Los ojos de la bestia

Manuel Alejandro Escoffié
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 14 de julio, 2017


Christopher Nolan se halla en proceso de estrenar [i]Dunkirk[/i], su más reciente realización. Pero esa no es la razón por la cual parece andar en la boca de muchos. Más bien se puede atribuir a una reciente entrevista que accedió a dar al diario español [i]EL MUNDO[/i], donde afirma:

[i]Lo que ha definido siempre a una película es que se vea en un cine. Ni más ni menos. El hecho de que Netflix esté produciendo para la televisión y que compitan en los Oscar o en el Festival de Cannes sólo significa que utiliza el cine como un arma de promoción. Y no pasa nada, pueden hacerlo. Eso sí, si yo dirigiera un festival de cine no las aceptaría porque no son películas.[/i]

Palabras que, desde luego, remiten a la controversia en la pasada edición de este último festival; bajo la cual, a raíz de que Netflix (plataforma de [i]streaming [/i]que muchos señalan como el futuro del entretenimiento) haya exhibido material de su autoría distribuido en su sistema de paga antes de pasar por salas comerciales, las políticas del certamen se rehúsan de ahora en adelante a admitir producciones haciendo lo mismo. Sobra decir que muy variadas reacciones han despertado tanto a partir de la resolución como de las afirmaciones de Nolan. Como es posible imaginarse, muchas de ellas se encuentran predispuestas a descalificar a ambas como berrinches obtusos de nostálgicos de mediana edad incapaces de entender que las películas, al igual que Dios, no moran en un espacio físico determinado, sino en las maneras con las que cada espectador cuenta para poder tener acceso a ellas.

Como hijo del VHS, no me siento capaz de unirme al coro de lamentaciones ante la muerte de la sala tradicional de exhibición. Por ello, lejos de debatir si algo merece o no ser llamado “cine” con base a su estilo de distribución, quiero aprovechar las aseveraciones del director de [i]El Origen[/i] (2010) y [i]Batman Inicia[/i] (2005) para lidiar con otra clase de incertidumbres. Interrogantes brillando por su ausencia en la conversación pero que, en la opinión de quien escribe, deberíamos comenzar a invocar para adquirir consciencia del camino que parece tomar el llamado “séptimo arte”, no en cuanto a unidades o espacio de consumo, sino en cuanto a estándares en la manipulación de sonidos e imágenes. ¿Qué tendrá Netflix en su programación original como para sentirse con la confianza suficiente (o audacia) de llevarlo a Cannes? Confieso no haber visto [i]Okja [/i]aun siendo suscriptor de paga, pero quisiera pensar que quienes tanto la ensalzan habrán detectado algo en ella más cercano a una experiencia fílmica, con sus posibilidades comunes, que a una televisiva; con sus limitaciones comunes. Pero si aun no siendo así se insistiese en tomarla como un referente para el futuro del cine, ¿de qué futuro estaríamos hablando? ¿De uno donde toda televisión sea cine y todo cine televisión? ¿Donde se le podría llamar “cine” a cualquier cosa moviéndose en una pantalla? ¿Video-juegos? ¿GIFs? ¿Habría forma de notar o de saber la diferencia? ¿Importaría acaso?

Hacer estas preguntas en voz alta y escucharlas atentamente a la viva voz de una mismo puede constituir el primer paso, o por lo menos uno de los primeros, en el largo camino de mirar hacía la controversia desde otro lado del espejo. De coquetear con la frágil pero no imposible posibilidad de leer las acciones de Cannes y las declaraciones de Nolan, más que como reacciones sobre protectoras a un pasado que para efectos y propósitos no existe más que en recuerdos, a la manera de una necesidad (desesperada pero comprensible) por mantener mínimos parámetros de selección en un mundo extremadamente cambiante, a pasos cada vez más difíciles de seguir, donde evolución tecnológica y relativismo muestran constantes señales de venir agarrados de la mano.

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