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Fernando del Moral
La Jornada Maya

Lunes 26 de junio, 2017

El ir y venir de la vida es como un trayecto que puede extenderse, a veces, tanto como uno se lo proponga. En ese devenir hay viajes que pueden cambiar la vida de quienes los hagan y dependerá de ellos el tomar o no un boleto de regreso al punto de partida. Es una decisión tan legítima como cualquiera de las que uno puede tener para tratar de cambiar el rumbo de su vida al sentir la necesidad de hacerlo pero, aunque no siempre sea así, también podría significar el principio o el fin de una experiencia trascendente.

Quienes llegaron al sur de Campeche, a Candelaria precisamente, tenían en mente la intención de trascender los límites de una vida que podía ser estrecha o precaria, por circunstancias adversas en otras partes del país, y que se les imponía contra su voluntad. Por ello, se impusieron a sí mismos la iniciativa de saltarse las trancas que parecían acorralarlos y emprender el camino hacia una tierra que, según les habían contado, era de promisión.

Los emprendedores que tomaron el camino hacia Candelaria recordaban así, toda proporción guardada, a aquellos viajeros que habían transitado por el llamado Camino Real de Tierra Adentro, que hace ya casi 500 años empezaron la ruta que iba de la entonces recién fundada Ciudad de México, hasta lo que hoy es la ciudad de Santa Fe, en el estado de Nuevo México, en el sur de los Estados Unidos.

A la inversa, los caminos de la vida llevaron de la región centro norte, principalmente, al sureste del país, a las 500 familias de nuevos pobladores que llegaron en 1964 a Candelaria, en un viaje cuyo punto de comparación podría ser, históricamente hablando porque sucedió casi cuatro siglos antes,la llegada de las 400 familias tlaxcaltecas que posteriormente se integrarían a la población de la ciudad de Saltillo, en el actual estado de Coahuila.

Como allá los tlaxcaltecas fundaron al principio de su llegada San Esteban de la Nueva Tlaxcala, acá una parte del núcleo norteño proveniente de la Comarca Lagunera se estableció en Nuevo Coahuila, casi en la frontera con Guatemala, entre otros centros de población a lo largo del río Candelaria.

Muchas son las historias personales que se pueden contar de quienes llegaron para quedarse y de aquellos que se fueron para no volver. Las circunstancias de hombres y mujeres, de familiares cercanos y lejanos se entrecruzan al paso del tiempo y la memoria. Visitantes espontáneos o frecuentes también pueden dejar su huella. Recordemos, sin embargo, que el tiempo es un recurso no renovable y que la memoria puede menguar al paso de los años dejando, muchas veces y al final de la vida, sólo fragmentos de recuerdos.

¿Qué fue de los que tomaron el camino de regreso? ¿Dónde están y quiénes son? Esta última pregunta vale también para conocer a los que permanecen en Candelaria y son parte de ella. Sus testimonios son importantes para tratar de acercarnos a las raíces del tiempo que están en el gran árbol de la vida. De quienes todavía pueden contar esa experiencia que dio un giro importante a su existencia. Encontramos algunos de estos testimonios en la Comarca Lagunera de Coahuila.

Un ejemplo de los primeros es el testimonio de Cecilio Muñoz, quien fue de los campesinos coahuilenses que llegaron a Candelaria pero que, años después, regresó a la tierra de donde partió por una causa de fuerza mayor, como lo fue la avanzada edad de sus padres y la responsabilidad que asumió para atenderlos hasta su fallecimiento. Ya no volvió. Reside en el ejido La Luz, en Matamoros, Coahuila, donde está próximo a cumplir 92 años, “si Dios me lo concede”. Mientras eso ocurre, lo que se le ha concedido es una memoria que le permite contarnos su esforzada experiencia de trabajo como uno de aquellos campesinos que abrieron brecha en Candelaria.

En el ejido La Luz están los restos de lo que fue una planta procesadora de materia prima de algodón, (llamada también despepitadora por cuanto en ella se le quitaba la cáscara al algodón recolectado en el campo), y que dejó de operar cuando este cultivo dejó de ser redituable en el mercado. Simbólicamente el edificio representa una época que se acabó y cuyas consecuencias fueron la migración campesina del medio rural al urbano, y hacia Estados Unidos, en busca de trabajo. En este contexto, quienes se fueron a Candelaria, lo lograron.

Otros testimonios están en el ejido Nuevo León, de Francisco I. Madero, Coahuila. Hoy de 80 años, Jesús Pérez, descendiente de una familia de aquellos colonos de Candelaria, habla de sus significativas impresiones en un entorno geográfico desbordante con el río en medio de la selva. No se adaptó a él, como sus otros familiares, y prefirió hacer su vida en esta región semidesértica, arraigándose ahí. Como una comunidad donde la gente se conoce, no falta uno de los entrevistados que sepa de otros relacionados, de una forma u otra, con Candelaria. Es el caso de Francisca Ramírez, que nació allá pero que a los dos años de edad llegó de la mano de sus familiares, quienes la trajeron, y aquí creció y se quedó. Su acta de nacimiento es del municipio El Carmen, pues el de Candelaria, cuando ella nació, todavía no existía.

Mientras tanto, junto al río, otros colonos veteranos, sus hijos y nietos –tres generaciones ya-, están en proceso de aportar sus testimonios, que son parte de la historia viva de Campeche y, por el contexto en que surgen, son parte también de la historia de la migración en México. Este contexto es polivalente y dista mucho de agotarse, en tanto sus interesantes historias no sólo están dispuestas para ser contadas sino también reconocidas, no pocas de ellas por primera vez para nosotros. Como la del niño que llegó a Candelaria, entre muchos, de la mano de sus padres, dejando atrás la pobreza en Gómez Palacio, Durango. Niño que echó raíces en Candelaria, se hizo ingeniero y con el tiempo llegaría a ser uno de los primeros líderes de su comunidad, demostrando que con voluntad y esfuerzo, se puede lograr una meta en la vida.

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