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Eduardo del Buey
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La Jornada Maya

Martes 5 de diciembre, 2017

Una de las clases que enseño en la Universidad del Valle de México, aquí en Mérida, es la de comunicaciones estratégicas; el arte de crear y presentar mensajes a audiencias específicas.

Debido a que los estudiantes están enrolados en el programa de Relaciones Internacionales, decidí asignarles la tarea de crear un plan de comunicación diseñado para abordar los retos que enfrentan los llamados Dreamers, en los Estados Unidos.

Dreamers son aquellos adultos jóvenes cuyas familias emigraron ilegalmente a los Estados Unidos después de su nacimiento, y que han tenido muy poco contacto con sus países de origen desde entonces. Se valen de la orden ejecutiva del ex presidente Obama que implementa partes de la nunca aprobada Dream Act.

Esta orden ejecutiva proveyó residencia condicionada a quienes pudiesen probar que habían pasado un cierto número de años en territorio estadunidense, no tenían historial criminal y que fuesen empleados con un sueldo fijo o estudiantes. Alrededor de 800 mil individuos calificaron, de los cuales, cerca de 680 mil son mexicanos. La medida fue revocada por el presidente Trump al principio de su administración, y ahora el Congreso deberá actuar para evitar deportaciones masivas de estos jóvenes quienes, a pesar de tener raíces mexicanas, son culturalmente estadunidenses.

Estuve gratamente sorprendido de ver que la mayoría de mis estudiantes no se enfocaron en lograr que el congreso estadunidense creara una política que permitiera a los Dreamers alcanzar el estatus de residente permanente. Más bien, se enfocaron en cómo lograr que estos jóvenes pudiesen reintegrarse a la sociedad mexicana de manera exitosa, y en cómo aprovechar sus habilidades, educación y conocimiento de la cultura y sociedad de los Estados Unidos para beneficio de México. Se enfocaron en cómo hacer que la pequeña y mediana empresa nacional pueda aprovechar sus cualidades.

Estas habilidades pueden resultar útiles no sólo para el desarrollo de exportaciones al vecino del norte y otros países de habla inglesa, sino para también revitalizar la economía nacional con ideas frescas y una perspectiva diferente acerca de cómo alcanzar el éxito.

Hablaron de la creación en México de nuevos corredores tecnológicos y de cómo el conocimiento y experiencia que estos jóvenes han adquirido puede contribuir al desarrollo mexicano en el ámbito. Su dominio del inglés puede revigorizar la industria de los Call-centers, vital para la economía estadunidense y especialmente útil de tener en un país vecino, miembro del TLCAN.

Finalmente, se enfocaron en la habilidad de estos jóvenes mexicanos para ayudar en la enseñanza del inglés, en un país que se ha embarcado en una campaña para hacer que sus ciudadanos inicien su educación del idioma desde una edad temprana. Enseñar una lengua sólo es útil si se esta se inserta en el ámbito cultural de sus hablantes - y estos jóvenes mexicanos tiene el conocimiento cultural, dado que crecieron en los Estados Unidos.

Pero no todo será un viaje por aguas tranquilas.

Desde su llegada, los mexicanos tendrán que hacer sentir a los Dreamers en casa. Este proceso deberá iniciar cuando los jóvenes todavía se encuentren en los Estados Unidos, a través de sólidas campañas de comunicación promovidas por consulados, la embajada y organizaciones no gubernamentales, creando un sentimiento de bienvenida para aquellos cuyas vidas van a dar un gran vuelco.

No se debe mandar a los Dreamers a la Ciudad de México (una metrópolis gigantesca con muchos retos ocasionados por la sobrepoblación, congestión y contaminación). Más bien, debe promoverse su asentamiento en otras áreas metropolitanas donde sus habilidades puedan hacer una diferencia.

Los mexicanos más jóvenes deberán ser informados, a través de programas de comunicación bien diseñados por el gobierno, que los Dreamers no representan una amenaza para sus fuentes de trabajo, sino que son un elemento positivo para el desarrollo económico y social del país. Aún cuando podría ser difícil hacer saber esto a ciertos segmentos de la población, será necesario crear una atmósfera positiva, debido a que los recién llegados serán, de hecho, ciudadanos mexicanos con todo el derecho de asentarse en el país.

Mis estudiantes recalcaron la necesidad de políticas impulsadas por el gobierno mexicano, cuyo fin sea crear bolsas de trabajo para los recién llegados, integrarlos a la base de maestros de inglés de la Secretaría de Educación Pública, y permitirles validar sus estudios universitarios sin tener que pasar por los típicos trámites engorrosos y burocráticos de la administración.

Su principal preocupación radicó en los retos culturales a enfrentar – será necesario proveer talleres los que los Dreamers puedan aprender rápidamente sobre la cultura mexicana y perfeccionar su habilidad de vivir y trabajar con el idioma español, para que dejen de sentirse como foráneos.

El gobierno mexicano parece estar listo para enfrentarse a un cambio demográfico importante, en caso de que los Dreamers fuesen forzados a mudarse.
Lo que aún hace falta son dos planes de comunicación sólidos.

Uno para hacer saber a los Dreamers que no sólo son bienvenidos en México, sino también que el país está listo para ayudarlos a alcanzar sus sueños aquí; el otro para hacer saber a los mexicanos, a nivel nacional, de las contribuciones que los Dreamers pueden hacer al país, y su derecho a las mismas prerrogativas y oportunidades de cualquier otro ciudadano.

Hay esperanzas de que la sociedad mexicana en general se unirá en un esfuerzo para hacer este potencial cambio demográfico tan indoloro como sea posible para los 680 mil Dreamers y sus familias quienes, sin ser los culpables, se encuentran actualmente en un limbo legal en Estados Unidos.

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