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Marlene Santos Alejo
Foto: Afp / Archivo
La Jornada Maya

Lunes 4 de septiembre, 2017

Fue una extraña y prematura clasificación al Mundial, pero no feliz. La poca gente que aprovechó el 2x1 en el estadio Azteca acudió decidida a divertirse, con o sin lluvia, y pasara lo que pasara en la cancha. Lo primero era echar leña al fuego de las multas, algo así como decir: si Decio de María y Guillermo Cantú quieren hacer dobletear al técnico, pues ahí va el “¡eeeh, pu…!”

En el aeropuerto aquella noche de julio fueron unos cuantos los que insultaron a Juan Carlos Osorio, pero el viernes en el Coloso de Santa Úrsula fue cosa de que el sonido local mencionara su nombre para que enseguida unas 30 mil almas lanzaran una rechifla reprobatoria. Más claro ni el agua. Así que, señor De María, no diga que todos lo quieren.

El verano resultó tóxico, saturado del [i]Tri[/i]. Los jilgueros de la televisión no supieron hacer otra cosa que vender la Copa Confederaciones rusa y la Copa Oro en las que México resultó un fiasco. Y como si se requirieran más partidos moleros, no faltaron los de preparación, los respectivos amistosos hacia esos certámenes.

Nunca antes la afición mexicana dispuso de mejor ocasión para conocer al Tricolor de Osorio, así como al propio míster en diversas facetas, y lo que vio no le gustó. Se produjo un socavón que dejó por un lado a la selección nacional y por otro a un público que pasó del enfado a la indiferencia.

La gente protesta por tantos cambios y el míster lo resuelve con semántica: No son rotaciones, pues esta palabra tiene una raíz negativa, explica; son alternativas tácticas… Para el caso es lo mismo, el divorcio ya está, sencillamente Osorio no encendió una chispa de simpatía o empatía con el público y la federación no lo ayudó.

Parece de esos personajes que se toman demasiado en serio, se olvidan de bromear y, lo peor, de reírse de sí mismo y de ejercer autocrítica. Ensimismado como está en inventar el futbol-ciencia se siente incomprendido; comentó que somos un país con 120 millones de directores técnicos y que carecemos de paciencia.

Al aficionado le falta oír las mentadas y albures que lanzaba Javier Vasco Aguirre o al trotamundos Bora Milutinovic, quien llegó a Costa Rica exclamando ¡pura vida!; en Qatar se dice mexicano nacido en Serbia, y cada que visita nuestro país suelta sin más el “¡pu… madre!” para hermanarse al instante.

Manolo Lapuente no requirió de eso, pero cuando hablaba su ojos chispeaban, contagiaba algo, y su equipo, aquel con Claudio Suárez en primera fila –continuidad del de Miguel Mejía Barón–, era una delicia. A Ricardo La Volpe casi se le perdona haber excluido al Cuau, porque era un adicto a las repeticiones, practicaba mucho y logró que su equipo jugara bien.

De María y Cantú ya pueden ir extendiendo el contrato a Osorio para Qatar; sin embargo, hay luces de alerta. Es atípico que la gente no haya ido al Ángel de la Independencia a cantar el habitual “nos vamos al Mundial, nos vamos…”, y que no idolatre a algún jugador (tan ansiosa está de esa figura que por ahora posa sus esperanzados ojos en Hirving Chucky Lozano).

La principal alarma está a la vuelta de la esquina. El martes Costa Rica, la del quinto partido en Brasil, aguarda. Venció de forma convincente a domicilio a Estados Unidos y quiere también amarrar su boleto a Rusia. El equipo de Óscar Ramírez tiene argumentos futbolísticos para quedar incluso en el primer lugar del hexagonal aun sin tantas alternativas tácticas.

Los clubes europeos cierran fichajes y algunos de la Liga Mx se convirtieron en remedo caricaturesco de aquellos. Ahogados en la borrachera de las contrataciones, el Atlas anunció al inglés Ravel Morrison, Necaxa al argentino-chileno Matías Fernández y Puebla al canadiense Lucas Cavallini... Alguien mencionó en mayo que el Barcelona estaba interesado en Miguel Layún; fue una broma cruel.

León presentó a Gustavo Díaz como su nuevo timonel; en tanto, después de seis fechas, Pachuca, América y Monterrey encabezan las tablas de la Liga Mx femenil que toma impulso. Hasta ahora la decepción es Tijuana, de Andrea Rodebaugh, pues se esperaba más. La gente acude a los estadios, paga por ver jugar a las chicas y las televisoras comienzan a transmitir los partidos, pero faltan patrocinadores y, lo principal, mejores sueldos.

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