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Giovana Jaspersen
Foto: cortesía
La Jornada Maya

Viernes 10 de noviembre, 2017

"No quiero salir en la fotografía, sólo mi bordado”, nos dice Nidia Itzá de 53 años, con voz y mirada tímida, sabe de la contundencia de sus hilos y que son también su rostro.

La penumbra del anonimato se rompe en el rostro de Adalberta Mukúl de 77 años, contando como “en la noche no tenía luz, así que bordaba con una vela”; lo hizo por 60 años a luz de día o de cerilla, y construyó así la relación más fuerte de su vida, hasta que al enviudar comenzó a llamar “esposo” a su máquina de bordar. Creció y vivió bordando y en los hilos halló también consuelo, refugio y medicina; comprensible sólo cuando se escucha a Julia Castro con 79 años confesar “costuro cuando no puedo dormir”.

Quien borda, concilia el sueño y lo pierde trabajando. Como América Poot, quien dice “bordando gano, aunque sea poco”, y su real fortuna se encierra en el orgullo de ser el sustento de su familia a los 73 años. Esa fue su educación, “a los antiguos nos enseñaron a bordar, como a ustedes a leer”, resuena en voz de Amelia Poot Dzul, con la sabiduría inscrita en cada uno de sus 77 años, sabe que el bordado son sus letras, medio de comunicación y supervivencia.

Lo hacen a diario y lo cuentan, como Julia Castro de 79, cuyo rostro contrasta con el de María Inés Chulim, de apenas 25. Su faz joven encarna miles de años cuando visita a su suegro jmeen de Xocén para pedir “a la diosa Ixchel, diosa del hilo y del bordado, para trabajar”, para conservar la mente clara y ser precisa, tanto como sus palabras.

Son enseñanza de vida continua y permanente, cuando dice con todas las voces Miguel Yah Poot, hombre, de 53 años “me dedicaré a esto hasta que Dios me jubile”, y con sus palabras nos muestra estar equivocados al atribuir género a un oficio y pasión.

Sus historias se mezclan como los hilos, sus vidas son una misma, regularmente sin nombre ni firma. No los escuchamos al acercarnos a observar sus bordados, vemos hebras entorchadas y no las historias de hombres, mujeres y familias.

Son historia en maya, que es lengua viva, “siempreviva” como el X´manikté, posiblemente la técnica de bordado más antigua de Yucatán, endémica y prehispánica. Sería superfluo e injusto decir que es una puntada, pues lleva inscrito en el hilo el concepto de lo eterno y lo cíclico, y con ello la historia de miles de años y bordadores. No tiene inicio ni fin, es el movimiento de la serpiente en ascenso y descenso, por los trece cielos y los nueve niveles del inframundo; se le ha relacionado con la muerte y la vida, con lo circular, la lengua y el canto; los dotes y las virtudes. Su conocimiento se ha logrado mantener vivo de generación en generación gracias a quienes no firman sus obras, pero hoy paradójico a su nombre cuyo significado se relaciona con lo eterno, se encuentra en vías de extinción.

Su complejidad ha hecho que se desvanezca de poco en poco, a cuenta gotas. Al verla sorprende tanto su belleza como su laboriosidad, materialización de todo el imaginario que porta, y asalta la duda de cómo conservarla, cómo darle vida a la “siempreviva”. Cómo darle voz.

La única respuesta es contando sus historias, poniendo rostros, dando nombre y sitio, enalteciendo y honrando. Hoy, la capilla del Museo Regional de antropología Palacio Cantón se dedica a ello alojando la exposición temporal X´manikté eterno. En el espacio guarda no sólo las historias de todas estas voces, sino también la de un modelo de participación que habría de destacarse entre otras exposiciones. El punto de partida fue la iniciativa de un colectivo de jóvenes fotógrafos conformado por Silvia Carrillo, Jimena Horta, Michael Cobián, Fernanda Ortiz y Leslie Santos, quienes, con cámara en mano y destino, fueran documentalistas, etnógrafos y gestores de su propio proyecto; conservadores y defensores de la historia. Fueron beneficiados con el apoyo de los Fondos Municipales del Ayuntamiento de Mérida y supieron que las instancias públicas pueden ser laboratorios de proyectos y facilitadores de procesos participativos.

Fotografías bordadas y bordados fotografiados, historias escritas en lengua maya, todo para que siga viva la “siempreviva” cultura maya.

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