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Giovana Jaspersen
La Jornada Maya

Viernes 11 de agosto, 2017


El encuentro con lo desconocido es siempre inquietante; personas, situaciones y cosas, despiertan la intriga y la fascinación, incertidumbre. La observación primera es casi un ejercicio de disección de lo otro por sus partes para poder, a través de nuestros filtros y constructos, comprender y dominar lo incierto.

Cuando pensamos en aquel primer encuentro entre un fraile europeo y un maya hace 500 años, la única herramienta que tenemos para imaginar la forma de asimilación del mundo prehispánico y sus personajes son las crónicas, cartas y descripciones que de esto se hicieron. Hombres como Bernal Díaz del Castillo, Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, junto con frailes como Francisco Núñez de la Vega, Diego de Landa y Bartolomé de las Casas -entre otros-, nos regalaron minuciosas descripciones de contextos que además de ser de suma riqueza documental son un pretexto de imaginación constante. ¿Qué habrá pasado por la mente de fray Diego de Landa la primera vez que tuvo frente a él un rostro escarificado, estrábico, perforado y deformado, cubierto de pigmento rojo y bañado con perfumes herbales? ¿Con qué tuvo que asociar Alvarado lo que sucedía ante sus ojos para “comprenderlo”? ¿Cómo fueron los primeros cruces de miradas? ¿Cómo sería nuestra historia si hubiera estado narrada en voz maya y no europea? Para complementar este ejercicio de imaginación, hoy resulta imprescindible -y totalmente afortunada- la visita al Museo Nacional de Antropología, en donde 333 piezas prehispánicas se levantan siendo la materialización de esta realidad en la muestra temporal [i]Mayas, el lenguaje de la belleza: Miradas cruzadas[/i].

En la exposición, hablar de la belleza como un lenguaje hace explícita la capacidad que tiene esta selección de objetos para narrarnos los rostros, cuerpos, atavíos, formas, animales y dioses que dieron esencia a la cultura maya en tiempos prehispánicos, que encontraron los europeos desde sus primeros viajes y que hasta hoy distinguen a la región a nivel internacional. En salas, se nos cuenta, por ejemplo, desde el naturalismo y a susurros, la delicadeza en un torso femenino y maternal y el movimiento, que es casi una danza, de los brazos de un hombre al acariciar su cabello; nos estremece con las etapas de la vida y las marcas que éstas dejan; nos acerca cabellos, tocados y sombreros, roles y funciones. La exposición es un retrato social, pero también la materialización de la belleza en pleno, con piezas muy alejadas del prejuicio de tosquedad en la plástica prehispánica, para mostrar desde la fuerza desde lo sutil, lo bello, y esto es siempre absoluto.

La muestra, como el lenguaje, se ha transformado en los últimos tres años; en su recorrido por China, Verona, Berlín y el Palacio Cantón en Mérida -entre otros- se ha nutrido y consolidado, ha subrayado lo necesario para decir algo distinto en cada sede. El que hoy sean las miradas cruzadas su punto de partida nos hace introducirnos en las primeras descripciones y registros de los mayas a través de la mirada del otro, pero especialmente reflexionar acerca de los primeros acercamientos y en la asimilación de lo maya y lo español al convivir.

Destaca también en las salas cómo las formas, con el pasar del tiempo, no han perdido vigencia y que son tan contemporáneas hoy como lo fueron en su época. Encontramos incluso representaciones con formas abstraídas, con un lenguaje propio en su tiempo, pero también fuera de él.

[i]Mayas, el lenguaje de la belleza[/i] ha sido la gran exposición del sexenio, imagen de nuestro país hacia el exterior, pero también emblema y satisfacción para los cinco estados de la región maya, muy especialmente para los tres peninsulares, pues en ellos descansa gran parte del acervo. En su inauguración en el MNA vimos un gobierno de Campeche altivo y orgulloso de su trascendencia en la exposición, como también se está desde Yucatán al ver que casi 100 piezas de las hoy expuestas son parte del acervo del Palacio Cantón. Como iniciativa desde el Instituto Nacional de Antropología e Historia es también enorme, en tanto que logra romper la barrera temporal y especializada de la visión arqueológica para regalar a los visitantes un espacio de admiración y disfrute, de libertad frente a lo bello; una relación mucho más directa y personal con los objetos, pues lo que la belleza desata en nuestra especie no tiene ningún referente: activa botones de posesión, disfrute y placer, conexiones que antes fueron mucho más inasibles en el caso de los vestigios arqueológicos. Además, como una postura clara, no de inclusión sino de democratización, el recorrido incluye una ruta para invidentes y relieves de 30 de las piezas para que entre las manos se dibuje también lo bello de lo maya.

Actualmente en nuestro país tenemos 20 lenguas mayas que distan mucho entre ellas y hacen imposible un diálogo. Sin embargo, dentro de las salas del Museo Nacional de Antropología, hoy todos los mayas hablan en el lenguaje de sus formas y raíces, lo más bello de lo maya.

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