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Felipe Escalante Tió
Ilustración: Estrella May
La Jornada Maya

Viernes 8 de diciembre, 2017

Todas las discapacidades tienen algo en común: nadie las pidió. Algunas son resultado de accidentes, enfermedades; otras se traen desde el nacimiento. Las hay por un cromosoma extra, por falta de oxigenación en algún momento del embarazo, o por mero azar. Existen, estamos viviendo, todo el tiempo, con personas que tienen alguna.

Cómo tratamos a las personas con discapacidad dice mucho de nosotros como personas y como sociedad, y en lo general les hemos puesto todavía más límites a su desarrollo. Los alcances que han tenido algunas asociaciones civiles, pese a todo, son pocos frente al tamaño de la indiferencia de todos. Y tanto la atención como la integración de estas personas sigue siendo una utopía.

Hace ya algunas décadas, con la crueldad que distingue a los adolescentes, solíamos gritarle al que salía con las calificaciones más bajas que mejor se inscribiera “a la escuela del DIF”. Poco sabíamos entonces de la labor que hacen los Centros de Atención Múltiple. Hoy existen muchos más, pero nuestra ignorancia sigue ahí, terca, porque basta que veamos a un chico con un modo algo aparatoso para caminar, a una niña algo baja de estatura para su edad, o incapaz de fijar la vista y mantener la atención por un determinado período en una tarea, para descalificar su inteligencia.

Entre los compañeros de trabajo, he encontrado a una persona algo mayor que me habla de su hermano al que le tiene que comprar pañales. “Es un niñote”, dice para explicar en breve su condición, pero es en realidad una persona con discapacidad intelectual que nunca recibió atención y hoy tiene más de 60 años. Tal vez por él ya no se pueda hacer nada, pero tenemos la responsabilidad de hacer de nuestro presente algo mejor.

¿Qué ofrece la sociedad yucateca y el gobierno del estado a las personas con discapacidad? Muy poco para progresar y muchos límites. Al menos esa es mi percepción después de hacer un recorrido breve por la Expo Inclusión, que se realizó estos días 5 y 6.

Un programa académico con un par de testimonios insertados, otro cultural, y varios stands fueron el escenario de las barreras y los techos ya no de cristal transparente sino más bien ahumado, que enfrentan hoy niños, jóvenes y adultos con discapacidad. Englobando, hay más obstáculos para que desarrollen una vida escolar, social o laboral, independiente y plena.

El programa académico, tal como indica, está dirigido a especialistas y docentes; poco para el público en general, salvo las ponencias Derecho a tener un proyecto de vida, del doctor René González Puerto, y El derecho de las personas con discapacidad a la justicia, de la magistrada Ligia Cortés y el mismo médico. Éstas tenían precisamente el ingrediente de la inclusión que se debe perseguir: que todos tienen derecho a desarrollarse como mejor les parezca y al respeto como personas.

Mostrar bailables, exhibiciones de tai chi chuan, obras de teatro o pasarelas no son muestra de inclusión si esto no se lleva a la vida diaria. Esto se alcanzará cuando hombres y mujeres en silla de ruedas, muletas o autismo, puedan sacar a la pista a quien deseen o ser invitados al baile por cualquiera. La gran mayoría de asociaciones presentes han cumplido con enseñarnos a todos que discapacidad no es sinónimo de incapacidad, pero nuestras autoridades e instituciones han tardado mucho en comprenderlo.

Lo que se vio en la Expo Inclusión es que existe una infraestructura más o menos respetable para la atención a la discapacidad, mas no a la integración plena. La bolsa de trabajo de la Canacintra, o al menos los cinco anuncios que había en su stand, podían sintetizarse como “Empresa importante ofrece puesto de… jardinero, estafeta, auxiliar de limpieza, asesor telefónico…”. ¿Esto es integración laboral? ¿Esos son los puestos a que puede aspirar alguien con autismo, síndrome de down o amputado?

Nos falla la Secretaría de Educación, que ofrece un amplio abanico… de los CAM, cuyo modelo es de atención exclusiva –y excluyente –a estudiantes con algún trastorno del desarrollo; no muestra si tiene una estrategia para que nuestros reconocidos maestros puedan trabajar en aula regular con este tipo de alumnos. Claro, la medida es canalizarlos a las USAER, pero ahí tenemos que evaluar más, hasta que se destruya la percepción de que la atención en estas unidades es un volado; la integración escolar es un tema que tampoco se soluciona en las escuelas privadas. Muchos padres, a fuerza de estrellarse varias veces en esta barrera, sienten que institución que se anuncie como promotora de valores pero sin alumnado con discapacidad que participe en las actividades escolares, en realidad promueve la integración entre iguales.

Nos falla la UADY, presente con la licenciatura en rehabilitación, que cumple 20 años, pero que no nos presenta sus estrategias para que de sus aulas surjan profesionistas con discapacidad. Esto, con toda seguridad, posicionaría a la universidad pública más antigua en el estado entre las instituciones líderes en responsabilidad social.

Le daría el aplauso al CETIS 112 y al CETMAR, que ahí promovieron sus bachilleratos para estudiantes con discapacidad, y sus encargados dando a conocer que se acepta cualquier tipo. Sin embargo, su oferta es en la modalidad no escolarizada; es decir, los quieren en la matrícula, no en el aula.
Sí le doy un aplauso, sin regateo, al Centro de Rehabilitación y Educación Especial, que con grandes esfuerzos atiende a una población amplia y de todo el estado. Sin embargo, insisto; una cosa es atender y otra muy distinta integrar. Esa nos corresponde a todos.

Salí de la Expo simplemente triste. Falta mucho, institucionalmente, para llegar a una verdadera integración, y espero la logremos. A fin de cuentas, en el futuro de todos estará presente la discapacidad.

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