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Raúl Enrique Rivero Canto
Foto: México En Fotos
La Jornada Maya

Martes 12 de diciembre, 2017

El barrio de Santa Lucía es claro indicador de la transformación social del Centro Histórico de Mérida en los últimos diez años. Tres cuadras al norte de la Plaza Grande se localiza el templo de Santa Lucía Mártir. Si bien su fundación puede remontarse al siglo XVI, en realidad la imagen actual del templo dista mucho de la tipología colonial. Su techumbre con un sistema constructivo que incorpora las vigas Decauville, así como una gran parte del ornato, señala que los mejores tiempos de Santa Lucía se vivieron en el Porfiriato.

Sin embargo, uno de los elementos más representativos del templo es el mural del martirio de Santa Lucía, obra del destacado pintor yucatanense Ermilo Torre Gamboa. Esta obra es uno de los ejemplos más claros del período de restauración de los templos a mediados del siglo XX, tras la persecución iconoclasta de tiempos revolucionarios. Para el caso de Santa Lucía, correspondió a monseñor Enrique Pérez Capetillo y al canónigo Fernando Ávila Álvarez impulsar dicha restauración.

El mural recuerda la entrega valiente de Lucía, una joven de Siracusa que dio su vida antes de renegar de su fe cristiana durante la persecución de Diocleciano a principios del siglo IV. Su culto es inmemorial y su fiesta litúrgica es el 13 de diciembre. Es invocada como infalible patrona ante las enfermedades de la vista. Pero, como suele suceder con las fiestas marianas o de los santos, más allá de la celebración oficial lo más importante es el festejo que organizan los habitantes del pueblo o del barrio que esté bajo su patronazgo.

Para afirmar que el barrio de Santa Lucía es significativo para comprender la transformación del Centro Histórico meridano basta con observar la mutación de su fiesta patronal. En 2008, el padre Fernando Díaz López, entonces rector de la iglesia en cuestión, promovió el rescate de la fiesta en honor a Santa Lucía y convocó a una misa multitudinaria seguida de una animada verbena en el parque que está en frente al templo. El escenario de las serenatas de cada jueves se transformó en el altar en honor a la santa siciliana ¡Curiosa escena era ver que en lugar de imágenes de santos, eran los bustos de nuestros compositores yucatanenses quienes rodeaban el altar!

Dos años más tarde los portales fueron tapiados con tablas de madera y el parque se sumió en el más profundo abandono. La fiesta se encerró en el atrio del templo y los ánimos decaían a la vez que los habitantes del barrio lo abandonaban para irse a una zona menos lúgubre de la ciudad o, en muchos casos, para irse a su morada definitiva en la ciudad de los muertos. Sólo quedaba una sencilla procesión con menos de un centenar de asistentes.

Después de la apertura de numerosas tiendas y restaurantes en las inmediaciones del templo y del parque, la imagen del barrio de Santa Lucía se transformó radicalmente. Diversos eventos recreativos han hecho que una gran cantidad de meridanos se sume a los turistas y acuda a él. Sin embargo, mientras los visitantes se divierten la vida se complica para los últimos vecinos del barrio, pues son víctimas de cierres de calles y escandalosas multitudes que ignoran que tras las fachadas que fotografían hay gente que trata de vivir tranquilamente.

Este año, como ha ocurrido desde 2015, el domingo anterior al 13 de diciembre la santa patrona de los ojos recibió la visita del arzobispo Gustavo Rodríguez Vega, por invitación del rector del templo monseñor Manuel Vargas Góngora. La experiencia de este sacerdote en la organización de fiestas populares (por más de tres décadas estuvo a cargo del santuario guadalupano del barrio de San Cristóbal), ha sido fundamental para mantener viva lo que queda de la fiesta de Santa Lucía. El festejo se limitó a la celebración de la misa dominical en el templo seguida por una cena con bastante concurrencia en el anexo del templo. Parece imposible que se vuelva a celebrar la verbena popular en el parque, pues ha sido invadido por los restaurantes que lo rodean, quitándole un espacio público a los habitantes del barrio y a los meridanos en general.

Ojalá que la patrona de la vista ayude a que nuestras autoridades puedan ver que el centro histórico aún es un sitio vivo. Mantener al barrio de Santa Lucía como un lugar habitado ayudará a conservar un ambiente que es admirado por sus visitantes. Así Santa Lucía seguirá siendo el espacio donde el tañido de las centenarias campanas se funde con las notas de los trovadores, el canto de los pájaros y con las amenas charlas de sus vecinos que cavilan sobre el día a día en el corazón de la ciudad blanca.

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