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Normando Medina Castro
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Jueves 29 de junio, 2017


El poder sin contrapesos se convierte en una tiranía contra el ciudadano y torna la democracia en simple demagogia, sin sustento y sin fondo; las instituciones y las leyes se vuelven discrecionales, al servicio de los grupos en el poder y convierten al pueblo soberano en vasallo de su voluntad.

Que amargo resulta comprobar con los hechos que el sistema político mexicano está muy cerca de convertirse –si es que todavía no lo es– en impulsor de gobiernos tiránicos sin freno; sin dios y sin diablo. Carlos de Sécondat, mejor conocido como el Barón de Montesquieu, quien murió en febrero de 1755, en su obra [i]El Espíritu de las Leyes[/i] estableció que el gobierno republicano tiene como principio la virtud, entendida como amor a la patria y a la igualdad.

Con tristeza y cierta rabia podemos afirmar que de Luis Echeverría, que gobernó México de 1970-1976, a Enrique Peña Nieto, no vemos que alguno de los últimos ocho presidentes mexicanos haya cumplido ese principio fundamental. Más bien, los abusos y saqueos se han intensificado.

El mismo Barón de Montesquieu establece que el despotismo es otra forma de gobierno y que su principio es el temor, que hace que el ciudadano acepte todo tipo de abusos. El espionaje que el gobierno practica a las voces críticas, periodistas, activistas sociales y opositores, infunde temor por todas sus implicaciones. Un país como el nuestro, en el que hay más de 30 mil desaparecidos, en el que los muertos por el crimen organizado son muchas decenas de miles; en el que la cifra de periodistas asesinados crece y crece, y los feminicidios no paran; un país en el que muchos comerciantes y empresarios tienen que pagar al crimen organizado derechos de piso, además de la brutal cantidad de permisos, derechos y cargas tributarias de los tres niveles de gobierno; un país como el nuestro en el que la desigualdad es cada vez mayor, en el que los ciudadanos temen a sus policías tanto como a los delincuentes; un país en el que abiertamente el partido en el poder federal permite a sus correligionarios la compra de votos y las amenazas para obtener “victorias electorales” avaladas de manera burda por la autoridad electoral, como el caso reciente del Estado de México y Coahuila.

Un país como el nuestro, con más de 50 millones de personas en pobreza extrema y otra cantidad similar a punto de engrosar esa misma estadística. Un país así, definitivamente, no cumple con el principio fundamental que debe tener un gobierno republicano. “Todo tipo de gobierno se corrompe cuando falta a su principio y una vez corrompido, las mejores leyes se convierten en malas y se vuelven contra el mismo Estado”, fijó el Barón de Montesquieu.

Cuando la división de poderes no funciona y el Ejecutivo absorbe al Judicial o al Legislativo, los ciudadanos quedan en total indefensión, y cuando el Ejecutivo subordina al Judicial y al Legislativo, sólo prevalece la barbarie, el abuso, el saqueo sin ningún freno, la violencia, la miseria y la inseguridad.

Circula profusamente en las redes sociales un video en el que el empresario Carlos Mimenza anuncia que el martes 27 de junio de este año nacía lo que denominó “las autodefensas” de Quintana Roo. Mimenza asegura que junto con él participan en la creación de ese grupo 20 empresarios, que en su momento fueron aliados del actual gobernador de Quintana Roo, durante su campaña. La pregunta obligada: ¿habrá alguien detrás de él?

Aliado del gobernador actual de Quintana Roo, Carlos Joaquín González, durante su campaña electoral, lo fue sin duda, el ex gobernador Mario Villanueva Madrid. Ahora el ex mandatario quintanarroense preso desde hace 16 años y actualmente recluido en una prisión del estado de Morelos, circuló una carta dirigida al gobernador Carlos Joaquín en la que anuncia que “he decidido seguir mi camino al margen tuyo y de tu gobierno”. Aclara que no es debido a que no le dieron posiciones para recomendados suyos, sino más bien por no recibir apoyo para su traslado a la cárcel de Chetumal, donde podrían tratar sus problemas de salud con ayuda de sus familiares. Podría tratarse sólo de un asunto de comunicación y no de mayor fondo.

Los ex gobernadores de Quintana Roo, Félix González y Roberto Borge, gobernaron siempre con cómplices y sirvientes. Quienes no entraban en ninguna de esas categorías eran aislados, defenestrados y, al final, totalmente marginados.

Es dudoso que hayan tenido amigos. Los amigos simplemente tienen la obligación de señalar errores y abusos, que tarde o temprano se pagan y se pagan caro. Un amigo no puede responder al gobernante cuando pregunte: ¿qué horas son? “Las que tu digas”. Eso, eso es servilismo.


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