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Eduardo del Buey
Foto: La Jornada
La Jornada Maya

Martes 20 de junio, 2017


El slogan de Donald Trump "Hagamos Estados Unidos grande de nuevo" tiene un jingoísmo del siglo XX importado al siglo XXI. Así como los intentos de Marine le Pen por hacer retroceder a Francia 60 años; en Hungría, Víctor Orban busca crear una sociedad basada en el liberalismo, atacando las bases de la sociedad democrática para construir un estado autoritario.

Recientemente vimos el sueño de Erdogan de revivir la monarquía absolutista del califato turco, llevando a miles a la cárcel, despidiendo a muchos de sus puestos gubernamentales, acusando a muchos de complicidad en el atentado de golpe de estado del verano pasado y usando la experiencia turca con la democracia imperfecta, para crear una presidencia poderosa en nombre del nacionalismo turco. En Rusia, Putin continúa recreando el sueño zarista de una Rusia fuerte, autoritaria y expansionista, usando el nacionalismo como su base.

Este tipo de patriotismo llama a regresar a un pasado que no fue tan glorioso, a pesar de lo que muchos quieran argumentar. Aún recuerdo estar manejando por el sur de los Estados Unidos, a principios de los años sesenta, con mi familia y viendo los baños para “los de color”, así como bebederos, sin mencionar “la parte trasera del camión”. “Hagamos Estados Unidos grande de nuevo” me regresa a un tiempo en el que Estados Unidos no era tan grande para algunos.

No identifica Trump lo que los Estados Unidos hará para recuperar las glorias pasadas o, más importante, crear nuevas.

Mi patriotismo hace énfasis en los discursos como el del presidente Barack Obama de hace dos años: “esto es lo que Estados Unidos es. No fotos de archivo o tentativas débiles por redefinirnos a algunos de nosotros como más estadounidenses que otros. Respetamos el pasado, pero no nos gusta. No le tememos al futuro, lo tomamos. Estados Unidos no es una cosa frágil. Somos grandes, en palabras de Walt Whitman, multitudes diversas. Somos bulliciosos y diversos y llenos de energía, perpetuamente jóvenes en espíritu ".

Bulliciosos, diversos y llenos de energía. Esto es lo que el patriotismo debería defender. Un patriotismo basado en la humanidad y diversidad, buscando nuevas fronteras, así como Kennedy lo hizo en la década de los sesenta. Al comprometerse a ir a la luna, creó un objetivo nacional que se alcanzó en 1969. A pesar de no haber vivido para ver la tierra prometida, su visión llevó a Estados Unidos hacia allá. O el discurso de Yo tengo un sueño, de Martin Luther King, que eventualmente llevó al primer presidente negro de los Estados Unidos. O la negación de Mahatma Gandhi a admitir una India desprovista de musulmanes, o Nelson Mandela luchando por crear una “nación arcoíris” en lo que hoy es Sudáfrica.

¿Cuál debería ser el rol del patriotismo hoy?

El patriotismo parece ser una fuerza oscura, así como lo fue en la década de los años treinta. Una fuerza de exclusión. Una fuerza de odio, de violencia, que lleva a la confrontación humana y no al desarrollo y armonía. Un odio hacia “el otro” más que la unión entre aquellos que son diferentes para crear y lograr un destino común, basado en la justicia y humanidad por todos.

Pero puede y debería ser una fuerza positiva. Una fuerza que una a una sociedad, basándose no sólo en la geografía, sino en los valores. Una fuerza que cree un sentido de autoconciencia que permita a las sociedades invitar y aceptar a los demás, no sólo para enseñarles, sino también para aprender de ellos. El patriotismo debe ser templado con modestia, algo que podemos aprender de otros y enseñarle a los demás también. Que nuestra sociedad y nación (patria¸la raíz de patriotismo) pueda crecer y prosperar más, a través de la participación de los nuevos y de aquellos que piensan diferente.

Hace unas semanas escribí sobre por qué prefiero el sentido común sobre la ideología. La ideología nos obliga a una camisa de fuerza de pensamiento uniforme, a una sofocante falta de creatividad y sin la libertad de crear nuevas formas para hacer las cosas y alcanzar nuevos y más complejos objetivos. Mantiene la fuerte sujeción del pasado sobre la sociedad. Esto da como resultado un temor colectivo de avanzar y explorar nuevos conceptos e ideas.

El sentido común nos libera de limitaciones intelectuales y emocionales, del estancamiento; nos permite entrar al presente y al futuro con fuerza y vida. Provee de oxígeno la sangre para que no se coagule y mitigue el crecimiento, en caso de no ser permitida su libre movilidad por las venas.

El poeta y sabio indio Rabindranath Tagore escribió “nunca permitiré que el patriotismo triunfe sobre la humanidad, mientras yo esté vivo”. Nosotros tampoco deberíamos permitirlo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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