Los ojos de la bestia

Manuel Alejandro Escoffié
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 4 de agosto, 2017

El boletín oficial de prensa lanzado con motivo del regreso de [i]Metrópolis [/i](1927) a las salas comerciales en 2010 se refiere a ella como “la madre de todo el cine de ciencia ficción, así como una influencia primordial en Ridley Scott ([i]Blade Runner[/i]), George Lucas ([i]Star Wars[/i]) y la cultura pop en general”. Aunque la descripción no contradice la realidad, peca de caer en la subestimación; si no en lo superfluo. Pero, sobre todo, peca de ser ingenua. Tanto como la trama del filme. Lo cierto es que, a noventa años de su primer acto de presencia en el subconsciente colectivo, el legado de ésta épica de expresionismo arquitectónico alemán concebida por Fritz Lang y Thea Von Harbou, acerca de una distopia (la primera de su tipo en la pantalla) dividida entre una clase obrera viviendo en condiciones de opresión bajo una ciudad futurista y una clase privilegiada habitando en su superficie, merece ser entendido como el de una bastante surtida tienda de abarrotes iconográfica y referencial, a la que los cocineros de la cultura mediática acuden desde hace décadas para comprar los ingredientes precisos con los cuales poder influir en nuestra dieta de consumo fantástico; sea degustada en películas, libros, comics, series de TV, videojuegos, o por cualquier otra vía de digestión.

Al momento de su debut el 10 de enero de 1927 en el Teatro Ufa-Palast am Zoo de Berlín, el primero corte de [i]Metrópolis [/i]contaba con una duración de 153 minutos. Parufamet, la empresa representante de los tres estudios involucrados en su financiamiento (UFA en Alemania; Paramount Pictures y Metro Goldwin Mayer en EE.UU.), ordenó una versión de 115 minutos para distribuirse en Norteamérica y Reino Unido. Posteriormente, una tercera versión con apenas 91 minutos fue distribuida en 1936 y archivada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Esta última, la más conocida a nivel internacional, omitía el subtexto comunista y las imágenes religiosas que proliferaban en el primer corte. Sin embargo, también omitía considerable información relacionada con la motivación de los personajes; ocasionando que los espectadores encontrasen el argumento difícil de seguir y más bien le atribuyesen el duradero impacto que el filme les dejó tanto al portentoso diseño de su mundo artificial como al ingenio detrás de los efectos visuales que al mismo daban vida. Y habiendo tenido oportunidad reciente de ver la más completa versión disponible, me atrevo a añadir que con muy buena razón. El maniqueísmo del que adolece su premisa central (o más bien, slogan) , la cual afirma que la clave para acabar con el conflicto de clases sociales radica en que “el mediador entre el cerebro y las manos sea el corazón”, misma que los personajes aprovechan para reiterar con la misma sofisticación y sutileza dignas de una hipotética edición de “Socialismo Light para Dummies”, debería ser más que suficiente para dejarnos a todos en claro que, entre las muchas razones por las cuales vale la pena que Metrópolis sea recordada, su contenido formal no es precisamente una de ellas.

Propongo mejor celebrar que, además de Scott y Lucas, visionarios como Alex Proyas ([i]Dark City[/i], 1998), Luc Besson ([i]El Quinto Elemento[/i], 1997) y Terry Gilliam ([i]Brazil[/i], 1985) también hayan “robado” sus semillas para plantarlas en su propio jardín. Que no podamos ver al científico Rotwang (Rudolph Klein Rogge) rodeado de bulbos y transistores en su laboratorio o presumir su siniestra mano de látex negro sin pensar respectivamente en [i]Frankenstein [/i](1931) y [i]Dr. Insólito[/i] (1963). O que si Madonna encabezó la rebelión proletaria en contra de un Peter Weller vestido de traje y corbata en el video [i]Express Yourself[/i] (1989) fue porque Lang allanó el terreno visual para ello. Celebremos que Metrópolis ha sido y continúa siendo un infinito pozo de inspiración de cuyas aguas cualquiera es bienvenido a beber. Y eso, bajo admisión tardía del propio Lang, no a causa de su historia o personajes, sino a pesar de ellos.

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