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Eduardo del Buey
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Martes 27 de junio, 2017


Cuando los líderes de Canadá, Estados Unidos y México se reúnan para renegociar el TLCAN, sería inteligente de su parte considerar los avances que se llevan a cabo del otro lado del mundo.

China se moviliza para construir una infraestructura única a través de Asia, África y Europa para estimular el comercio e incrementar su influencia. Va a invertir más de un trillón de dólares a lo largo de la próxima década para la vinculación de fuentes de materias primas, bases de manufactura y el comercio en una red en la que los bienes y conocimientos tecnológicos fluyan rápidamente.

China también ha asumido un liderazgo en cuestiones ambientales ahora que Estados Unidos parece haber abdicado de ese puesto.

¿A dónde lleva esto al TLCAN con la presidencia de Trump? ¿En dónde deja el sueño de un mercado libre hemisférico que motivó a muchos en la década de 1990?

Los aislacionistas en Estados Unidos no deben dirigir la agenda de este hemisferio. Mientras que esto puede ser complicado con Donald Trump a cargo, el Congreso ( con una mayoría republicana en las dos cámaras, que normalmente ha defendido el comercio libre) puede y debe llevar el liderazgo y asegurar que la integración norteamericana se refuerce en vez de limitarse y que las visiones nuevas por el desarrollo de infraestructura que enlaza el mercado en el hemisferio se lleven a cabo para fortalecer la posición competitiva de la región frente a la economía mundial.

Los trabajos manufactureros no van a regresar a Estados Unidos o Canadá a pesar de lo que pase con el TLCAN. México seguirá produciendo bienes manufacturados gracias a los costos laborales competitivos. Una infraestructura de este siglo que enlace los tres países (y que eventualmente se extienda más allá del perímetro del TLCAN) podría crear nuevas oportunidades económicas y, consecuentemente, trabajos nuevos y de más alto nivel. Estos son los mensajes que los diplomáticos canadienses y mexicanos deberían estar enviando a sus contrapartes estadunidenses, en Washington y en todo ese país.

En este sentido, México y Canadá deben delimitar sus habilidades de diplomacia pública en los Estados Unidos para dirigir una porción entre el Congreso y el presidente y subrayar el hecho de que 15 millones de empleos están en juego en Estados Unidos si las negociaciones del TLCAN terminan de mala gana. Ambos países tienen una amplia red consular en Estado Unidos y su principal objetivo debe ser crear defensores internos del TLCAN y sensibilizar a los legisladores de que habrá un costo político al terminar el acuerdo; de hecho, su reelección estará cuestionada si los empleos del TLCAN terminan en masse.

El objetivo principal de los consulados mexicanos debe ser la protección de los mexicanos en Estados Unidos. Ésta es una misión importante y una que tiene mucho apoyo dentro del país. Sin embargo, no va a ganar los corazones y las mentes en Estados Unidos, donde la opinión pública debe ser moldeada para alinearse con las necesidades de México. La protección de los mexicanos debería estar a la par de un segundo objetivo: asegurar el bienestar económico del país en el largo plazo a través de un TLCAN fortalecido que beneficie a los tres países.

Si Trump cree que el Tratado debe ser una juego de suma cero, es decir, que Estados Unidos siempre salga ganador, el Congreso debe estar convencido de que el TLCAN debe beneficiar a los tres países y que un México saludable y próspero en el sur de su frontera es parte de los intereses a largo plazo para Estados Unidos.

México debería afilar sus habilidades diplomáticas en Estados Unidos, como lo ha hecho Canadá en los últimos 30 años. Las estrategias deberían estar desarrolladas y coordinadas por la Cancillería, y ejecutadas por la Embajada en Washington y los consulados en ese país.

Los académicos, periodistas, artistas, los agentes de influencia locales y votantes deben estar relacionados a través de esfuerzos de diplomacia pública para asegurar que los miembros del Congreso reciban el mensaje fuerte y claro: poner en peligro el TLCAN implica poner en peligro sus propios futuros políticos. Evitar la creación de infraestructura moderna a través del continente implica que los tres países sufrirán.

El ex presidente de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Thomas Tip O'Neill, observó una vez que "toda la política es local". En este caso, también lo es la diplomacia. Los votantes en todos los rincones de los Estados Unidos deben ser alentados para compartir sus mensajes y preocupaciones con sus legisladores en Washington y este esfuerzo comienza en casa. Los diplomáticos y sus sustitutos deben trabajar en sus campañas de diplomacia pública. Los diplomáticos pueden ser entrenados en el arte de las relaciones públicas y comunicaciones estratégicas y en la creación de coaliciones y administración.

Los alcaldes, miembros de asambleas estatales, senadores estatales y gobernadores deben estar del lado de México y enterados de los beneficios para sus propios contribuyentes con respecto a los empleos y exportaciones para que estos interlocutores, a su vez, convenzan a los políticos en Washington. El truco es ver que la administración de Trump es sólo uno de los elementos decisores sobre la renegociación del TLCAN y que una forma efectiva de tratar con una fuerza disruptiva como la de Trump y su equipo es trabajar alrededor de ellos y lograr que otros tomadores de decisión compartan los esfuerzos.

Los líderes comerciales deben ser sensibilizados sobre el impacto que el retiro del TLCAN tendría sobre las cadenas de valor, la productividad y la fuerza laboral. El beneficio es lo que los motiva y si ellos son sensibilizados frente al impacto en las ganancias, ellos sostendrán la lucha del lado de México.

Por último, en el largo plazo, el TLCAN debe ser entendido como un medio para asegurar la competitividad dentro del hemisferio en un mundo en el que China crea una red tan amplia de compañeros comerciales, al invertir mucho en esta infraestructura continental.

Uno recuerda la deseada Área de Libre Comercio para las Américas en 1990 (ALCA). La oposición política por parte de algunos de los países más nacionalistas de la región puso un fin a ese sueño. Quizá ya es tiempo de que las Américas, como un conjunto, vea el desarrollo de infraestructura como la clave para crear más igualdad social y económica en la región, y dirigir los objetivos de comercio libre y desarrollo social como una sola línea.

La infraestructura en Estados Unidos ha sufrido un deterioro significativo de décadas de abandono y su sector de transporte, antes alabado, requiere grandes inversiones para poder atender adecuadamente una economía del siglo XXI. Los sistemas ferroviarios son anticuados (de hecho, no hay líneas ferroviarias de alta velocidad en México, Canadá o Estados Unidos), el sistema de supervía es deficiente después de años de abandono y los aeropuertos se están quedando atrás en comparación con aquellos en Asia y muchas capitales europeas.

Los intentos de tapar el sol con un dedo sólo van a dejar a la región rezagada y reducirán su habilidad de continuar siendo un mercado regional modelo.

No es tiempo de permitir retórica nacionalista o políticas proteccionistas en esta parte del mundo.

México y Canadá tienen un rol importante que jugar para convencer al público estadunidense que crear un hemisferio enlazado por la infraestructura puede ponernos al nivel de juego con China. Y eso empieza con un TLCAN ambicioso y positivo para los tres socios.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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