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José Luis Domínguez Castro
Foto: Archivo
La Jornada Maya

Martes 18 de julio, 2017


Ver más allá de lo que aparece, es la consigna de los científicos de distintas nacionalidades y especialidades, que se reúnen a trabajar en el Observatorio Astronómico de Arizona y quienes dieron a conocer en reciente entrevista su objetivo de ampliar mucho más allá de lo que nuestra vista puede alcanzar, las realidades de nuestro sistema planetario, de la galaxia y del cosmos, en general. Al ampliar nuestro horizonte visual se comprende mejor el mundo en que vivimos y se analizan de otra forma los orígenes de nuestros conflictos cotidianos.

Quienes hacen ciencia, en cualquier disciplina, están llamados a ofrecer nuevas soluciones a los viejos problemas del mundo. Éste era el propósito firme de un grupo de profesionistas yucatecos de ideas liberales que vivieron a mediados del siglo XIX y que al triunfo de la República (1867), veían más allá de lo que la realidad social les ofrecía; tenían ya preparado un programa de renovación estructural, basado en una nueva legislación que ponía el énfasis de la construcción social, en nuevos caminos de la educación, especialmente la superior que seguiría las corrientes frescas del positivismo francés.

Con una nueva metodología, fundaron por encargo del general Manuel Cepeda Peraza, el Instituto Literario del Estado. En él, los alumnos adquirían las herramientas para contribuir a la construcción de una nueva sociedad, basada en los ideales: orden, justicia y progreso, propios del pensamiento liberal.

Se trataba de un equipo sólido de abogados y hombres de letras, quienes, mientras los hombres del ejército republicano avanzaban día con día recuperando espacios para la restauración del país, escribían las leyes y diseñaban las instituciones con las que se fortalecería el nuevo gobierno. En este grupo se encontraban José Antonio Cisneros, Gabriel Pérez Aznar, Olegario Molina Solís, Yanuario Manzanilla, Diego Peniche Vega, Ignacio Gómez, Serapio Baqueiro Preve. Ellos le apostaron al proyecto educativo más que nadie, por lo que naturalmente se encargaron de dirigir el Instituto Literario durante la primera época de su existencia, misma que arranca a partir del decreto emitido justamente hace 150 AÑOS: el 18 de Julio de 1867.

¿Qué veían estos liberales, y qué esperaban de estudiantes que engrosaban las filas del naciente Instituto, más allá de una economía peninsular maltrecha, que estaba lejos aún de reponerse de los gastos generados por el fin de la Guerra de Castas? ¿Qué podían esperar más allá de una política desgastada por años de pugnas interminables entre centralistas y federalistas, que se cruzaba con las profundas diferencias ideológicas entre liberales y conservadores? ¿Por dónde empezar a restaurar la resquebrajada república nacional, que a la distancia, más aún, se veía como una aventura hacia un futuro incierto? Los actores políticos referidos veían más allá de lo que la realidad socio-política les ofrecía. Y como parte de un movimiento nacional de restauración republicana, echaron a andar las naves.

A 150 años de distancia sabemos que ese esfuerzo no fue inútil, ya que en todo el país surgieron grupos de ciudadanos de pensamiento liberal que fueron encontrando en cada entidad caminos diferentes para la reconstrucción nacional. Además en las principales ciudades del país se multiplicaron los llamados Institutos de Ciencias y/o Literarios, en los cuales, pese a la escasez de recursos, el Estado puso especial cuidado en la aplicación del proyecto educativo laico, basado en las evidencias positivas de las ciencias y en los ideales humanistas de la Reforma, abriéndose al estudio de otras lenguas. Así, los profesionistas y directivos que participaron en ello, pusieron su grano de arena en la construcción de la nueva ciudadanía.

Acerca de la prioridad de esta política nacional, baste con observar que en el caso de Yucatán, fue el Decreto No. 3 de la nueva administración el que le dio vida al mencionado Instituto. También es interesante registrar la convicción con la que los iniciadores trabajaron, quienes por muchos años, los primeros directivos y docentes no cobraron un solo centavo, a fin de que el Instituto pudiera salir adelante.

Empiezan a develarse apenas muchos detalles de lo que fueron las distintas épocas de la vida del Instituto, que ocupó desde su inicio el viejo local del Colegio de San Pedro, ubicado en la calles 60, casi esquina con la 57. Hay mucho por investigar acerca del papel que tuvo a lo largo de los 55 años que duró y como antecesor inmediato de nuestra Universidad Nacional del Sureste. Podría adelantar a modo de homenaje en tan significativo aniversario, que lo que es hoy nuestra Alma Mater, no lo sería si no hubiera existido antes la universidad fundada por Felipe Carrillo Puerto y si no hubiera sido precedida por el Instituto Literario de Yucatán. Recordemos, además, que poco tiempo después surgiría su institución hermana: el Instituto Literario para Señoritas.

Podríamos distinguir al menos tres generaciones de yucatecos que transitaron por esa institución, cuyos nombres están grabados con honores en las listas del desarrollo peninsular: tanto en el mundo de la ciencia y de las artes como en los de la educación, salud y jurisprudencia. En la primera generación aparecen también los nombres de Eligio Ancona y Pablo García, de acendrada ideología liberal. A ésta la podríamos llamar la generación de los fundadores.

La segunda cohorte va desde que es nombrado el director Don Manuel Sales Cepeda (exalumno del propio Instituto y cuya dirección fue la más prolongada). Junto con él, aparecen como docentes y/o directivos: Francisco Sosa Escalante, Arturo y Antonio Cisneros Cámara, Agustín Vadillo Cicero y Juan Gamboa Guzmán, entre otros. La tercera y última generación, a la que le tocó el cambio de siglo, la integran ilustres yucatecos de la talla de Graciano Ricalde Gamboa, Martín Medina Rosado, Conrado Menéndez Mena y Santiago Burgos Brito, quienes destacaron en sus respectivas disciplinas: matemáticas, química, medicina y jurisprudencia; no sólo en Yucatán, sino en la capital del país.

Loa y gratitud a todos ellos, sobre todo, a quienes tuvieron esa visión más allá de lo que la realidad inmediata de una república restaurada y recientemente constitucionalizada les podía ofrecer.

Invito a todos a que se sumen a este merecido homenaje, con la memoria y la reconstrucción de estos hechos relacionados con el Instituto Literario del Estado, hace 150 años. Siguiendo su ejemplo, tratemos como ellos de ver más allá de lo que nuestra realidad inmediata y contradictoria nos permite mirar.

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