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Jesús Hernández Martínez
Foto: Info QRoo
La Jornada Maya

Martes 22 de noviembre, 2017

Si de depredar se trata aquí estamos los quintanarroenses, bien pudiera decir un pegajoso comercial, radiofónico o televisivo, y no mentiría. En Quintana Roo nos encanta destruir los recursos naturales y parece que hasta ahora vamos bien.

Varios podrían extinguirse totalmente a corto plazo y con ellos las atractivas bellezas de nuestro estado que tanto gustan a los visitantes y tantas ganancias generan, aunque no se reparten equitativamente.

No es difícil hacer el recuento: primero fueron las maderas preciosas y luego las tropicales de las que quedaron en la entidad mínimas ganancias, pues se llevaban al interior del país o al extranjero en trozos y tablas, no en muebles, es decir con nulo valor agregado.

Las dependencias encargadas del ramo, federales y estatales, autorizaron cuotas anuales de aprovechamiento a los ejidos que contaban con los recursos naturales; se fueron elevando esas cuotas sin reforestar, corrió mucho dinero, se impuso la corrupción y la industria maderera ya solo es historia en esta entidad caribeña.

Las personas mayores aún recuerdan cuando, hace casi medio siglo, las aguas del Río Hondo trasladaban grandes troncos de madera a la añorada empresa Maderas Industrializadas de Quintana Roo, Miqroo, que operó por muchos años en el poblado fronterizo Subteniente López, que los convertía en tablas para ser llevadas a los mercados foráneos.

Por otra parte, en la actualidad, con justificada razón, se hace mucho escándalo cuando se reporta la tala del mangle costero que a fin de cuentas sigue destruyéndose, pero se habló poco o nada cuando el chit, esa variedad de palmera con que se techaban las palapas convertidas en restaurantes o anexos de hoteles que tanto gustan a los visitantes. Hace unos 30 años la federación fue tajante, convirtió al chit en una especie protegida y su aprovechamiento es delito.

Pero la naturaleza es sabia, con el fracasado programa arrocero se trajo simiente del norte del país y la semilla llegó contaminada con zacate johnson que se convirtió en plagas que impedían el desarrollo del arroz.

Alguien descubrió que el zacate johnson, el cual crece como una plaga, serviría para techar palapas y ahora, aunque no tan boyante, su corte y venta es otra actividad de varios ejidatarios.

De la chivita, una abundante variedad de ostión pequeño en la laguna de Bacalar y otros espejos de agua dulce, muy codiciada como botana en los restaurantes de productos de mar, hubo de prohibirse su captura, pues iba derecho a la extinción.

La prohibición de su captura provocó una serie de protestas por quienes la explotaban sin ningún control y, según se averiguó, sigue capturándose furtivamente.

Del caracol rosado y blanco las vedas son cada vez más prolongadas, pero no cesa su pesca furtiva. Lo mismo pasa con la langosta, con eso de la “extensísima” costa e incapacidad oficial de vigilar mejor que se cuiden esas especies.

Relativamente restringida, la caza del venado cola blanca es legal en Quintana Roo y es común que a la vera de las carreteras federales, varones y mujeres del campo ofrezcan carne ahumada de esa especie, así como de tepezcuintle, armadillo y pavo de monte.

De vez en cuando se reporta que cazadores furtivos matan ejemplares de la variedad local de jaguar que la población local identifica mejor como balam.
Y así seguimos caminando los quintanarroenses, quitándole a la naturaleza. A ver qué piensan de nosotros las futuras generaciones cuando las bellezas naturales sólo sean bonitos recuerdos y puedan disfrutarlas en películas y fotografías.

¿Y la tortuga?, pues públicamente se dice que se protege al extremo. Sin embargo, hace unos meses un funcionario de Isla Mujeres ofreció como botana en una reunión privada con amigos en Chetumal, huevos y carne del nada despreciable quelonio.


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