El arte, una estrategia educativa

Óscar Muñoz
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

En los últimos tiempos, muchos han creído que es posible relacionar el arte y la educación, lo que ha dado origen a la llamada educación artística. En este contexto, al arte se le transforma en un contenido de aprendizaje: hay que aprender las características de ciertas obras, las diferencias entre ciertas escuelas artísticas, los factores sociopolíticos de ciertas épocas, los estilos de algunos artistas sobresalientes en la historia del arte, las obras maestras icónicas de todos los tiempos, además de aquellos otros aspectos que apuntan más a ciertas técnicas o ejecuciones. Estos contenidos han configurado los programas educativos, según el plan de estudios de que se trate, ya sea de educación preescolar, primaria, secundaria o bachillerato.

Sin embargo, para la operación de este tipo de programas, en donde el arte es un contenido de aprendizaje, los docentes no están listos para enfrentar el reto de dirigir la educación artística. Desgraciadamente, los normalistas no están suficientemente preparados en esta área de aprendizaje. De acuerdo con el actual plan de estudios de la Licenciatura en Educación Primaria, que data de 2012, la educación artística apenas es tratada durante cuatro horas a la semana en el quinto semestre (música, expresión corporal y danza) y el sexto semestre (artes visuales y teatro).

Por ello, el sistema escolar ha incluido profesores especializados en educación artística, muchos de ellos egresados de la Escuela Normal Superior de Yucatán (Ensy) y otros de la Escuela Superior de Artes de Yucatán (Esay), la licenciatura en Artes Visuales de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) o del Instituto Nacional de Bellas Artes en el estado. Lamentablemente, los egresados de estos centros educativos no han logrado cubrir las necesidades escolares en toda la entidad. Y si a ello se le añaden los diferentes perfiles de los egresados, mayores dificultades presenta la operación en esta área de aprendizaje.

Aunque el problema central no está en las circunstancias antes señaladas, sino en un aspecto más profundo, fundamental y vertebral: el arte, al ser tratado como contenido de aprendizaje, sólo será objeto de estudio y no el marco pedagógico en el que sean desarrolladas diversas actividades de aprendizaje. Por ejemplo, al desentrañar los estilos de algunas expresiones artísticas de cierta época, será más seguro entender cabalmente las condiciones sociopolíticas de los hechos históricos de una sociedad y criticar las reacciones ocurridas, incluso proponer lo que los escolares hubieran hecho en circunstancias semejantes. Es más preciso descubrir la crítica de los artistas a través de sus obras, que la explicación de los historiadores, que siempre han sido las voces de quienes consiguieron el poder.

Otra posibilidad de aprendizaje, teniendo el arte como el encuadre de las acciones educativas, sería lograr que los estudiantes manifiesten sus opiniones o creencias, incluso sus hipótesis, mediante la expresión artística. Un relato o una pintura reflejarían sin lugar a dudas su conocimiento, pensamiento, aprendizaje, reflexión, y hasta proposiciones. El lenguaje artístico permitiría a los escolares ir más allá de las respuestas que se les piden en los cuestionarios de evaluación: les impulsaría a proyectar su visión de mundo. La expresión artística les facilitaría manifestar sus pensamientos, sentimientos y deseos frente a cualquier contenido de aprendizaje, ya sea de lenguaje, matemáticas o ciencias.

De acuerdo con los planteamientos de Clara Megías y María Acaso, en su libro Art thinking, que podría ser traducido como arte-pensamiento (Editorial Paidós, 2017), la praxis artística considera cuatro elementos que deben pasar del arte a la educación: el pensamiento divergente, crítico y creativo como alternativa al pensamiento lógico-positivista que prevalece en la escuela; el placer como participante principal; la pedagogía como el proceso que genera el conocimiento, más que transmitirlo, el trabajo colectivo y por proyectos. Tales premisas bien podrían servir de base para diseñar un programa educativo que favorezca la formación integral de auténticos ciudadanos capaces de opinar, criticar y crear; construir conocimiento entre todos, disfrutándolo ampliamente.

En entrevista reciente a María Acaso, una de las autoras del libro citado, ésta subrayó la importancia que podría tener un hecho simple y sin aparente importancia: “Llevar una sandía a clase consiste en una dinámica que activa la curiosidad, y esta sensación de no saber qué es exactamente lo que va a pasar se configura como la antesala del aprendizaje. La expectativa, humor, ironía y sorpresa son elementos clave a la hora de generar conocimiento, como sabe muy bien la industria del entretenimiento. Nosotras reclamamos la necesidad de incorporar estos elementos en la escuela y otros contextos educativos, para crear una alternativa crítica a dicha industria.”

Efectivamente, a una sandía se le podría sacar todo el jugo que nadie podría imaginar: desde saborearla y sentir su consistencia con el tacto, hasta crear con ella un personaje de ficción; pintarla en un cuadro, sola o acompañada; inventar una canción o un poema frutal y durante el proceso creativo añadirle las características naturales (botánicas, por ejemplo), sociales (su producción y su comercialización), entre otros aspectos relativos al conocimiento. Por desgracia, no han aparecido aún los gestores educativos que la población ha necesitado desde hace décadas, en tanto las autoridades escolares no han promovido aún las alternativas educativas que el país requiere en la actualidad, ya no digamos para el futuro.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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