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Jonathan Molina
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Jueves 28 de marzo, 2019

«Ya tronó, ya chupó faros la mal llamada Reforma Educativa», dijo el Presidente de la República en su conferencia de prensa del 22 de marzo. Mientras tanto, en el sureste del país, Miguel, de primer semestre de bachillerato, llega al salón de clases.

Ocupa su lugar (el de siempre, asignado por el profesor) y observa el aula. Mientras la recorre con la vista recuerda que el director presume orgulloso ante sus colegas que dirige una escuela inteligente, y quizás privilegiada, pues ha incorporado tecnología que se utilizará para la enseñanza: Internet, pizarrón digital, cañón y un centro de cómputo que el Gobernador inauguró (equipos eficientes, paquetería actualizada, escáner e impresora 3D).

El lugar se encuentra limpio y ordenado. Los pupitres hacen perfectas líneas rectas. Miguel asegura que el espacio entre cada uno es simétrico (algún día lo comprobará). Al frente, hay un escritorio moderno sobre una plataforma de 25 centímetros y a su costado el famoso pizarrón digital.

El profesor llega con puntualidad y a las 7:00 horas inicia la clase de Tecnologías de la Información y la Comunicación. La actividad comienza con el pase de lista, sigue la revisión de tarea y el regaño a quien no la elaboró (tarda más o menos 20 minutos). Después, pide que le ayuden a encender el pizarrón digital para enseñarles, con un PowerPoint con imágenes estáticas, cómo usar un ordenador y el software para elaborar textos y presentaciones.

La jornada de Miguel termina con una prueba escrita en la que le evaluaron lo que aprendió de Historia de México. Si aprende fechas de memoria, le dijo su profesora al igual que sus maestros del pasado, tendrá más oportunidad para enfrentar el futuro.

El ejemplo que antecede refleja cómo funciona nuestro sistema educativo: la enseñanza se encuentra dirigida por el profesor, es impersonal, homogénea y promueve la estandarización de las evaluaciones; está caracterizado por su división en niveles, clases y asignaturas, y se rige por un estricto calendario de actividades.

Es tan repetitivo que cuando los estudiantes se encuentran en el aula, con pupitres y horarios definidos, pueden predecir qué harán el lunes dentro de tres semanas a las 10 de la mañana.

Este sistema funcionó para la sociedad industrial para la que fue creado, pero no responde a los desafíos de una sociedad donde el conocimiento crece a un ritmo exponencial y que exige el uso creativo de los aprendizajes.

Con los 26 puntos de la bien llamada Reforma Educativa que presentó el Secretario de Educación, un día antes de la sentencia del presidente, se establece una ruta distinta para la educación del país.

El problema no es romper con el pasado, ni el color de la Reforma, ni echar por la borda el trabajo que realizó un grupo de personas, muchas de las cuales dieron su mejor esfuerzo por bregar la barca y llevar el rinoceronte que va en ella, llamado Sistema Educativo Mexicano, a buen puerto.

No. El problema es que entre la mal llamada y la bien llamada hay algo que ya tronó: lo político (romper con el pasado) se está imponiendo a la política educativa que es el conjunto de acciones para resolver un problema público como lo es el de la calidad de la educación obligatoria y el futuro de los mexicanos.

Me explico: la acción del gobierno, ya sea de la mal llamada o de la bien llamada, debe llegar al aula para que logre la efectividad esperada, que no es otra que lograr que todos, sin excepción, ejerzan su derecho humano a recibir educación y que les cambie, para bien, su actual condición de vida.

Ya tronó porque no habiendo concluido la adaptación y adecuaciones necesarias que se mandataban en la mal llamada, la comunidad escolar ahora se encuentra en un impase y pronto tendrá que operar y ejecutar los cambios sustantivos de los programas que se encontraba implementando, a su cancelación y/o a aplicar los nuevos, lo que les obligará a reiniciar el proceso de conocimiento, valoración y adaptación individual y colectiva para enfrentar los retos que se establezcan en la bien llamada.

Es decir, volver a comenzar: ¡ya chupó faros!

Y los chupó porque para lograr que se ejerza el derecho humano a recibir educación de calidad con equidad e igualdad, debe superarse el paradigma industrial que viene arrastrando nuestro Sistema desde hace siglos: nos encontramos en el XXI trabajando con un modelo de más de doscientos años que prepara a personas para enfrentar un futuro con desafíos globales.

Chupó faros porque necesitamos romper con el pasado de manera intencionada y con una imagen de futuro que coloque en su núcleo a las personas. Necesitamos un sistema educativo más adaptable, flexible, dinámico y menos segmentado y limitado por campo disciplinar; un sistema que ponga énfasis en que los estudiantes son los propios arquitectos de su conocimiento y en nuevos instrumentos de evaluación que incluyan aquellas habilidades invisibles que no se encuentran en los actuales, que vaya más allá de PISA; un sistema en el que la política pública educativa se imponga y un sistema donde no chupe faros el futuro de las niñas, de los niños, de los adolescentes y los jóvenes por una decisión de lo político.

Pregunto: ¿seguiremos formando obreros del siglo XVIII o comenzaremos a formar a knowmads líderes de la sociedad del aprendizaje, el conocimiento y la innovación?

[b]Twitter: @jon316[/b]


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