de

del

Rafael Robles de Benito
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Miércoles 26 de julio, 2017

No pasa un mes sin que tengamos noticia del varamiento de algún mamífero marino en las costas de nuestro país. La península de Yucatán no queda exenta de este fenómeno. Es frecuente encontrarse en los medios con el anuncio de que se encontró un delfín, alguna ballena y, a veces, un manatí varado en alguna de las playas de la región. Quizá, en circunstancias diferentes, consideraríamos este asunto como algo cotidiano, usual, parte de la dinámica natural de los mares, pero no es así: cada vez que nos enteramos de que ha encallado algún mamífero marino nos atraviesa una cierta sensación de indignación.

Con la poderosa ayuda de Hollywood, y desde antes de la existencia del cine, se ha dotado de un formidable carisma a estos animales. No es gratuito que el orden al que pertenecen los manatíes se llame [i]sirénidos[/i]. Es cierto que no cantan y que no corremos los peligros de [i]Ulises[/i] al toparnos con ellos. Pero cuando los exploradores del renacimiento español se los encontraron y vieron a las hembras amamantar en el agua, no es de sorprender que hayan dicho de inmediato: “¡Aquí hay sirenas!”. Habría que sumar a esto la percepción de serenidad que aporta su pausada forma de nadar por las someras aguas caribeñas y del Golfo de México.

Tampoco extraña que después de que Melville publicara [i]Moby Dick[/i], las ballenas se convirtieran en fabulosas bestias, casi místicas. En el caso del gran cachalote blanco, muchos parecen considerarlo la encarnación del mal. Ahora, con una perspectiva inmersa en el temor y la culpa de que resultemos ser la causa principal de las extinciones, nos llenamos de orgullo nacionalista al considerar a nuestro país santuario y madre patria de las ballenas (aunque esto solamente aplique para unas cuantas especies y para el Golfo de California).

Después surgieron las cursilerías televisivas de Flipper, delfín doméstico que, al estilo Lassie, salvaba a los pequeños de los ataques de los tiburones (en Florida, era más fácil contar la historia con delfines y escualos que con perros Collie y jaguares, pero la premisa era la misma; los animales “más inteligentes” son naturalmente buenos, y se subordinan a sus amos niños). La mayor de las cursilerías cinematográficas fue la saga de Willy, esa orca de aleta dorsal atrofiada por el cautiverio, a la que había por fuerza que “liberar”, en una alegoría gazmoña del niño que busca la libertad ante un mundo adulto lleno de reglas, límites y controles.

El punto es que, al menos en occidente, hemos urdido un arreglo cultural que hace de los mamíferos marinos encarnaciones de la ternura, la inteligencia “no humana” y el sentido moral de al menos algunos grupos de animales. No es extraño entonces que nos sintamos consternados cuando encalla un mamífero marino en alguna playa. Las organizaciones no gubernamentales de protección a los animales se movilizan, los medios de comunicación acuden presurosos y los residentes locales muestran una disposición a la solidaridad ausente frente a los problemas de sus vecinos más inmediatos. Usualmente, las autoridades son las últimas en llegar a la escena.

Después, las explicaciones de los expertos acerca de las causas del varamiento no resultan satisfactorias. Como en el fondo todos nos sentimos un tanto culpables de las presiones que sufren los seres de la naturaleza, reaccionamos buscando culpables, y los que tenemos más a mano son, por una parte, los científicos, que no parecen tener un conocimiento cabal de lo que lleva a un delfín, una ballena o un manatí vararse en una playa y condenarse a la muerte; y desde luego a las autoridades – que arrastran consigo cualquier cantidad de culpas legítimas – a las que responsabilizamos por no haber estado a tiempo de haber atendido el evento con eficacia.

Lo cierto es que necesitamos mejores protocolos para asistir a los mamíferos marinos varados o para atender y someter a la ciencia forense a los cadáveres de aquéllos a los que no se haya logrado devolver al mar. Necesitamos medidas más robustas para proteger a los mamíferos marinos, muy particularmente a los más vulnerables, como los manatíes en su hábitat. Aunado a no cerrar por razones banales los negocios que dependen de tener unos cuantos mamíferos marinos en cautiverio, es lo que debería estar preocupando a nuestros legisladores, y a las autoridades ejecutivas responsables de la conservación de los recursos naturales nacionales.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


Lo más reciente

Milei: pelear con (casi) todos

Astillero

Julio Hernández López

Milei: pelear con (casi) todos

INE ordena a Gálvez detener plagio de logotipo

Dinero

Enrique Galván Ochoa

INE ordena a Gálvez detener plagio de logotipo

Rumores: el otro incendio

Editorial

La Jornada

Rumores: el otro incendio

Nuevo motín estalla en la cárcel de Ecuador de la que escapó el narcotraficante 'Fito'

En videos difundidos se aprecia un incendio desde el interior de uno de los pabellones

Efe

Nuevo motín estalla en la cárcel de Ecuador de la que escapó el narcotraficante 'Fito'