de

del

Ulises Carrillo*
Foto: María León
La Jornada Maya

Martes 12 de marzo, 2019

La conquista de 1519 tuvo en Campeche su primer y rústico trampolín de víveres y materiales. En una coincidencia llena de augurios, la conquista que intenta iniciar su larga marcha en este 2019, apuesta a que su trampolín financiero sean las míticas riquezas del subsuelo de Ah-Kin-Pech. Hasta en eso se parecen.

Hernán Cortés no encontró petróleo en Puerto Deseado -hoy Isla Aguada, en la Laguna de Términos, en la vecindad de Ciudad del Carmen-, pero sí encontró recursos que serían fundamentales para su empresa. Encontró un perro -una perra, para ser más exactos-, gran cazadora que se volvió fundamental para obtener provisiones y luego haría su parte en tareas de guardia y combate.

Tristemente no sabemos el nombre de esa legendaria perra, ni su raza exacta, la historia simple y ambiguamente la bautizó como la Lebrela de Términos. Sin embargo, lo que sí sabemos es que ella fue probablemente la primera conquistadora europea en tierra firme. Ella puede reclamar el título de haber sido la primera que pudo prosperar en estas tierras, adaptándose a su clima y explotando sin timidez sus recursos.

Esa perra, con un espíritu entre heroico y psicópata que caracterizaba a los conquistadores, se apoderó de un pedazo de territorio en soledad absoluta y con todos los pronósticos en su contra. Sin duda la experiencia fue dura para el pobre canino, pero lo cierto es que muy probablemente fuese un ejemplar formidable, uno más de los perros legendarios sobre los que Alfredo Bueno Jiménez ha escrito como protagonistas principales de esos violentos tiempos.

Muchos creen que se trataba de un alano español, un perro de presa que en el campo de batalla “valía lo mismo que diez hombres”. Perros que saltaban al combate usando armaduras de algodón, collares de picos y tomaban instrucciones complejas. No eran los perros que hoy conocemos, eran bestias de otra era, casi prehistóricas: fuertes, musculosos que en más de una ocasión incluían entre su cacería a seres humanos para alimentarse. Los perros, en la conquista, fueron muchas veces las tropas de choque y la Lebrela de Términos sin duda estaba a la altura de esa estirpe que sabía cazar y, cuando era necesario, emboscar.

La Lebrela de Términos se extravió en una expedición previa a las de Cortés y tuvo que sobrevivir por su cuenta al menos diez meses. Completamente sola hasta que vio acercarse a la costa los barcos y velas que ella identificaba con sus amos. La suya es una epopeya milagrosa: perderse en el nuevo continente, sobrevivir aislada y luego estar ahí en el momento y lugar precisos donde los diminutos barcos volvían a atracar en 1519, son coincidencias casi imposibles.

Esa perruna historia es una gran alegoría de los nuevos tiempos, donde ocurren imposibles victorias políticas y las reglas de combate -ahora político e histórico- son nuevas y absolutamente desconocidas para casi todos. Casi nadie entiende bien lo que pasa, salvo para los nuevos conquistadores que desde Palacio Nacional dictan las nuevas normas de la lucha por el poder y colocan -poco a poco- sus piezas claves en sindicatos aquí, en instituciones allá y en sectores sociales acullá.

¿Cómo sobrevivió y hasta engordó la Lebrela de Términos, estando en terreno desconocido e inhóspito para ella? La respuesta es que probablemente la fauna del lugar no estaba preparada para enfrentar una depredadora que jamás habían visto y cuyas habilidades y hábitos, olores y sonidos, ignoraban por completo.

[b]Lebreles del 2019[/b]

Lo mismo ocurre en la conquista del 2019. Hay nuevos lebreles para los que la fauna política y social típica no está preparada. Esa fauna probablemente será cazada como ingenuos conejos o venados de la Laguna de Términos, porque simplemente no saben ni entienden qué está pasando; muchos ni siquiera se dan cuenta de la magnitud del cambio brutal que se viene, no adivinan que esto es una conquista, no un simple ejercicio administrativo o de gobierno.

Los lebreles de este 2019 aprendieron -como los de 1519- a sobrevivir por su cuenta, dispersos, abandonados en distintas islas, sin grandes esperanzas de nada, hasta que los providenciales barcos de inusitadas mayorías han llegado a recogerlos a las costas de la democracia mexicana. No los han rescatado en Campeche, sino en redes sociales, universidades y colonias llenas de furia. Sin embargo, los nuevos conquistadores sí ven en Campeche la presa negra y viscosa que necesitan para alimentar y financiar su expedición hacia el nuevo mundo que aspiran construir. El petróleo como tesoro y como símbolo de la dignidad perdida.

Es un nuevo tiempo y estamos frente a un proyecto de largos alcances. Inicia una marcha que tiene prioridades y métricas distintas a las que inercialmente han arrastrado al país desde los traumas económicos y devaluatorios llevados a su clímax por el tlatoani que se creía la más reciente reencarnación de Quetzalcóatl, el inmortal JoLoPo. Es cierto, hay que reconocerlo, llevamos 40 años siendo un país sin alma, sin espíritu para nada, sin otra apuesta que conseguir -a cualquier precio- la estabilidad y la calma aparentes.

Han sido cuatro décadas desabridas en los que nuestro proyecto era un proyecto sin pasiones; queríamos un transcurrir nacional que aburriera con su estabilidad, sin otra narrativa que intentar no tener ninguna. Fueron cuatro décadas en busca de la neutralidad absoluta y para todo, por eso prosperaron los cínicos, los idiotas y los banales. Ahora estamos en el otro lado del péndulo histórico: todo es narrativa, identidad, memoria, furia y vuelta a un pasado que nunca existió, pero que imaginamos como un paraíso perdido. En medio de ese desquiciante vaivén de pesadilla, quedamos atrapados casi todos.

En un país de gobernantes pusilánimes y frívolos, que se disfrazaron de educados administradores y modernizadores, era natural que un caudillo cautivara, era fruta madura lista para ser cortada, un conejo dormido esperando sin preocupación que un lebrel lo devorara en un santiamén.

En 1519, con la Lebrela de Términos a bordo, la flota de Cortés se movía rumbo a Tabasco, a la boca del Grijalva, donde vendría la primera gran batalla. En el 2019, desde Tabasco, el nieto de un español salido de Ampuero, se lanza con sus lebreles a cazar conejos y venados que no saben ni imaginan qué pasa.

Esa fauna del viejo régimen y del tiempo concluido, no recuerda el significado de la palabra hegemonía que con singular perfección definió Antonio Gramsci a la hora de la lucha por el poder. Los augurios están claramente de un lado, las consecuencias son las que resultan borrosas.

El perro es el primer ingrediente sorpresivo para los que serán apañados en la disputa, es un elemento terrorífico que los paraliza… y ni siquiera se imaginan que todavía faltan por aparecer el caballo y el cañón. La conquista y sus sorpresas, apenas comienzan.

*Analista y escritor, meridano.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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