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La Jornada Maya
Ilustración: María León

Lunes 4 de marzo, 2019

Siempre existirá el momento difícil para la familia, de dejar ir a uno de sus integrantes; más cuando se trata de alguno de los más jóvenes. La muerte, cuando llama a los que eufemísticamente adscribimos al grupo de los que apenas empiezan a vivir, suele llegar ofreciendo un enorme manto de tristeza para los deudos, quienes no pocas veces sólo desean mantener la vida de quien en ese momento enfrenta la muerte cerebral.

La donación de órganos aparece como una opción para mantener con vida al hijo, la joven esposa, el esperado bebé cuyo nacimiento tuvo complicaciones inesperadas. Tomar la decisión pareciera fácil, aunque en realidad se trata de uno de los sacrificios más desinteresados de nuestro tiempo: se requiere la muerte de un ser querido para dar o prolongar la vida de alguien completamente extraño. Todavía no hace muchos años hablábamos de cargar la cruz con la paciencia de Job; todavía no hace muchos años, sobraban quienes comparaban la entrega de órganos y tejidos realizada en un hospital con el trabajo de los deshuesaderos de autos.

Hoy, para muchos, el conflicto es inexistente. Entregar tejidos y órganos útiles para que otra persona tenga calidad de vida es prácticamente una decisión que se toma en vida, dejando saber a la familia inmediata que ese es su deseo. Es una población que va en aumento, aunque no por eso ha dejado de enfrentar obstáculos.

¿Qué nos ha llevado a pensar que los médicos son capaces de dejar morir a un paciente porque se trata de un donador de órganos? Entre nuestros tabúes, le adjudicamos a la profesión médica, que por excelencia salva vidas llegando al máximo de las capacidades humanas, la cualidad de dejarse llevar por una terrible interpretación de la búsqueda del bien mayor y por eso sus profesionales podrían ser omisos a fin de perder un paciente pero salvar a otros más. ¿Hemos llegado al tal grado de mezquindad?

Lo cierto es que en pleno siglo XXI, todavía hace falta un gran esfuerzo para llevar la cultura de la donación a todas partes; no hablemos sólo de instituciones de Salud, también es necesario difundir este trabajo en escuelas de todos los niveles, centros culturales; entre niños, jóvenes y adultos.

Si Yucatán está por encima de la media nacional en cuanto a la tasa de trasplantes de donadores cadavéricos es por el trabajo de instituciones oficiales que con poco están haciendo más de lo que se supone que pueden; también porque las familias de quienes requieren de un donador se movilizan y por ello hay organizaciones de la sociedad civil que también están llegando a sus metas con el poco o mucho apoyo que tengan.

Una triste realidad para el estado es que las enfermedades que conducen a la necesidad de un trasplante son prevenibles, particularmente la diabetes. Es urgente un programa de salud pública que atienda y combata seriamente el índice de obesidad general y el de obesidad infantil en Yucatán; este problema es síntoma de que la población en general ha extraviado el conocimiento de la nutrición o ha perdido el acceso a alimentos de calidad. Entre el primer lugar mundial de consumo per cápita de refrescos embotellados y que una buena parte de la población infantil obtenga sus únicos alimentos a través de los desayunos escolares o en un comedor social, está llevándonos a ser una de las entidades con más enfermos por una mala nutrición.

No hace más de tres décadas hablábamos de que en Yucatán se daban grandes avances médicos, con la primera cirugía a corazón abierto; pero el primer trasplante multiorgánico apenas cumple su primera década. Aplaudimos, por supuesto, el profesionalismo de los doctores; sin embargo, debemos hablar ya de la necesidad de protocolos, de la creación de mecanismos que acerquen a quienes necesitan de un órgano con aquellos que estarán en la posibilidad, pese al dolor, de brindar una esperanza.

Sí, es meritorio que la donación prácticamente duplique el promedio nacional; sí, el Centro Estatal de Trasplantes hace un gran trabajo del que se habla poco. Sociedad e instituciones, en este tema, van de gane; sin embargo las listas de espera siguen ahí, y debiera llamarnos la atención la labor del Hospital General Agustín O’Horán, tan vilipendiado en la pasada campaña. Hay mucho de lo que podemos enorgullecernos; cuando se trate de salvar vidas, necesitaremos que sea porque hemos encontrado en nuestro gobierno e instituciones un funcionamiento que permita prevenir que condiciones como el hígado graso y la obesidad se compliquen, y que quienes lleguen a la necesidad del trasplante sean los menos. Mientras, sigamos donando hasta que deje de doler.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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