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Carlos Meade
Foto: Gerardo Jaso
La Jornada Maya

Jueves 20 de julio, 2017

Es difícil generar un modelo turístico tan gandalla como el que se extiende en las costas de Quintana Roo. Es difícil porque parece que sus promotores tienen una visión no sólo miope sino suicida. Yo como turista, jamás regresaría a un destino que me trata tan mal.

Un simple ejemplo pinta perfecto los proyectos hoteleros gandallas que dominan la escena en la Riviera Maya. A lo largo de la autopista Cancún-Tulum, enormes hoteles bajo el esquema [i]All Inclusive[/i] se anuncian con apantallantes vestíbulos de arquitectura grandilocuente y pésimo gusto. Para llegar a estos lugares sólo hay acceso e indicaciones para automovilistas. Se asume que los peatones no existen. Sin embargo, los empleados de esos hoteles son peatones y muchos de los turistas también disfrutan hacer uso de servicios de transporte público, por lo que caminan a la autopista. Allí, se dan cuenta que no existe una parada para estos servicios, que se mojarán si llueve y se morirán de calor si hay sol cayendo a plomo sobre el pavimento. Los empleados lo sufren todos los días.

Pero eso no es todo, si necesitas cruzar la carretera pues quieres moverte hacia Tulum, lo harás corriendo el riesgo de ser atropellado por vehículos que circulan a 120 km/h. Cuando uno maneja por esta autopista es frecuente ver grupos de empleados o de turistas que cruzan la carpeta asfáltica como ratones asustados.

Ninguno de los hoteles ha levantado un puente peatonal para la seguridad de sus empleados y sus huéspedes. Tampoco hay un techo donde esperar la combi. Es inconcebible pero así es este modelo de hacer turismo en Quintana Roo.

Si eres turista y se te ocurre rentar un auto para hacer algunos paseos, no entenderás porqué en la carretera hay 150 letreros que marcan diferentes límites de velocidad, que fluctúan entre 40 y 100 km/h. A veces, un letrero que marca una velocidad es anulado por otro que, a pocos metros de distancia, marca otra velocidad.

Si necesitas esperar a alguien en el aeropuerto, verás que el área de espera internacional es al aire libre, que no hay bancas y tampoco una pantalla de información. Y cuidado si rentas una bicicleta en Playa o en Tulum: tu vida correrá peligro.

Tampoco entenderás para qué sirven los retenes, ahora llamados “filtros policiacos”, que son como estúpidas casetas de recepción armada, a la entrada de las ciudades, donde ostentamos la obesidad de nuestros policías. Menos entenderás que estos filtros de pronto cierren un carril y provoquen un embotellamiento que incluso podría causar que pierdas el vuelo.

Tenemos unos taxis con precios abusivos que, con toda la fuerza de sus sindicatos, coludidos con el PRI, se empeñan en boicotear la entrada de Uber para seguir monopolizando el transporte público.

Con alrededor de 90 mil cuartos de hotel, la autopista Cancún-Tulum está saturada. En las horas pico es lenta y sus dos carriles y pasos a desnivel resultan insuficientes. Pese a ello, la postura de los inversionistas y del gobierno es que se pueden construir otros 90 mil cuartos, así lo prevén los programas de ordenamiento territorial y desarrollo urbano. Mi pregunta es si ya está planeado un segundo piso para la autopista o cómo harán para manejar el tráfico vehicular cuando se duplique.

Ni qué decir que, bajo el esquema actual, cada nuevo cuarto hotelero significa más deterioro ambiental y más presión demográfica, ante la incapacidad de la administración pública de hacer valer los lineamientos de construcción y ante la imposibilidad técnica y financiera para dotar de servicios a los nuevos asentamientos humanos.

Desde sus orígenes, Cancún, Playa y ahora Tulum han crecido de forma desordenada, donde el modelo de invasión de tierras ha sido una constante. Los asentamientos irregulares que poco a poco se van regularizando configuran un esquema perverso de crecimiento urbano. Los invasores, de hecho, son grupos políticos con respaldo de arriba. Grupos que se aprovechan de la necesidad de la gente para apropiarse de tierras que sólo necesitan para especular. Así, en esas colonias que surgen espontáneamente, vemos a gente pobre y sin tierra que levanta su casucha de cartón, pero también vemos a los prestanombres de líderes políticos y de funcionarios públicos apropiándose, a lo gandalla, de una tierra que no necesitan.

En el ámbito laboral los atropellos son múltiples. Los trabajadores de la zona maya viajan dos horas para llegar al trabajo y dos horas para regresar a casa. Todos los días. Las empresas deberían darles vivienda en lugares cercanos al centro de trabajo o, por lo menos, pagarles las horas muertas.

Las condiciones laborales son lamentables: empleo incierto, contratos mensuales, bajos salarios, pésima comida. Pero la sobre oferta de mano de obra favorece a los empleadores.


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