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Giovana Jaspersen
Foto: Fabrizio León
La Jornada Maya

Jueves 06 de julio, 2017

Del periodismo lo hemos leído (casi) todo. Que no es oficio ni profesión, sino cajón de sastre; servicio público, fábrica de mentiras, borrador de la literatura y escuela de vida; que los buenos periodistas deben ser buenas personas, sabuesos de olfato agudo sin horas fijas; traductores, historiadores, embusteros y mediadores. Del periódico, que es producto de consumo, diálogo y escaparate de ideas; una suma idéntica de palabras -haya o no haya noticia-. De la lectura de éste, sin embargo, se escribe menos, siendo más. Es relación de convivencia y no es poca cosa elegir qué voz ha de narrarnos el pasar y venir de los días; surge por empatía y tiene que ver con una suerte de personalidad (carisma) que no habita en las tripas ni en el alma, sino en la entraña. Para describir la de [i]La Jornada Maya[/i], hoy, en su segundo aniversario, habría que repasar un poco lo que es y ha sido.

La inmersión comienza en su gestación, siendo eco de una voz conocida por años pero parida en la península. Nace con heterocromía de iris completa, un ojo foráneo y uno local, se vale del primero para hacernos redescubrir sitios, situaciones y personajes que con el tiempo se habían normalizado; y del segundo, para hablar desde la dignidad de la lengua y cultura maya, no por folclorismo, sino por derecho. En este equilibrio vive y convive, comienza a dar pasos por su redacción, su casa; territorio que un día semeja una sala de microcirugía, y otro, un circo de locos. Camina a tumbos, en círculos, líneas rectas y zigzagueantes; por una sola, concreta y palpable causa común: que la edición salga. Y así, lo ha logrado ya más de 500 veces.

Frente al asombro ha crecido, pues hay que ser francos y pronunciarlo: nadie lo creyó. Durante dos años han hecho periodismo como esgrimistas, siempre con una punta tocando zonas letales. Una tocada tras otra, por todo el cuerpo, no los mata pero anuncia que están heridos y muchas veces en desventaja. Entre un asalto y otro, han sido laboratorio de experimentos, con termómetros y detectores se replantean y vuelven al combate, para entre estocadas y defensas cerrar un día más, una quincena más, un mes más y así, dos años.

Este empeño de Sísifo que inicia y finaliza a diario, se traduce en más de 500 triunfos con sus fracasos, entrenamiento y formación. La generosidad de directivos y editores para formar y contagiar a quienes descubren a pasos grandes lo que otros tardaron años en ver; se ha pagado con el préstamo de sus mirillas, que como agua fresca limpió miradas. Entre todos tejen puentes y reducen brechas, nos muestran que lo aprendido está para transformarse y que la experiencia es línea de vida que los sujeta. En su andar nos aleccionan también, enseñándonos por ejemplo que los medios se pueden equivocar y que existe la errata franca de personas que trabajan, pues un diario es también personas. Así, sus planas y redes han cobijado réplicas, respuestas, controversias y críticas, sin miedo; no han simulado la perfección y esto, tan valioso como sus premios, es muestra indiscutible de valentía.

Sus planas nos han recordado, además, que en la imagen habita la carne del verbo. Conciliaron comunicación visual y escrita para engendrar Primeras espectaculares y rotundas. Fotografía, diseño, ilustración, plumas, fondos y formas; todo como bandera de causas y cosas. Han sido rosas y negros, enérgicos al levantar el diario en mano para gritar y hacer enmudecer; así como discretos y humildes para reconocer la experiencia de otros medios y periodistas. Un periódico que sabe honrar y no se nutre de mezquindad.

Debo decir, que inicialmente me parecía que la mayor virtud del proyecto estaba en la forma en la que había cambiado la vida de quienes lo hacen. Era una visión corta y fallida por conocerlos “de antes”. A dos años LJM tiene personalidad propia y entraña, eso es lo que hace que sus lectores tejan una relación diaria con el periódico; su fuerza es la de un sobreviviente, un amasijo de valentía, humildad y mucho coraje. Un día tras otro, en sus manos lo imposible se convierte en lo distinto, y forja no sólo un espacio, sino un camino.

Larga vida a [i]La Jornada Maya[/i], un periódico sobreviviente que diversifica las miradas; y a quienes lo logran a diario, de la base a la cabeza: Gracias por las lecciones.


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