Manuel Alejandro Escoffié Duarte
Foto: comunicación Cultura
La Jornada Maya
Viernes 23 de junio, 2017
La primera vez que vi [i]La Caja de Pandora[/i] (Die Büchse der Pandora, 1929) fue en la Video Sala del Centro Cultural Olimpo; ubicada en el centro de la Ciudad de Mérida. Junto con el hecho de conformar la primera ocasión que tuve para enterarme de la existencia previa de un realizador como G.W. Pabst o de un icono bisexual como Louise Brooks, fue también la primera vez en que me permití estar abierto a la posibilidad de que países como Alemania contasen con actividad cinematográfica; y por si fuera poco, antes de los años treinta. Caso similar se dio tiempo después también en la video sala, cuando confirmé lo mismo respecto a Italia gracias a [i]Arroz Amargo[/i] (Riso Amaro, 1949), producción neorrealista de Giuseppe de Santis que se las arreglaba para convocar en un solo e inolvidable paquete al melodrama, el cine negro, la denuncia política y el documental antropológico; con una pizca de erotismo sublimado por cortesía de las piernas de Silvana Mangano sumergidas en la humedad de un campo para siembra de arroz. Todo esto antes de poseer televisión por cable, reproductor DVD o suficiente dominio del Internet. Antes de ver mi primera película de Fellini, Antonioni, Rossellini o De Sica. Con ellos y con muchos otros logré eventualmente ponerme al corriente al mismo espacio. La misma sala. La misma alternativa. Desde entonces, lugares con este mismo perfil son tan escasos como necesarios para quienes le han declarado la guerra a la condescendencia de los poco comprometidos y autoproclamados “cine-filos”. Para quienes saben que el séptimo arte se hace en otros idiomas además del inglés. Que armar un ciclo de cine va mucho más allá de tomar un tema genérico para llenarlo de los primeros títulos que vengan a la mente relacionados con él. Para quienes saben que los espacios culturales alternativos son “alternativos” debido justamente a que cualquiera que se adentre en ellos puede esperar algo diferente a lo que suele conocer o disfrutar. Algo que muy difícilmente hallaría en otra parte. O que por lo menos jamás pensaría en buscar por iniciativa propia.
Enumero lo anterior para ilustrar cuanto me sorprende que ahora parezca empeñada en desmantelar desde hace meses lo que ha cultivado por años. Y digo “parezca” porque quiero pensar que, tras estos súbitos cambios de criterio, hay circunstancias sobrepasando la responsabilidad de los programadores. Quizás sufren presión por aumentar el número de asistentes; cosa sin sentido puesto que la entrada no se cobra. Tal vez deban arreglárselas con el limitado catalogo que el presupuesto les permita; lo cual sería raro considerando que mucho procede del contribuyente. O puede que simplemente no cuenten con la suficiente perspectiva cinematográfica. ¿De qué otro modo explicar un ciclo de "Grandes Directores" que solo admite la existencia de aquellos en el mismo nivel de relaciones públicas que Burton y Tarantino? ¿O uno “de Deportes” donde el principal requisito para ser considerado parece consistir en ser un título estadounidense? ¿O uno de “Biografías” donde las vidas que valen la pena contarse resultan ser las que fueron nominadas o premiadas por el Oscar?
No negaré que cierta diversidad también se ha hecho notar a través de algunas anomalías dedicadas a Francois Truffaut y al cine italiano. Sin embargo, apenas constituyen unas gotas de agua en el desierto. Tampoco deseo que las presentes líneas se malinterpreten como una diatriba contra cualquier oferta apelando al común denominador; mucho menos como una agría descalificación a las labores de esta u otras instituciones en la metrópoli. El punto de quien esto escribe consiste en que, al final del día, resulta menos culturalmente rentable llenar espacios que llenar experiencias. Consiste en que esta video-sala y otras alternativas al borde de la extinción, así como los públicos que las alimentan, merecen acceso a mucho más. Más que a lo conocido, más que a lo popular, merecen acceso a algo que descubrir.
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