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del

René Ramírez Benítez
Foto: Gerardo Jaso
La Jornada Maya

Miércoles 30 de agosto, 2017

Yucatán está mostrando la peor de sus caras; su pecado capital y original. Porque el odio se manifiesta de diferentes maneras y en nuestra entidad se está formando y moldeando con tal gravedad, que no habrá marcha atrás. Porque ese retroceso y odio que se está viendo en este siglo en países como Estados Unidos y ciertas partes de Europa, también está presente en México y, peor aún, en la sociedad yucateca. En semanas recientes, hemos sido testigos de actitudes agresivas y xenófobas en contra de personas provenientes de otras entidades federativas; en comunidades y municipios se ha optado por relegar y expulsar; por prejuzgar y odiar; por decir que todo lo de afuera es el “extraño enemigo”. Porque las personas en las comunidades donde está sucediendo este fenómeno, han empezado a culpar a los [i]fuereños[/i] de los peores males.

Al principio, leía con asombro e incredulidad las noticias sobre esta situación. Sin embargo, lo anterior se convirtió en preocupación, decepción y terror, cuando veía y leía los comentarios de las personas en redes sociales sobre estas noticias. Llegando a ser bastante generalizada una opinión violenta en contra de las personas que venimos de otros estados. Lo peor ha sido que personajes políticos como las diputadas priístas locales Celia Rivas y Elizabeth Gamboa continúan con esta narrativa, empeorando la situación al decir que las personas de afuera no comparten los mismos valores que los yucatecos y sólo vienen a ser un mal o generador del mismo. Porque en el contexto internacional, si nos ubicamos en nuestro vecino del norte, culpan a lo externo como el principal problema a resolver.

Un poco de la historia norteamericana podría enseñarnos lo que sucedería en Yucatán si no se ataca ese tipo de pensamiento. Con la Segunda Guerra Mundial se dio un evento que conmocionó a la potencia del norte; el día 7 de diciembre de 1941, el imperio japonés atacó a la base naval norteamericana ubicada en el puerto de Pearl Harbor, declarándole así la guerra a los Estados Unidos. No obstante, en el suelo americano se presenció también un evento igual de reprobable e impresionante. En California, el cual era el estado con mayor población japonesa, se llegó a dudar de cualquier persona con ojos rasgados. La paranoia era a tal grado, que se crearon campos de concentración para la población asiática, en específico la japonesa.

En dichos campos, no sólo eran privados de su libertad migrantes japoneses, sino ciudadanos nacidos y crecidos en suelo americano, de padres o abuelos japoneses o asiáticos. Irónico ¿no? Estados Unidos combatía al nazismo, que hacía lo mismo sólo que con personas de religión judía. Lo anterior, desembocó en una batalla jurídica que llegó hasta la Suprema Corte de aquel país. Los ciudadanos Gordon Hirabayashi, Minoru Yasui y Fred Korematsu son los casos fundamentales en este episodio, mismos que no acataron la reclusión en los campos de concentración. Los anteriores se resolvieron con la sentencia Korematsu vs United States, en la que la Suprema Corte de los Estados Unidos declaró constitucional el confinamiento de ciudadanos norteamericanos de origen japonés, toda vez que “no asimilan la cultura y tradición americana, y carecen de un sentimiento de lealtad” (Adalid, 2012), por lo tanto, la Corte resolvió que ante esos argumentos “las acciones militares no resultaban irracionales frente a la amenaza que representan los ciudadanos japo-americanos” (Hudson, 2008). De esa manera, la xenofobia se institucionalizó; el odio se convirtió en política de Estado; y el prejuicio sobre otras culturas, a pesar de ser de sus mismos ciudadanos era suficiente para eliminar cualquier derecho humano.

Yucatán está en vías de convertirse en un lugar donde el odio y la exclusión a lo “de afuera” será la política general y el pensar social. Porque ese odio crece y se alimenta sin que nadie lo detenga, acrecentando con los comentarios y acciones de personas políticas sin conocimiento alguno del tema. Porque el campo de concentración que se arma en Yucatán está siendo avalado por nuestras autoridades con su indiferencia y omisión. Espero no ver pronto un Donald Trump yucateco, lo cual parece que lamentablemente así será.

[i]Mérida, Yucatán[/i]


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