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Katia Rejón
Foto: npr.org
La Jornada Maya

Miércoles 3 de abril, 2019

Todas las noticias que anuncian la muerte de Armando Vega Gil, músico de Botellita de Jerez, vienen con un recordatorio sobre el uso de las redes sociales y las denuncias anónimas. Esta “radical declaración de inocencia” ha llevado a todo el mundo a asumir que es inocente, que se suicidó únicamente por una denuncia supuestamente falsa y que él representa a todos los hombres acusados.

Creo que es igual de irresponsable dar por hecho que es culpable, o inocente. El recordatorio debería ir más bien a que en este país no hay salida ni para las víctimas ni para los agresores.

El movimiento #MeToo no es una cacería de brujas, es la salida de millones de mujeres en el mundo que se enfrentan a personas con prestigio y poder, y a un sistema de justicia ineficiente. Hace un par de semanas, el coordinador del Índice Global de Impunidad México, Gerardo Rodríguez Sánchez-Lara, dijo que el grado de impunidad en el país era de 99.3 por ciento, que sólo 5 de 100 delitos se denuncian y de los que se denuncian sólo 12 por ciento llega a algún grado de investigación. Yucatán, por cierto, es el segundo estado con impunidad alta en el país. Así que no siempre resulta mejor “hacer las denuncias correspondientes” a autoridades insensibles y corruptas para demandar a una persona con una legitimación social.

No hay que olvidar que el #MeToo provocó que encerraran a Larry Nassar, médico terapeuta del equipo nacional de gimnasia de Estados Unidos, que abusó de por lo menos 250 niñas y fue sentenciado a 60 años de prisión después de declararse culpable también de cargos de pornografía infantil.

Esta caja de resonancia ha servido para retirarle a personas como Harvey Weinstein todo el poder y la legitimación que le permitían abusar y violar mujeres. [i]El País[/i] publicó en octubre del año pasado un mini documental de cómo #MeToo había cambiado la percepción del acoso y los micromachismos en la gente de a pie. En México, más recientemente, se crearon los #MeTooEscritoresMexicanos, #MeTooPeriodistas, #MeTooActvista, #MeTooMúsicosMexicanos, entre otros.

[b]Ecos en Yucatán[/b]

El movimiento nacional tuvo un breve eco en el medio de Yucatán, aunque la mayoría de las personas e instituciones involucradas con los acusados hicieron como que la virgen les habló… hasta que se confirmó el suicidio de Vega Gil. En Yucatán, dos chicas arriesgaron su nombre —no fueron denuncias anónimas— y contaron su historia de acoso por un periodista cultural y por un editor de fanzines. En la publicación de una de ellas otras 10 mujeres dijeron “a mí también” y el acusado mandó a su novia a defenderlo. Al hablar con una de las denunciantes contó que antes del suicidio de Vega Gil, dos mujeres más se habían animado a contar su experiencia con el mismo periodista cultural. Ahora les da miedo. Por otro lado, este personaje ha utilizado la muerte del músico para lavarse la culpa y desprestigiar el movimiento que mencionó su nombre al menos 10 veces.

Hace un año, un músico de la escena local con quien salí poco tiempo se metió a mi casa y estuvo una hora presionandome para tener sexo, aunque ya hacía dos meses que no salíamos. Le pedí reiteradas veces que se fuera y que no quería nada con él. Durante esa hora me tocó sin mi consentimiento, me ofreció dinero y me culpó de sus ganas de estar conmigo. Nunca pensé en decir su nombre o contar esto hasta que apareció #MeToo en México y por un instante sentí que me creerían a mí.

No lo hice porque en este caso particular —no es una persona con poder ni está en condiciones de hacerle lo mismo a otras mujeres— no llegaría a nada más que al escarnio público, que no me hará sentir mejor. Aquí es donde le doy la razón a todos aquellos que advierten del uso de las redes sociales. Durante estos días caóticos muchas mujeres nos enteramos de acusaciones de amigos, conocidos y familiares, y a cada acusación pensábamos en lo que haríamos si saliera el nombre de un ser querido.

Todos en algún punto hemos cometido violencia porque crecimos en un entorno propicio para hacerlo y para salirnos con la nuestra. Así que lo mejor que podemos hacer es aceptar, pedir disculpas y repensar nuestras formas de relacionarnos. Esto se vuelve muy difícil en casos donde no hubo una mirada lasciva sino violaciones sexuales en serie u otros delitos como la pedofilia, para los cuales ya hay sanciones penales.

Vega Gil fue acusado de mandar mensajes lascivos a una adolescente. El #MeTooMúsicosMexicanos compartió que se comunicó con él para decirle que harían una investigación pertinente al respecto y él se mató igual. Hizo una carta —bastante específica— donde culpaba entre líneas a las consecuencias del #MeToo. Este hashtag se ha utilizado más de 19 millones de veces en el mundo por hombres y mujeres, tenemos que ser muy ingenuos para pensar que es el único motivo por el cual una persona sana decidió ahorcarse, porque “una editorial no va a publicar un libro mío”. Es terrible su muerte, porque es cierto que los acusados —culpables o no— se ven orillados al aislamiento o exclusión lo cual es impráctico e inhumano.

El mismo día que falleció Vega Gil apareció el cuerpo de una joven de 16 años desaparecida desde hace diez días en Iztapalapa. En dos meses suman 147 feminicidios como el de Jenifer Sánchez; y un mes antes otra mujer se suicidó —otra vez, seguramente en parte— porque sus fotos desnuda se hicieron virales. Los comentarios en las notas indican más morbosos buscando el pack o llamándola puta que gente indignada por la violencia de la pornovenganza.

No podemos seguir denunciando públicamente sin protocolos de contención y seguimiento para ambas partes. Tampoco es una opción retroceder y seguir callando. Si la muerte de Vega Gil es una radical declaración de inocencia, el #MeToo es una radical declaración de dignidad. En tanto no se encuentren salidas alternas, sanas y justas para ninguna, los jueces seguirán siendo una horda ciega siempre en guerra contra las mujeres, en un escenario tan sangriento donde ya nadie quiere perdonar.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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