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Felipe Escalante Tió
Foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Jueves 6 de julio, 2017

“Hay algo como para ti, pero tienes que ver a Fabrizio León”, me dijo el muy estimable Enrique Martín, en ese entonces director de Patrimonio Cultural en la Secretaría de Cultura, a inicios de 2015. Dos días después, en un encuentro fortuito en la calle con Andrés Silva, éste me dijo algo similar. Ambos amigos hicieron referencia a Fabrizio. Lo que siguió fue hacer aritmética y preguntarme cómo iba a ser ese proyecto de periódico al que dos amigos, por separado, me habían sugerido.

Fue en la Filey que conocí finalmente a Fabrizio, a punto de lanzar entonces la edición en línea de [i]La Jornada Maya[/i]. Lo demás no es historia, pero sí un par de discusiones entre un periodista y un historiador de la prensa, revisando los planos de una nave que, para ese momento, yo ya quería ver atravesando el mar.

De aquellas primeras discusiones, Fabrizio y yo coincidimos en que, por principio, se debe absoluto respeto al lector. En consecuencia, los editores andamos cuidando no cometer erratas y, aunque algunos errores de dedo simplemente se van, es verdad que encontramos algún error grave por la mañana, en la tarde seguimos rumiando la equivocación. En la redacción nos hemos peleado por una palabra, una letra y una coma, y al día siguiente lo volvemos a hacer con gusto.

“¿Cuál es el público, qué lectores va a formar [i]La Jornada Maya[/i]?”, pregunté a Fabrizio cuando al fin tuvimos oportunidad de beber algo en una de estas franquicias que sirven bebidas a base de café (¡es en serio!). Recuerdo que el cuestionamiento lo tomó fuera de base. ¿Formar lectores? Sí, porque en cada número de estos dos años les hemos pedido mucho.

Porque más que un periódico bien escrito, el gran proyecto, o al menos lo que este romántico sigue viendo en el horizonte, es el de la comunidad de lectores. Sí, les pedimos compartir este sueño, pero a quien nos lee le pedimos capacidad de asombro, porque buscamos contarles una historia que les atraiga y les invite a reflexionar; les pedimos inteligencia para que, estén donde estén en esta península, pensemos este territorio de lajas dejando atrás la ciudad y el estado para asomarnos a los problemas en común, como el suicidio; les pedimos concebir la península como un espacio en el que no sólo conviven descendientes de españoles, mestizos y mayas, sino también chinos, coreanos, alemanes, libaneses, canadienses, estadunidenses, cubanos y, por supuesto, huaches y expats. Les pedimos tratar de pensar más allá de las dicotomías a las que muchos están acostumbrados.

Por querer dejar atrás estas dicotomías, y afirmar públicamente que se necesita tolerancia de las diferencias y comprensión entre quienes habitamos la península, algunos colaboradores hemos sido señalados de “colaboracionistas” y recibido una que otra amenaza de perder la “nacionalidad” yucateca. Por supuesto, no ha faltado quien, en busca de insultarnos, nos ha señalado como “panistas” o “priístas”. Si a través de [i]La Jornada Maya[/i] se promueve el entendimiento humano, que así sea. En la historia de la prensa yucateca, la descalificación ya ha pasado.

Hoy, a dos años, intento ver como investigador a [i]La Jornada Maya[/i]. Repaso otro periódico yucateco en cuyas páginas se discutió la existencia de la esclavitud en las haciendas henequeneras de Yucatán. Un diario que por tal atrevimiento fue boicoteado por las más altas personalidades políticas y empresariales de entonces. Hoy, tras dos años, por nuestras páginas han pasado el racismo en Yucatán, la discriminación a personas con discapacidad en las escuelas, así como a personas con orientación sexual diversa, el alto consumo de alcohol, la contaminación del manto freático, la necesidad de una agricultura libre de contaminantes, la falta de cuidado del patrimonio histórico y cultural, entre otros temas que siguen mereciendo un mayor análisis desde más de las dos ópticas con que tradicionalmente los abordamos.

El diario al que me referí en el párrafo anterior llevaba por nombre [i]El Peninsular[/i]. Su director sólo tenía, a los ojos de los lectores de entonces, un gran defecto: no ser yucateco. Se trataba de José María Pino Suárez, quien siempre defendió haber hecho toda su vida y puesto sus intereses en esta entidad, en esta península. Hay ahí un camino trunco, y en compañía de nuestros lectores, queremos abrirlo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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