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Kálmán Verebélyi
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 27 de diciembre, 2017

En estas fechas decembrinas, la palabra “amor” es una constante, cuyo significado se confunde y diluye si no estamos conscientes de: “¿Qué es quererse a uno mismo, cómo se manifiesta, cómo amar al prójimo para no caer en la falsedad o hipocresía?

Los estudiosos del comportamiento, de las reacciones de la mente humana sostienen: “Quererse a uno mismo está muy ligado a saber darse la oportunidad de sacar la mejor versión de cada uno, descubriendo el potencial que tenemos en todos los niveles: afectivo, romántico, espiritual.

Quererse a uno mismo también significa ser honestos con nosotros, y con los demás, comprometernos con la vida, el bienestar propio y ajeno.

Quererse a uno mismo también implica estar atento a nuestras necesidades vitales, aceptarnos, respetarnos y amarnos por ser quienes somos”.

Todos, sin excepción, somos presa de los lugares comunes, de las soluciones fáciles, de las generalizaciones dañinas y tenemos comúnmente la idea arraigada de que las personas egoístas son narcisistas. Con la creencia de que estas personas sólo se preocupan por sí mismas, se valoran y se aman por encima de todo. Sin embargo, la realidad es muy diferente, las personas egoístas no sólo tienen dificultad para amar a los demás, sino a sí mismas también.

Entendemos que una persona egoísta es aquella que sólo se interesa por sí misma. Carece de respeto y de interés por las necesidades de los demás, se relaciona con las personas principalmente por su utilidad y por los beneficios que puede extraer de ellas.

La capacidad de quererse, amarse a sí mismo está fuera del alcance de la persona egoísta, puesto que no obtiene satisfacción en dar, su preocupación se centra básicamente en lo que va a recibir a cambio. Puede dar la apariencia de que toda esta energía que centra para sí mismo es debida al amor que se tiene. No obstante, todas estas acciones implican una gran incapacidad para amarse.

El gran escritor, Erich Fromm sentencia: “No ve más que a sí misma; juzga a todos según su utilidad; es básicamente incapaz de amar. ¿No prueba eso que la preocupación por los demás y por uno mismo son alternativas inevitables? Sería así si el egoísmo y el autoamor fueran idénticos. Pero tal suposición es precisamente la falacia que ha llevado a tantas conclusiones erróneas con respecto a nuestros problemas.”

Y asienta: “El egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. El individuo egoísta no se ama demasiado, sino muy poco; en realidad, se odia. Tal falta de cariño y cuidado por sí mismo, que no es sino la expresión de su falta de productividad, lo deja vacío y frustrado. Se siente necesariamente infeliz y ansiosamente preocupado por arrancar a la vida las satisfacciones que él se impide obtener”.

Te has preguntado: ¿Cuántas veces he pronunciado “te amo, te quiero”? ¿Y cada vez que lo dije, he sido sincero conmigo mismo?

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