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del

Manuel Alejandro Escoffié
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 21 de julio, 2017

Haré a continuación algo que jamás acostumbro hacer. Voy a prejuzgar una película que aún no existe. O mejor dicho, voy a manifestar mis sentimientos respecto a la idea de que dicha película sea producida. Y créanme cuando digo que dichos sentimientos poseen de entrada una cualidad notablemente problemática; tan solo por decir lo de menos.

La semana pasada, Quentin Tarantino hizo anuncio formal de su siguiente largometraje. El aclamado y polémico auteur de [i]Perros de Reserva[/i] (1992), [i]Pulp Fiction[/i] (1994) y [i]Django Sin Cadenas[/i] (2012) dirigirá su cámara hacía nada menos que el clan de Charles Manson y sus infames homicidios llevados a cabo en California a finales de los años sesenta. Para quienes sean muy jóvenes para saberlo o muy viejos para recordarlo: durante la madrugada del 8 de agosto de 1969, los trastornados miembros del grupo, bajo las órdenes expresas de Manson, irrumpieron en una residencia de Beverly Hills y apuñalaron hasta la muerte a cinco personas; incluyendo a la actriz Sharon Tate, esposa embarazada de Roman Polanski. El incidente supuso para muchos la dura transición de una idílica época de “amor y paz” a otra de paranoia e incertidumbre. Un cubetazo no de agua fría, sino de sangre inocente.

Tomemos como punto de partida lo que no sabemos. No nos consta si los personajes serán referentes específicos de sus contrapartes en la realidad o versiones ficticias con nombres diferentes. No sabemos si el foco del argumento estará centrado en Manson, en alguna de las tres adolescentes a las que manipuló para cometer dichos crímenes, en las autoridades encargadas de la investigación, o en Tate y su inenarrable sufrimiento. También ignoramos con base a cuál corriente o género – horror, slasher, drama criminal – pretende Tarantino construir su visión de lo sucedido. Bajo su propia admisión, esto suele marcar en su trabajo una gran diferencia de decisiones estilísticas entre algo como [i]Jackie Brown[/i] (1997), a la fecha su obra más madura en lo que a desarrollo de personaje se refiere, y, digamos, [i]Bastardos Sin Gloria[/i] (2010). Sea como sea, no sabremos qué poder esperar hasta después del hecho. Sin embargo, lo que sí sé respecto a Tarantino conforma el núcleo, no solo de mis reservas ante el proyecto, sino también de las que conservo en relación a su perfil como realizador.

A Tarantino le fascina la sangre. Se regodea en el poder de los disparos, las mutilaciones y los desmembramientos en calidad de catalizadores baratos de adrenalina; a la manera de teatro grand guignol o de videojuegos tipo Mortal Kombat. Violencia fantástica, amoral y puramente estética con diálogos irónicos, referencias posmodernas y sensaciones primarias a expensas del dolor de las víctimas. Incluso los defensores del osado revisionismo histórico de Bastardos Sin Gloria en pos de la reivindicación de una minoría racial oprimida mediante una retribución “sangre por sangre” difícilmente podrán negar que tal reivindicación muy poco significa fuera de los códigos y convenciones fílmicas en los cuales se circunscribe.

Tampoco podrán ignorar la diferencia entre usar al Nazismo de la Segunda Guerra Mundial como patio de juegos para el pandemonio de una ficción y hacerlo con la Era de Acuario y un pandemonio de la realidad que implica a familiares aún en existencia. ¿Seré, entonces, el único al que no le entusiasma el prospecto de una mujer con ocho meses de embarazo ser salvajemente apuñalada en 70 mm y al ritmo de “[i]Good Vibrations[/i]” de los Beach Boys?

Como muchos, soy un creyente de la catarsis que los actos brutales en la pantalla pueden proporcionar bajo circunstancias justas. Pero al mismo tiempo siento suficiente respeto por el poder de la violencia fuera del arte cinematográfico como para relegarlo a una simple cuestión de estética. Hasta no ver el filme, sostengo la frágil y quizás ridícula esperanza de que, contra todos los pronósticos, Quentin Tarantino me cierre la boca demostrando por primera vez que, aunque a niveles mínimos, tenemos ese respeto en común.

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