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del

Francisco Hernández y Puente
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Jueves 17 de agosto, 2017

Hace un año mi esposa y yo llegamos a Mérida en un nuevo proyecto de vida, como jubilados, después de prestar nuestros servicios durante 40 años a la UAM Azcapotzalco, a la UNAM y al gobierno federal. Convencidos por amigos y familiares de que Mérida era una gran opción, por ser la ciudad más segura del país, y la de mayor calidad de vida, dejamos la Ciudad de México, que “era ya invivible”, coincidíamos todos.

“Si aguantas el calor del mes de mayo y luego agosto”, ya la hiciste me decían mis cuates de la UADY y del CEPHCIS. Luego una vieja amiga de mi mujer, arquitecta, nos vendió una casa en el pueblo de Cholul, “que porque aquí viven los intelectuales, los artistas, los jubilados de la UNAM y de otras instituciones”, “Cholul es el pueblo del futuro”, “algo así como el Coyoacán de Mérida”. Ahora entiendo que eran meros argumentos mercadológicos.

Mérida, y en general la península de Yucatán, han resultado muy atractivos para dos personas que pasaron sus vidas recorriendo el asfalto de la vieja urbe para ir a dar clase o para trabajar como burócrata en las desvencijadas instituciones del Estado mexicano. Ahora llegamos en 10 minutos a cualquier parte; la playa, el museo, el concierto, Santa Lucía, el Amaro, y otros lugares, pero…

Cholul, el pueblo, es una desgracia: sucio, desordenado, calles y baquetas estrechas, sin señalamientos viales, y, lo peor, sin energía eléctrica. En plena Navidad, con la familia en casa, ¡se fue la luz! Entonces no registrábamos que esto ya había pasado, pero no en tal circunstancia.

Los fallos se volvieron costumbre, principalmente los fines de semana, el sábado en la tarde, ¡justo a la hora en que juegan las Chivas, los campeones del futbol mexicano!. Llegó mayo, el mes fatídico, y la luz siguió fallando. Comenzaron los reportes a la CFE, “la empresa de clase mundial”, cuyas telefonistas son muy amables, “estamos para servirle”.

Lo cierto es que dejamos de invitar a familiares y amigos a la casa porque siempre coincidían las visitas con la falla eléctrica. Era mejor aguantar el calor de 37 ó 39 grados centígrados estoicamente solos, que acompañados.

Llegó agosto, el mes definitorio, y la energía eléctrica seguía fallando, pero ahora con más frecuencia, sábados y parte del domingo….¿futbol en mi casa? ¡Cancelado por CFE!
Las fallas son cada vez más frecuentes, ahora en día y hora aleatorios. En cada caso levantando el reporte correspondiente con las amables señoritas de la empresa de clase mundial. No se trata, por cierto, de una falla en mi domicilio, sino de fallas continuas en una zona del pueblo de alrededor de 50 o 60 casas, quizás más. La más reciente fue el fin de semana pasado, sábado y domingo. La luz regresó el lunes, y la falla volvió el mismo día, llevamos 48 horas sin luz. Entre todos los afectados hemos hecho cientos de llamadas al 071.

Ya sabemos que no es un problema menor. Es una falla estructural que requiere una revisión a fondo de líneas, transformadores y cableado, por lo menos. Aparentemente, la instalación actual ya no soporta el crecimiento de Cholul, ¡menos con tanto artista e intelectual!

Dirigimos una carta a las autoridades explicando el problema y solicitando la reparación del las fallas y el restablecimiento del suministro. La entregamos en Conkal, la oficina correspondiente, en las oficinas de Progreso, donde está la subdelegación de CFE. Nadie hace caso. Algunos vecinos pensamos en medidas más radicales, como tomar las calles, o cerrar el periférico. Solicitamos el apoyo del Ayuntamiento para que intercediera por nosotros ante la CFE, pero contestan que ese no es su asunto, como si no fueran representantes de la comunidad. El director de Atención Ciudadana no está en su oficina. Sus empleados no anotan las quejas ciudadanas.

Cholul, la tierra prometida, es un desastre, como Holbox, Celestún, y todos aquellos sitios de la península que poco a poco se deterioran por la indolencia de las autoridades, la soberbia de los empleados públicos, la quiebra financiera de las instituciones, el compromiso retórico y falaz. Lo único rescatable son las amables señoritas de la empresa de clase mundial.

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