Pellicer, solo los jueves

Felipe Ahumada Vasconcelos
Fotos: Tomadas de la web
La Jornada Maya

Viernes 15 de febrero, 2019

Carlos Pellicer, la nostalgia entre sonrisas.

El recuerdo de Carlos Pellicer siempre está presente, pero este 16 de febrero aún más al cumplirse otro año desde su partida.

Sí, desde luego hay nostalgia, pero también gratos recuerdos: acababa de ser electo senador de la República cuando vino a Mérida siguiendo la gira presidencial de López Portillo y tuve la oportunidad de comer con él en un restaurante en los bajos del Palacio de Gobierno, a un costado de la Sorbetería Colón, a medio escabeche oriental, se acercó una señora paisana suya, que sorprendida por su presencia lo abordó para saludarlo y emocionada, con los brazos abiertos y a toda voz le preguntó: ¿Usted es Carlos Pellicer, verdad? a lo que él contesto con un gesto muy suyo, con la solemne voz impostada en tono de barítono profundo: “nada más los jueves mi señora”…

Le sugerí después que tomáramos el postre en la sorbetería vecina y nos sentamos estratégicamente, no con vista a la hermosa Plaza Grande sino al tablero donde anunciaban los sabores disponibles ese día, cuando el mesero se acercó a tomar la orden, Don Carlos pidió el primero de la lista, terminado aquél, llamó al mesero y pidió el segundo, yo, en un acto algo más parecido a la gula que a la cortesía, lo acompañé pidiendo lo mismo.

Lo que no imaginé fue que a ese seguiría un tercero y un cuarto y así, hasta completar los que formaban la lista. A su término me dijo: “bueno, ahora sí sabemos bien qué pedir”, refiriéndose desde luego que al probarlos todos ya se había formado un criterio bien fundado para elegir el sabor de su predilección, y más por cortesía que por gula, lo acompañé con el sorbete de guanábana.

En otra ocasión, pensando en el terror que seguramente les causa a muchos escritores “de a deveras” el que se acerque un atrevido con sus manuscritos para pedirle opinión de sus poemas, quise jugarle una broma. En una hoja arrancada de un cuaderno de espiral llevaba escritos tres poemas de “mi autoría”, y con profunda timidez fingida le pedí que escuchara su lectura y me diera su opinión, miré su expresión de desconcierto y antes de darle oportunidad comencé:

En medio de la dicha de mi vida
¡El sol! ¡El sol! ¡El sol!
Del sur llegó el andante del mar vuelto andantino

El alba Marina se pobló de ángeles
Pintando el cielo en azul
En la tarde opalina frente al mar de Campeche

Como un fauno marino perseguí aquella ola
La tarde donaba su sangre
El mar diafanizaba sus figuras
Tarde Azul, agua azul, desolación tranquila
Noche sin sombra, sobre el mar, la nave.

Y sin recato alguno, seguí con el segundo sin atreverme a mirar la cara del maestro:

¡América, América mía!
Tocas las puertas de mi corazón
Agua de América

El cielo de los Andes
La nieve de los Andes
Un poco de tristeza en este día clarísimo

El mar se baña entre mis brazos
Oh viento del otoño, tus olas regocijan
Mi corazón, arrinconado
Desde mi soledad llena de estrellas

Y, así, sin gran pausa seguí con el tercero:

Antes que otro poema
Que se cierre esa puerta
Si junto a ti las horas se apresuran
Con cuanta luz camino

Tú eres más que mis ojos porque ves
La primera tristeza ha llegado. Tus ojos
En el silencio de la casa Tú
Tu amor es el erario inagotable

Cuando mis fuertes brazos te reciban
¿Qué harás? ¿En qué momento…

Dónde pondré el oído que no escuche
Las palabras emigran
Hoy que has vuelto, los dos hemos callado
Amor, toma mi vida, pues soy tuyo.

Cuando le dije que cada verso de esos tres poemas era el título de los poemas de diversos libros suyos compilados en una antología que bajo el nombre de [i]Material Poético[/i] había editado la UNAM, del pasmo paso a la risa y con aquella misma voz impostada de barítono profundo me dijo: “es usted un caballo”.

Lugo bajamos a cenar tamales de chipilín con chocolate de agua en una jícara ceñida y ahumada con grasa de venado.

[i]*Escrito en Mérida Yucatán, febrero 15 del 2016[/i]
[b][email protected][/b]