de

del

Margarita Robleda
Foto tomada de http://borderzine.com
La Jornada Maya

Jueves 14 de diciembre, 2017

Robert Lansing, secretario de Estado norteamericano en la administración de Woodrow Wilson 1915-1920 profetizó hace casi 100 años:

“México es un país extraordinario, fácil de dominar porque basta con controlar un sólo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia a un ciudadano americano, ya que esto llevaría otra vez a la guerra.

La solución necesita más tiempo: debemos abrir a los jóvenes mexicanos ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y el respeto al liderazgo de Estados Unidos.

Con el tiempo esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes, finalmente se adueñarán de la presidencia; entonces, sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Y lo harán mejor y más radicalmente que nosotros.”

Lo anterior lo vi claramente en la visita a un bachillerato de la sierra Tarahumara en la comunidad de Samachique, Chihuahua. El encuentro fue con padres de familia sobre cómo apoyar a sus hijos para evitar la deserción. A pesar de haber participado en infinidad de charlas semejantes a lo largo del país, nunca palpé tan profunda la brecha que surge entre padres e hijos a partir del modelo educativo que llevamos a estos puntos tan lejanos. Padres raramuris, semi analfabetos, con diferentes grados de comprensión del idioma español, de pronto se encuentran creciendo hijos que se están nutriendo de mundos tan ajenos y distantes de su vida y cosmogonía. Jóvenes confundidos, extasiados con la tecnología y presos del deseo de tener lo que la mercadotecnia proyecta, no quieren recibir el legado de la cultura ancestral que sus padres les brindan. ¿Qué futuro les espera a los jóvenes y cultura raramuri en general? El público, la mayoría mujeres, me escuchaban como si hablara una extraterrestre; su presencia me decía que quieren participar y apoyar a sus hijos; el director me había dicho que, por lo general, son los padres de los alumnos con problemas los que no se presentan. Pero, eran los ojos de las mujeres que estaban sentadas frente a mí: cansados, desconfiados, tristes, de miradas ausentes y vacías… los que me presionaban a elegir con más cuidado las palabras para conectar.

Algo de lo que dije les llegó porque al final, los rebozos se hicieron a un lado y una tímida sonrisa se asomó por los ojos hasta deslizarse curva a los labios. “No dejen de enseñarles a sus hijos raramuri. Hay que danzar matachines y agradecer, hacer el tonari y compartir con los hijos la cultura que los abuelos les dejaron; hombres de pies con alas que corrían hasta cansar al venado. De todas partes del mundo vienen a ver cómo corren los raramuris. Quizás les ganen las carreras de menos kilómetros, pero nadie puede alcanzarlos en la de los 100 kms corriendo, casi volando por las barrancas y el llano. Dicen que, en San Francisco California hay una tienda muy elegante de equipos deportivos, donde se venden los guaraches de los raramuris ny hay quien paga cientos de dólares para ver si pueden correr como ustedes. Que lo sepan sus hijos. Que sientan el orgullo de sus raíces, de donde vienen, de qué están hechos. Es bueno aprender cosas nuevas, pero no podemos olvidarnos de la Madre Tierra donde se sembrará el pino que crecerá fuerte y poderoso”.

¿Educar? ¿Para qué? ¿Por dónde se comienza? Este México con prisa se fue del ejido a la licenciatura… Nuestros hijos “tenían” que ser licenciados. ¿En qué? “En lo que sea”. Y el país se llenó de universidades “patito” que venden el papelito de “licinciado” en cómodos abonos semanales sin importar si estos salen con capacidad de elaborar un proyecto de trabajo, análisis, síntesis y al carecer de vocabulario e ideas claras, por su ausencia de lecturas, continúan resolviendo sus querellas a golpes y balas por su incapacidad de debatir y llegar a acuerdos.

Las instituciones reportan cubrir la demanda educativa hasta los rincones más lejanos. Quizá toca un siguiente paso: que esa propuesta sea acorde con las necesidades de la zona. No podemos atropellar el espíritu de los pueblos, cambiar su herencia por un plato de lentejas. Robarles su lengua, dignidad y conciencia comunitaria simplemente para cubrir un reporte internacional, o lo que es peor, para entrenar nuevos ejércitos de consumidores.

El conocimiento debe florecer arropado con la realidad en beneficio de la comunidad. No dejemos a los abuelos, custodios de la cultura, hablado solos. La violencia es sólo una consecuencia.

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