias o culturales más allá del miedo y la superioridad militar. Tal como 500 años después el viejo régimen no inspirará lealtades más allá de la complicidad en el enriquecimiento de élites y el control del presupuesto.

Empiezan los juegos dobles y triples en alianzas, regalos y diplomacia. Arranca la conquista y la guerra civil, una de la mano de la otra. Los conquistadores son al mismo tiempo evangelizadores, libertadores, peones en el juego de ajedrez de civilizaciones mesoamericanas y, por encima de todo, el nuevo lobo que los devorará a todos.

Después del 22 de abril, Cortés ya no regresará a altamar, sólo regresará a la costa a reubicar su base de operaciones -la que algún día será Veracruz- y, claro, regresará a quemar sus naves. De aquí en adelante todos los caminos llevan a Tenochtitlán.

Hernán Cortés recibe regalos del pueblo Totonaca el viernes, al mismo tiempo que coloca sus cañones en posiciones defensivas para evitar asaltos sorpresivos. Las batallas en Tabasco han dejado sus lecciones. Los totonacas les asignan un carácter semidivino a los españoles, semidioses caprichosos, buenos y malos de forma simultánea. Ven en ellos la peligrosa, pero esperada herramienta para deshacerse de los aztecas. Creen que no puede irles peor que con los dueños del Templo Mayor.

El embajador mexica llega el Sábado de Gloria, pero ese día sólo envía sus primeros regalos a los recién llegados; espera -obvio, sin saberlo, como un augurio ominoso- el Domingo de Resurrección para aparecer en escena.

El Domingo de Pascua, por primera vez, las dos facciones que se disputarán el futuro se reúnen formalmente. Se sienta un conquistador frente al otro.

Hasta ese momento, la conquista en lo que después será el territorio de México había sido la conquista azteca sobre los demás pueblos; en adelante las cosas cambiarán y los aztecas serán la presa cazada y nunca más el cazador. La conquista mexica sobre las culturas mesoamericanas termina el 23 de abril de 1519, esa fecha exacta es la cúspide del poderío de Tenochtitlán, en los dos años por venir vendrán sólo derrotas y derrotas, salvo una victoria efímera en una emboscada nocturna en su propia ciudad invadida.

Los hijos de Huitzilopochtli que impusieron, en decenas de pueblos morenos, una conquista a sangre y sangre; están a punto de conocer, a manos de pieles blancas, una conquista a sangre y fuego.

Mientras los totonacas ven supuestas oportunidades en los españoles; Teutile, el emisario azteca, tiene más claras las cosas: está frente a un peligro existencial para el imperio que representa. Lo ideal es convencerlos de regresar por donde vinieron. Lo aceptable es que sigan su camino y exploraciones en rumbos que no lleven a la capital mexica. Lo mínimo necesario es distraerlos, hacerlos perder el tiempo, conocerlos más, rendir un reporte detallado de lo que ve.

Teutile y Cortés sostienen pláticas, comidas, cenas; ambos tratan de impresionar a su rival, los dos invocan a sus poderosos soberanos. El embajador mexica llena de regalos a Cortés, sin darse cuenta que cada gramo de oro sirve para abrirle más el apetito, antes que saciarlo.

El viejo régimen cometerá el mismo error 499 años después; cederá espacios, pondrá candidatos a modo, hará concesiones, se hará a un lado, bañará de halagos, será tímido y patético, sin darse cuenta que lo único que logrará es alentar más lo que teme, confirmar al conquistador electoral en sus intenciones y convicciones, antes que distraerlo o comprarlo. Tenochtitlán -tanto el de Moctezuma, como el de Atlacomulco y los mirreyes- caerá por su propio peso y pusilanimidad.

[b]Propaganda y biografía[/b]

Hernán Cortés entiende que la guerra es metal y pólvora, pero la propaganda y la biografía son igual de importantes. El nuevo conquistador tendrá esa misma claridad. Cortés hace marchar a sus soldados, dispara sus cañones y ordena una carga de caballería para impresionar y aterrorizar a sus rivales. El nuevo conquistador contemporáneo hace despliegues equivalentes: viaja en el más modesto de los vehículos, vuela en asientos apretados, camina sin escolta y lanza cargas implacables en las redes sociales para asombro y pavor de quienes no entienden las nuevas reglas de combate.

Sin embargo, la pieza clave, la que muestra la genialidad de Hernán Cortés, son sus preguntas sobre ¿cómo es Moctezuma? El soldado de Extremadura sabe que no bastarán las armas y los aliados para ganar, quiere entender y conocer a su rival, quiere convertir su aventura en un duelo personal y psicológico, porque si su guerra se convierte en un duelo militar convencional, es muy seguro que los números no estén de su lado. En Moctezuma Xocoyotzin, el noveno tlatoani, Hernán Cortés encontrará el rival que estaba buscando, el contendiente soñado para alcanzar una victoria imposible.

Moctezuma tiene alrededor de 53 años, es un hombre muy mayor para la época, su edad equivalente en nuestros días, serían más de 90 años. En ese momento, el mexica promedio tenía una esperanza de vida de apenas 25 años, por lo que Moctezuma tiene una edad inimaginable para muchos de su pueblo.

Moctezuma II tiene ya 17 años en el trono y ha entrado en una fase ultraconservadora en su reino. El tlatoani ha cancelado muchas de las avenidas de ascenso meritocrático en la civilización azteca y ha prohibido a los hombres y mujeres comunes el trabajar en las posiciones más altas. El noveno tlatoani ha incrementado la jerarquización en su civilización y abierto la brecha entre los nobles y el común de sus súbditos. El esplendor de los palacios se aleja cada vez más de la experiencia cotidiana de los mexicas: hielo de los volcanes para refrescarse y fresco pescado del golfo en su mesa cada día. 500 años después serán casas blancas, peinadores en avión y mirreyes sirviéndole de bufones, cortesanos y demás. La rueda gira y gira.

Los años pesan y mucho. El gobernante azteca se cuenta -sin saberlo- entre los reyes más viejos de su época. En 1519 el emperador en China tiene apenas 28 años; en Inglaterra, Enrique VIII construye su colorida leyenda con apenas 27 años de edad. En Francia el rey Francisco acumula apenas 24 rotaciones alrededor del Sol. El Zar en Rusia tiene 41 años de haber nacido.

Eso sí, el Inca en Perú, Huayna Capac, tiene 51 años. Curiosamente, Latinoamérica, el que en nuestros tiempos ha sido etiquetado frecuentemente como el subcontinente joven, una región con un bono demográfico, tenía probablemente -hace 500 años- a los gobernantes de mayor edad en el planeta.

Los números se apilan de manera casi profética contra los mexicas, si la guerra que viene será de energía, creatividad, imaginación, innovación y disrupción, Moctezuma tiene el peso de la implacable biología en su contra.

Los 53 años del tlatoani en abril de 1519, son casi los mismos años de vida que se alcanzaban sumando los 33 de Cortés y la de edad de Carlos I de España -el joven hijo de Juana La Loca y Felipe [i]El Hermoso[/i], el nieto de Isabel [i]La Católica[/i] y Fernando de Aragón- que ese Domingo de Pascua tenía apenas 19 años cumplidos.

Seamos aún más precisos, los 53 años de Moctezuma en 1519, serían 90 años de vida hoy, exactamente la edad maldita que tiene el Partido Revolucionario Institucional, el PRI. Lo demás ya lo sabemos.

*Analista y escritor, meridano.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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