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Hugo Castillo
Foto: Sasil Sánchez
La Jornada Maya

Jueves 21 de diciembre, 2017

Si me preguntan qué tienen en común los musulmanes y los mayas, honestamente respondería que muy poco. Más allá de lo compartido por cualquier ser humano en el orbe, los puntos en contacto entre ambos son escasos.

Para empezar, a la Umma islámica la une una identidad religiosa, la creencia en un mismo destino trazado por Alá y revelado en el Corán. En cambio, los integrantes del maaya kaaj se identifican a sí mismos como parte de un grupo étnico, con características culturales bien definidas que los hacen diferentes a los demás.

La lejanía geográfica tampoco ha beneficiado los intercambios entre estos grupos. Los pobladores del Mayab sólo escuchan de los musulmanes, esos “terroristas” a través de la televisión; en tanto, los seguidores de Mahoma sólo saben que antes de la Conquista había gente en América, algo así como unos “salvajes originales”.

Si bien, no podemos afirmar que las características comunes entre ambos son numerosas, sí podemos decir que las experiencias vividas por mayas y musulmanes son muy similares; precisamente en esto radica la necesidad de acercar a las dos culturas. Los dos grupos han sufrido por el colonialismo y estereotipos emanados de éste, ambos luchan por mantener un estilo de vida alterno al occidental y buscan el reconocimiento de sus tradiciones en “el mundo moderno”.

Los musulmanes entraron a la escena mundial, debido a los proyectos colonizadores europeos del siglo XX. Reyes y líderes del Viejo Continente, interesados en sacar provecho de sus recursos, principalmente del petróleo, movilizaron a los habitantes del Medio Oriente prometiéndoles autonomía política si apoyaban a sus empresas en la región.

Los pobladores de la región pronto descubrieron la falsedad de las palabras europeas y cuando el apoyo inicial se convirtió en represión, los líderes islámicos pasaron de ser aliados a enemigos. Los mismos idearios fundamentalistas que los colonizadores promovieron en un principio fueron utilizados después como pretexto para mantener la ocupación.

La frustración dio paso al enojo y los líderes del Islam aprovecharon el descontento regional para apropiarse del discurso coránico y convertir el llamado a defender la fe en una convocatoria a la revuelta contra el dominio extranjero. Así, los que en un principio creyeron haberle tomado el pelo a los inocentes acabaron siendo los artífices de un problema más grande, y aún latente, el terrorismo islámico.

Por su parte, los mayas vivieron la colonización en una época más temprana. El esfuerzo para dominarlos fue mucho más prolongado y fructífero, dando como resultado la invisibilización casi total de su población. Además, su filiación grupal, basada en una identidad étnica, benefició su manipulación ideológica.

La discriminación que vivió el pueblo maya, aún después de la partida de los españoles, con sus derechos prácticamente confiscados por el Estado, propició que se extendiera una brecha de desigualdad gigantesca entre estos y el resto de la población. Tendrían que pasar 100 años desde la Independencia para que, con la Revolución Mexicana, se alzaran los indígenas exigiendo su reconocimiento y el de sus derechos, como el regreso a sus tierras ancestrales y el acceso a los servicios básicos por parte del Estado.

Al igual que los musulmanes, los mayas también fueron víctimas de falsas promesas (principalmente de líderes políticos) y aunque instancias hegemónicas aparentan darles cabida, la realidad es que aún se debe pugnar para su verdadera inclusión en la sociedad.

Hasta el día de hoy ambos grupos siguen peleando por su derecho a la autonomía y autodeterminación, desde frentes muy distintos. A los mayas y musulmanes se les ha impuesto una reconfiguración de sus identidades particulares para poder insertarlos en la “modernidad”, por lo que el problema más grande al que se enfrentan es su preservación en el mundo occidental.

Los musulmanes que intentan usar el Islam como programa político son acusados de fanatismo o fundamentalismo. Los países con gobiernos islámicos se califican antidemocráticos, o en vías de democratización. Y la democracia islámica consolidada (como en el caso de Túnez o Líbano) es considerada, en el mejor de los casos, un paso previo a la democracia “real”.

El estilo de vida tradicional maya se considera una reliquia del pasado, algo que vive en el ámbito del folclor. Así, las comunidades rurales indígenas se presentan actualmente en oposición al modelo occidental. Programas de desarrollo consideran sus formas de subsistencia como algo que debe mejorarse.

Por lo anterior, ambos grupos podrían beneficiarse del contacto mutuo y más allá de las políticas o idearios formales que puedan intercambiarse, el simple hecho de saber que en zonas remotas del mundo existen “otros” que enfrentan los mismos problemas y buscan alcanzar las mismas metas, puede servir de aliciente para mantenerse en la lucha por el reconocimiento y respeto.

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