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Ana E. Cervera Molina
Foto: Juan Manuel Valdivia
La Jornada Maya

Viernes 8 de marzo, 2019

El 8 de marzo se conmemora el día internacional de la mujer, una fecha que más que un punto de inflexión social que clame por la rebeldía y la liberación de las mujeres, se ha convertido en el momento preciso para que todos los políticos, en todos los niveles de gobierno, salgan a tomarse la foto al termino de eventos celebrativos que rinden homenaje a las madrecitas y a las mujeres abnegadas. A estos programas llenos de flores y mujeres en faldas corte Chanel en tonos pastel sólo les falta tener de fondo la canción “señora, señora” de Denisse de Kalafe. Claro que hay excepciones, pero esto es más una anomalía en el discurso institucional que una norma: vivimos bajo un gobierno profundamente conservador y populista en donde todo se soluciona dándole la espalda al problema o regalando dinero, porque eso es lo que ha pasado en materia de género.

A 100 días de la toma de poder del presidente López Obrador, la bancada feminista de Morena se encuentra acorralada, flanqueada por una hueste política escrita en clave conservadora y masculina. Con cada propuesta de reforma, el gobierno de la 4T nos da la espalda a las mujeres y nos pone contra la pared postergando nuestro libre acceso a programas, servicios y recursos gubernamentales, hasta el momento en que nuestro señor Presidente y su grupo de asesores considere que han erradicado de ellos la corrupción que enferma este país. Mientras tanto nosotras, “las mujeres solas”, vivimos en la zozobra de saber si podremos mantenernos a flote sin esa red de apoyo que se tejía gracias a la estrecha cooperación entre las instituciones públicas, la sociedad civil y la buena fe de otras mujeres que nos regalaban un poco de su tiempo para ayudarnos a criar hijos sanos que han sido producto de hogares rotos.

[b]Madres solteras, una gran minoría[/b]

Hoy, las madres solteras somos una gran minoría que no está de moda en las agendas políticas, pero esto se complica aún más si le sumas a la ecuación que lo eres perteneciendo a una “clase media aspiracional” porque entonces de ti nadie hablará, más que para dibujarte en tono negativo. Primero fueron las estancias infantiles, luego los refugios para mujeres violentadas. Las primeras sucumbieron antes la embestida reformista, los segundos han resistido gracias a la incansable acción de una sociedad civil organizada que está dispuesta a preservar la integridad de las mujeres a las que sirve.

Todas las mañanas, mientras llevo a mi hijo al kínder, en el que ya avisaron que será el último año de actividades pues se restringirá el servicio solo a guardería, escucho las conferencias matutinas de López Obrador, después de eso la intranquilidad me acompaña como una sombra todo el día. Las madres solteras vivimos en un nivel de estrés emocional impresionante. En nuestro contexto social y económico somos las responsables de cubrir todos los aspectos correspondientes: somos proveedoras, tutoras cariñosas y trabajadoras responsables. Pero lo cierto es que tanto la sociedad como el sistema de gobierno siempre encuentra la manera de jodernos. Aún en nuestros primeros círculos de apoyo la violencia es constante, nos juzgan por el número de horas trabajadas, por nuestros horarios, por no estar prendidas al teléfono para correr al primer incidente con el niño o la casa, por si tenemos varios trabajos, por si aún no hemos comprado un coche o una casa propia. Siempre debemos depender de terceros o trabajar más para pagar un servicio de asistencia, la cual ahora ya no podrá ser pública o subsidiada. Aún en nuestros primeros círculos de apoyo, con esos abuelitos dulces a los que nuestro presidente dará dinero, vivimos relaciones basadas en el costo-beneficio, la gran mayoría de nosotras pagamos un alto costo emocional para poder tener el beneficio de que nuestros hijos estén en buenas manos. Para la mayoría el horario extendido en las estancias infantiles significaba un momento de descanso frente al torbellino de responsabilidades que debemos enfrentar en lo cotidiano, pero eso ya no será posible.

La espiral interminable en la que nos pone esta situación representa un círculo perverso atravesado de miles de flechas de sinsabores y renuncias. Porque en esto nos convierten este sistema obtuso, en un saco de renuncias que si en algún momento mira para sí será juzgado por no privilegiar el bienestar de otros. De esos otros que ya vivieron su vida y tomaron decisiones, pero que quieren vivir la de los demás y normarla. De esos pequeños otros que aún les falta por vivir, pero que ya son conscientes que lo único que los mantiene a salvo en la vorágine del mundo moderno son esos seres constantemente estresados y cansados que se tragan sus deseos para que ellos estén bien.

También es cierto que hay gente irresponsable a los que la paternidad no les causa nada y que abusan de unos padres envejecidos y protectores, así como hay seres corruptos que han ordeñado presupuestos gubernamentales sin el menor reparo con el objetivo de vivir cómodamente, esos son de los que escuchamos alharacas disfrazadas de adjetivos como “madres luchonas o buchunas” o “corruptos fifís”, pero de esos otros que luchan y soportan todos los días, en silencio, los reclamos de una sociedad que solo busca confrontarlos, no, de ellos no escuchamos nada, hasta para eso nos hemos diluido.

[b]Legalización del aborto[/b]

La ultima sombra de estigma que se yergue sobre las mujeres en esta administración surge a partir de la discusión de la legalización del aborto, aunque esto ya es un tema viejo. En ese rubro, los grupos pro vida nos ganan la partida apoyados por las autoridades tanto estatales como federales. Así, a las mujeres nos roban de nuevo el máximo don que nos regaló Dios: el libre albedrío, y, de nuevo, ponen a los hombres a decidir por nosotras. Quien me conozca cercanamente sabe que soy una católica practicante, alguien que heredó las formas y liturgias de una abuela yucateca muy creyente y que admira mucho el trabajo de Tatiana Clouthier, pero también que me agremio con gran tenacidad al grupo denominado católicas por el derecho a decidir, pues creo que el aborto es un asunto de salud pública, no de conciencia moral, por tanto, los más conservadores pueden llamarme “feminazi pro aborto”.

En este sentido, la declaración Dignitatis Humanae del Concilio Vaticano II es más progresista que la nueva política morenista en materia de género. En dicha declaración se lee: “No se puede forzar a actuar contra la conciencia, ni se puede impedir que se obre según ella”. Las mujeres debemos poder elegir en todos los rubros de nuestras vidas y es responsabilidad de nuestros gobiernos darnos las facilidades institucionales para que lo hagamos en términos de seguridad y respeto. Las políticas de austeridad del nuevo gobierno republicano no deberían quitarnos el sueño a las mujeres solteras de clase media, ni a ninguna mujer, sino darnos la posibilidad de elegir en pos de una calidad de vida que nos merecemos, pues nos la hemos ganamos día a día.

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