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Laura Machuca Gallegos
Foto: Enrique Osorno
La Jornada Maya

Lunes 7 de enero, 2019

En estos días que la ciudad cumple 477 años, y por ende también su ayuntamiento, quisiera reseñar el libro [i]Poder y Gestión en el Ayuntamiento de Mérida[/i], 1785-1835 (CIESAS), de mi autoría. El objetivo principal es seguir la pista de los cabildantes, tanto individualmente como en su labor en grupo corporado. Es decir, analizo el papel de los actores sociales que tenían a su cargo el poder local en un periodo de transición social, económica, política y cultural. Asimismo, observo los cambios que experimentó la organización municipal al pasar de un sistema venal, de compraventa de los cargos, a uno “democrático”, por medio de un sistema electoral.

El periodo escogido me llevó a distinguir tres momentos clave: el primero abarca la época colonial, cuando el Cabildo estaba compuesto por 12 regidores perpetuos, entre ellos un alférez y un alguacil mayor, dos alcaldes ordinarios encargados del ramo de justicia y un procurador síndico, los tres últimos elegidos anualmente por los regidores. La venta de cargos comenzó como tal en Mérida desde 1607, y acabó en mayo de 1820, con el intermedio constitucional de noviembre de 1812 (cuando se aplicó la Constitución de Cádiz) a julio de 1814.

El segundo periodo, que he llamado de transición entre el antiguo y el nuevo régimen, abarca justamente desde 1808, cuando se empiezan a manifestar las primeras inquietudes por hacer cambios en la institución, hasta 1824, fecha en que se publica la Constitución estatal que regiría la dinámica del Ayuntamiento en los años siguientes.

La tercera etapa corre desde la primera Constitución del estado, que se publicó el 27 de julio de 1824 y fue sancionada y corregida en 1825, hasta la promulgación de una nueva en marzo de 1841.

El Ayuntamiento, si bien fue coto de poder para algunas familias y los cargos eran utilizados para el provecho personal y familiar —tanto en el antiguo como en el nuevo régimen—, era un espacio en el que las decisiones se tomaban “en cuerpo”, para el mejor desenvolvimiento de la ciudad, por lo tanto, también requería de un buen trabajo de gestión. El concepto de “cuerpo” me parece fundamental porque en los documentos de la época se entiende en su sentido literal, como el ejecutor de las órdenes de la cabeza, en este caso, del capitán general y gobernador, la figura local más cercana al rey; sin embargo, la representación correspondía al Ayuntamiento porque “esta Nobilísima Ciudad es la cabeza principal de todas las de esta Provincia, por cuya razón en todos los actos, juntas y concurrencias se le debe el primero lugar entre ellas”.

[b]Espacio para desarrollo de las élites[/b]

El Ayuntamiento siguió siendo en el siglo XIX el principal espacio en el que las élites urbanas locales podían desarrollarse políticamente; sin embargo, hubo una apertura y tuvieron acceso nuevos políticos, provenientes de diversos estratos de la sociedad. Varios de ellos enriquecidos gracias al desarrollo de la hacienda, otros eran comerciantes. Lo cierto es que un número de cabildantes ya no procedía del grupo encomendero ni de las familias prominentes de la Colonia. Pertenecían al sector de los “hombres nuevos”, como los llamó Silvio Zavala. Algunos de éstos, nada ajenos a los atributos del poder y del prestigio, trataron de unir sus destinos a la vieja élite, a la cual tampoco le quedó otro remedio más que renovarse para enfrentar los embates de la primera mitad del siglo XIX.

Aunque ser parte del Ayuntamiento no reportaba grandes beneficios monetarios, proporcionaba poder y prestigio. Tener un cargo en el Cabildo era privilegio de unos pocos. Acceder a un cargo público confería autoridad y legitimaba el ejercicio del cargo, daba honorabilidad y era un capital social y político del cual se podía echar mano en cualquier momento.

En efecto, los miembros del Ayuntamiento —antes y después de Cádiz— procuraban su bienestar personal y familiar. No obstante, al leer las actas de Cabildo, se observa que éste, como cuerpo, se preocupaba por el bien de la ciudad y debía dedicar varios esfuerzos para hacer que los diferentes ramos (abasto, escuelas, justicia, etcétera) marcharan bien.

El Cabildo era el representante del “pueblo” ante el rey, y sus miembros eran “los padres de la república”, cuyo deber era velar “por el bien público”. “Pueblo” entendido en su sentido básico de habitante de un lugar y en el de entidad territorial y política —en este caso, Mérida—. Pueblo en el que a partir de 1808 recayó la soberanía ante la falta de rey, y entonces las funciones del Ayuntamiento fueron más allá de la representación.

Su actuar se puede seguir en las actas, fundamentales en tanto que los temas tratados y las discusiones de las sesiones quedaron plasmados en estos documentos. En las actas está retratada toda la vida del Cabildo, desde la fundación de la ciudad, los vecinos, las ordenanzas de policía, hasta las elecciones anuales. Estas actas no se han salvado de la destrucción. La más antigua data de 1747.

En las actas se encuentran diversos temas: en lo económico, los permisos de mercados, la compraventa de maíz, carne y harinas, y en general, la provisión alimentaria de la ciudad; en lo cultural, se discute acerca de las fiestas religiosas y cívicas, se otorgan permisos para corridas de toros, obras de teatro y juegos. También hay referencias a la compraventa de inmuebles y obras públicas.

[b]Biblioteca Yucatanese[/b]

Para este trabajo consulté los 25 libros existentes sobre el periodo estudiado (1785-1835), cuyos originales se encuentran en la Biblioteca Yucatanense. Lo primero que me interesaba de las actas era identificar a los grupos o camarillas que integraban el Ayuntamiento, aunque a decir verdad el conflicto se observa desdibujado. No era deber del notario entrar en esas minucias, en los golpes en la mesa, en los tonos de voz, en las descalificaciones o berrinches, que también los hubo pero rara vez se consignan. Pero mi mayor preocupación al consultarlas era rebasar el argumento, por todos conocido, de que el Ayuntamiento estaba compuesto por grupos de poder y que éstos sólo velaban por sus intereses. En realidad, las actas de cabildo, aunque son sólo acuerdos, testimonian un celo y un esfuerzo por asegurar que la ciudad funcionase. Realicé una monografía detallada, que considero ofrece luces que rebasan el ámbito local, sobre todo para entender el triunfo de una institución local que no desapareció sino que se adaptó a los nuevos tiempos y que en Mérida cumple ahora 477 años. Este libro recibió el Premio INAH Francisco José Clavijero a la mejor investigación y se puede comprar la librería del CIESAS.

* Fragmentos de la introducción del libro Poder y Gestión en el Ayuntamiento de Mérida, 1785-1835. CIESAS.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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