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José Juan Cervera
La Jornada Maya

Viernes 10 de junio, 2017


Los mitos de la antigüedad clásica ejercen su fuerza simbólica en el pensamiento actual de la humanidad, aun cuando sus versiones de origen hayan adoptado formas nuevas que parecen negar la raíz primordial que las nutre. Los campos de la estética y la filosofía suelen mostrar con mayor claridad la naturaleza de sus fuentes. En la representación de nociones esenciales, tanto como en la reflexión sobre ellas, subyacen modelos que se remontan a la sustancia germinal de figuras y contenidos míticos. La formación humanística discurre en los añejos senderos de la conciencia colectiva, preñados de vitalidad en su significado.

Mario Ancona Ponce (1925-1972) fue un poeta yucateco que se expresó en diversos tonos; así, por ejemplo, su libro Águilas y estrellas (1948) exalta la realidad del ser hispanoamericano desde un contexto que se combina con el sentimiento patriótico. Obtuvo un doctorado en filosofía y letras en la Universidad Pontificia de Salamanca y tuvo a su cargo la coordinación del suplemento literario de un periódico local. También dirigió la revista Estudios y Ensayos, que durante 1968 y 1969 publicó temas de filosofía, historia, antropología, economía y didáctica, entre otros, con plumas como las de Alfredo Barrera Vásquez, Conrado Menéndez Díaz, Antonio Betancourt Pérez, Rodolfo Ruz Menéndez, Salvador Rodríguez Losa y Renán Irigoyen Rosado. Se trató de un medio impreso que merece una justa reivindicación intelectual, al igual que su editor.

Su poemario Frisos (1969) se nutre con la savia de la mitología grecolatina junto con la de los relatos germánicos, hindúes, bíblicos y de otras matrices culturales. Incluye un apartado que reinventa versiones clásicas de las mitologías conocidas. A cada poema antecede una sinopsis que describe el sentido de sus estrofas. La suma de los textos distribuye su estructura en la disposición armónica de sus elementos. El reconocido grabador Emilio Vera Granados diseñó la portada, que ostenta uno de los frisos del Partenón.

Sus versos se advierten apacibles, sin complicaciones retóricas y con cierta emoción que parece refrenarse en varios de ellos. Su componente filosófico se hace notar y se aviene con el fondo afectivo alojado en su seno y que lleva al lector a reconocer sus valores distintivos. Encierra composiciones de deslumbrante belleza.

Una de ellas evoca el episodio en que el cazador Acteón sorprende el pudor de Diana bañándose en el bosque, y la diosa, en venganza, lo castiga arrebatándole su condición humana con la condena de una muerte inmediata. “Sus ojos se hacen garfios en el blanco/perfil de las turgencias nacaradas./La diosa se estremece, siente el flanco/herido por las lúbricas miradas.//De un golpe, con las aguas descuartiza/los ojos afilados como hierros…/¡Y Acteón se vuelve un ciervo que agoniza/clavado en los colmillos de sus perros!”

El conjunto de poemas que Ancona Ponce clasifica en la categoría de modernos, por desapegarse de referentes literales en la tradición mítica, aunque no carezcan del todo de reminiscencias de ella, contiene varias muestras de la exquisita sensibilidad que los fraguó. Así, el que se denomina Danza es una hermosa prosopopeya en que una hoguera escenifica pasiones que comprometen la intervención de la oscuridad circundante. “Las elásticas llamas se contraen./Las frenéticas sombras se abalanzan./Cuerpos ebrios de amor que a tierra caen./Fiero duelo de instintos que se alcanzan”.

Los versos de Encuentro contienen un extraordinario registro de la interacción humana inscrita en los lazos momentáneos que no se consolidan y que el propio autor explica en los siguientes términos: “Hay vidas que se cruzan para no encontrarse más”. Los rumbos divergentes parten de distintos universos subjetivos: “Tú miraste a los astros, yo a las olas,/por un instante/y después, a solas,/seguimos nuestro errante/caminar./Yo subiendo a las fúlgidas estrellas/Y tú dejando huellas/en el mar”.

Los comentarios que el autor aplica a su obra denotan una calidad intrínseca paralela a su valor funcional. Reflejan la madurez de un pensamiento que escudriña la condición humana en sus estratos más hondos, su vulnerabilidad y las cumbres que su luz interior puede conducirle a escalar, si logra sobreponerse a sus tropiezos. “El tiempo es un ídolo cruel e infecundo, que ciega a los hombres para poder merecer su culto, haciéndolos perder la visión de su trascendencia intemporal”.

Con este poemario, Mario Ancona Ponce demuestra que la erudición puede ser mucho más que un ejercicio vano de arrogancia letrada. La seducción lírica envuelve una cálida ofrenda en el imponente altar de la belleza.

*Mario Ancona Ponce, Frisos. Mérida, Editorial Parresia, 1969, s. p.

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