de

del

Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 16 de junio, 2017


[i]Así, verán amar,[/i]
[i]tal como se aman los seres humanos[/i],
[i]verán del odio los tristes frutos[/i].
[i]De dolor, espasmos[/i],
[i]¡gritos de rabia oirán, y cínicas risas![/i]


“El teatro y la vida no son la misma cosa”, nos dice Canio [i]El payaso[/i] en el primero de los dos actos de la más importante ópera de Ruggero Leoncavallo escrita a finales del s. XIX.; esa frase contundente, que gana peso y pierde sentido conforme avanzan los versos y se desdoblan los celos. Nacida en el [i]Verismo italiano[/i], como respuesta al Romanticismo previo, esta obra busca llevar la verdad a escena, los personajes son personas, con pasiones y realidades tan cercanas y asibles como la de todos, así el teatro es la vida, y viceversa.

Atención especial merece, entre las demás en su género, pues en ella la realidad no permanece en una sola dimensión, sino que abarca una, tras otra, hilvana y teje condiciones junto con la propia para mostrarnos que la verdad y la ficción se desdibujan y mezclan, en el escenario y los días, siendo todos actores que salimos y entramos de escena.

La primera verdad inscrita en la obra sucede años antes de escribirse, cuando el padre del autor fuera juez en un caso ocurrido en un pueblo de la Toscana. En aquel tiempo un hombre dedicado a la Commedia dell´arte, iracundo y celoso, trató de explicar sus causas y posesiones como la base de sus actos. Así, llegó la historia hasta Leoncavallo, y fue punto de partida, pretexto y defensa cuando después del estreno de [i]Il pagliacci[/i] en 1892, se dijera que era un plagio.

Así, aquel juicio dio vida a otra verdad, la de Canio, Nedda, Tonio y Silvio, personajes centrales de la historia; tres hombres que creen les pertenece una mujer, la misma. A uno, por compromiso fiel y deuda moral; a otro, por anhelo, ruego e insistencia; y al tercero por deseo y posibilidad (¿amor?). “Su” mujer, cautiva de todos y ninguno, canta al canto de las aves por su libertad y vuelo. Es la única que sabe la verdad de todos y la suya misma, la del engaño, los celos y la traición; no tan lejana a la de sus personajes, pues ella en escena se torna también ave, y como colombina, espera ansiosa una cita secreta. Prepara la mesa y cuenta el tiempo con la incertidumbre y nerviosismo que sólo se siente minutos antes de que alguien llegue a un encuentro. En escena y vida, es presa de la envidia, los celos, la ira y el rencor, todos sostenidos y controlados por el ego.

En [i]Il pagliacci[/i], como en la vida, personas y personajes se mezclan, se encuentran frente al espejo y se observan y ocultan. La pieza es cruda muestra de una especie que durante siglos ha reaccionado pasional a la pasión; personajes tan coléricos e iracundos como los que hoy transitan por las calles y páginas de los diarios. El vigor y relevancia de la obra no sólo radica en la vigencia de sus arias en la memoria de todos o en el rostro de Caruso o Pavarotti enharinando sus mejillas entre el llanto, sino en la relación que se teje con quien la observa.

[i]Il pagliacci[/i], es detonante cuando vemos a los personajes preparándose para ocultar lo que se siente y seguir, cuando el ego se esconde detrás del amor para justificar el uso de los posesivos y las dudas. Cuando la ira avanza y acaba con todo, relacionamos lo que vemos con lo que hemos visto y donde hemos estado, siendo cada uno de esos personajes. Porque en este caso, El teatro y la vida, sí son la misma cosa.

Además de la historia, por su naturaleza, la obra es experiencia que va más allá, rotunda y envolvente. La ópera viene a nosotros desde la penumbra y a cuenta gotas levanta párpados como telones, con su plástica, vestuarios y escenografía nos secuestra y modula temperaturas específicas desde la luz; llevándonos en un viaje de tiempo y espacio, nos secuestra. Los teatros huelen distinto con la ópera y su estética. Cambia con ella la respiración, no se trata de las enormes voces o de la tiranía de una orquesta, es conjunto y torrente, la opera se escribe, representa y vive en la entraña, y con ella debe verse.

[i]Il pagliacci[/i] comienza hoy por la noche su temporada en el Teatro Peón Contreras en Mérida, con cinco funciones es oportunidad imperdible de vivir y ver la verdad -y no-. Si bien, la formación de públicos es uno de los retos más grandes que se tienen en el mundo de la cultura por los prejuicios y la lejanía construida durante años, la velocidad con la que los boletos han ido extinguiéndose para todas las funciones de [i]Il pagliacci[/i] es muestra de que es posible lograrlo.

Desde Yucatán, la OSY y su patronato, con un trabajo exhaustivo y constante, nos muestra cómo un modelo de colaboración, desde la iniciativa privada pero de la mano con el Gobierno del Estado, ha sido camino, no sencillo, pero hoy consolidado. Por ello, en este cierre de temporada estando la sala llena, el aplauso no es sólo para músicos, directores y actores; sino también para quienes han hecho y hacen que todo suceda, para que [i]El teatro y la vida[/i], sí sean la misma cosa.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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