El Boffas
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Miércoles 13 de septiembre, 2017
“Cuando el mundo se acabe yo me voy para Yucatán”, más o menos reza un refranero popular acuñado, jocosamente, por turistas nacionales que por años han visitado el estado.
Pero, irónicamente, ¿Yucatán es todavía el sitio seguro para resguardarse de los portentosos males nacionales como, por ejemplo, la inseguridad? En materia de seguridad, los censos nacionales y las cifras del Inegi reportan que Yucatán es, ahora, la entidad más segura del país. Cero secuestros en los recientes cinco años, cero ejecuciones por crimen organizado desde 2008, alrededor de siete feminicidios oficiales desde 2012 a la fecha –aunque organizaciones no gubernamentales sostienen que son más de 30 las muertes violentas contra mujeres- y el único “lunar” es la alta tasa de suicidios anuales. En 2016 se contabilizaron alrededor de 250, y en lo que va de 2017, ya suman 136 casos.
Hasta allí, la seguridad de Yucatán es, al menos en los círculos oficiales y en determinados sectores sociales, una realidad.
No obstante, lo impensable sucedió casi a la medianoche del jueves para viernes: el temblor de 8.2 grados Richter, con epicentro en la población de Jijijialpan, Chiapas, trastocó la presunta afable vida de miles de yucatecos, la mayoría radicada en Mérida.
Por primera ocasión en muchos años, quizá en las últimas ocho décadas, de acuerdo con testimonios históricos, no se sentía en la entidad una réplica de temblor con determinada intensidad, breve, de aproximadamente 20 ó 30 segundos, pero que hizo que una “pila” de yucas saltara de sus hamacas desde donde, según la ancestral tradición, se rascan el tuch (en lengua maya, ombligo). Se habla de que en la década de los setenta, un temblor que destruyó la ciudad de Antigua, en Guatemala, también se dejó sentir en Yucatán.
En efecto, la réplica del temblor que desgraciadamente ocasionó daños en Chiapas y Oaxaca, principalmente -con saldo de más de 90 muertos y más de 350 mil familias afectadas, aunque en Chiapas hay 1.5 millones de damnificados-, causó en los meridanos y, yucatecos en general, impacto. Los dejó literalmente mudos y hasta con temblores en diversas partes del cuerpo. Al menos, algunas manos no podían sostener la taza del café. Y no es mentira.
En Yucatán sí tembló, algo poco creíble sobre todo por la placa tectónica del suelo estatal, dirían los expertos, ya que ésta se compone de un mundo de piedra-laja, incluso donde han fracasado los excavadoras con la tecnología más avanzada, de las que tienen punta de diamante. Todas se han roto. Pero la naturaleza todo lo puede.
No fueron pocas las personas a las que el temblor afectó de varias formas. Desde el clásico mareo hasta problemas estomacales que, finalmente, derivaron en diarreas. El origen es nervioso. No cabe duda.
Y es que las nuevas generaciones de yucatecos no saben qué es un temblor. Están acostumbrados al diario pesar del sofocante sol con todo y sus temperaturas que rayan en los 40 ó 42 grados, y se previenen de las lluvias durante los últimos cuatro meses del año porque siempre hay peligro de ciclones o huracanes, de los cuales dos los han marcado en los últimos 30 años: [i]Gilberto[/i] (1988) e [i]Isidoro[/i] (2002). De allí, no más que amenazas y ventarrones “que nos hacen lo que el viento a Juárez”, dirían algunos.
Los más avezados se dirigieron a Puerto Progreso, el municipio costero más importante de Yucatán y que sólo se ubica a 36 kilómetros de Mérida, para comprobar que en sus costas no se formó algún tsunami que arrasara con todo lo existente. Aun así, los porteños también sintieron la vibra del sismo.
A pesar de todo el susto, los yucatecos en general tuvieron una noche que no olvidarán. Ni en sus más remotas pesadillas verían que la laja del suelo temblara. Al otro día el tema no fue más que uno: la réplica del sismo. “¿Y dónde te agarró el temblor?”, bromeaba la gente al tiempo de evocar la canción del legendario músico tabasqueño Chico Che.
Las autoridades gubernamentales salieron a tranquilizar el panorama e informaron que no hubo problema alguno; eventualmente el desalojo de turistas de un hotel de lujo y policías rondando cumpliendo el protocolo de seguridad. Una noche, sin duda, diferente. Con la amenaza de que algún huracán se desvíe para el sureste y, por supuesto, previsible. Pero un temblor no está en el catálogo de problemas de los yucatecos. Todavía no.
Pero con todo y el sismo, ¿la seguridad es una constante en Yucatán? Sí, todavía es una entidad con buena calidad de vida. Simplemente fue una noche distinta, rara, casi increíble. Pero no cabe duda de que la madre naturaleza castiga los excesos humanos. A pesar de que se acabe el mundo, todavía pueden venir para Yucatán.
El saldo final en la entidad: mucho susto, insomnio y una que otra prenda íntima desteñida.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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