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del

Kálmán Verebélyi
Foto: Fernando Eloy
La Jornada Maya

Lunes 22 de mayo, 2017

Le dice el [i]chalán[/i] al dueño del taller automotriz: “Ya terminamos jefe, se cambiaron las bujías, los filtros, se colocaron empaques nuevos, el anillado quedó a la perfección, la batería está al 100, los cables son nuevos. El señor del carro ya está aquí, se quiere llevar su coche. Pero hay un detalle: ya no alcanzó el dinero para echarle aceite al motor. ¿Aun así lo entrego?”. El dueño quedó pensativo un rato y dijo: “Pregúntale al dueño”.

Esta anécdota me vino a la mente respecto al acueducto Hobomó-Campeche que, como se sabe por boca de los funcionarios a cargo, estará listo para la fecha programada, el 31 de noviembre de 2017.

Debo aclarar el porqué de la anécdota.

El 29 de octubre de 2014, cuando finalmente se anunció la obra, el entonces director general de la Comisión Nacional del Agua (Conagua), David Korenfeld Federman, anunció: “En los próximos días iniciarán los procesos de licitación para la perforación de pozos, la construcción de cinco tanques de almacenamiento y de líneas de distribución, que mejorarán el suministro de agua en la ciudad capital”.

Por su parte, Felipe Jiménez Silva, entonces director de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado del Estado (CAPAE), explicó que “la inversión total de la obra es de 360 millones de pesos, pero en esta primera etapa asciende a 83 millones. Las siguientes incluyen la construcción de la segunda parte, que es la línea de gravedad del acueducto, y ya la construcción de pozos, equipamiento, electricidad y todo lo que conlleva. La primera etapa la estaríamos arrancando en 2015 con 11 pozos; las demás serían inversiones a partir del 2016 y 2017”.

El entusiasta funcionario reveló que “el agua que vamos a traer de Hobomó es de mejor calidad de la que ya tenemos. Además, nuestros pozos han sido sobrexplotados, y de los que se extrae más de 120 litros por segundo, y ya presentan más partículas de salinidad en el agua, no propiamente una contaminación de heces o de alguna otra que pueda ocasionar una enfermedad a quien la consume, pero ya no llega con una calidad adecuada de acuerdo a los parámetros que fija la Conagua. Por eso nos estamos yendo a otro manto acuífero donde vamos estar cuidando no sobrexplotar estos pozos, vamos a pasar de 45 litros por segundo por eso la batería va ser mayor de la que tenemos actualmente”.

En 2014 se supuso que la obra estaría operando con 22 pozos, y los del poblado de Chiná, conforme se habilitara la nueva fuente, se irían descontinuando progresivamente.

Cárdenas Góngora, en junio de 2016, declaró que “cuando se completen los 15 pozos que se tendrán en Hobomó, juntará con el agua de la Galería, que tiene también una dureza aceptable para surtir de agua la ciudad. Se tiene el dato que al mezclar estas aguas se cumplirá con las normas establecidas para el uso del agua en la sociedad”. Más tarde, el mismo funcionario añadió tres de los pozos de Santa Rosa seguirían en activo, sumándose a los de Hobomó y Galerías, y que con base en la normatividad de la Conagua la mezcla de las tres fuentes es la adecuada.

Antes de perdernos en los detalles veamos la “evolución” del proyecto:

Al inicio se habló de 22 pozos en funcionamiento; quedarían tres en reserva que se utilizarían en casos de mantenimiento o alguna falla.

Se habló de la construcción de cinco tanques elevados y de líneas de distribución. En esas fechas, Buenfil Montalvo, entonces director de la Conagua, en una entrevista manifestó que estos tanques permitirían que los tinacos de las viviendas se llenaran independientemente de su altura, y anticipó la rehabilitación de parte de la red de agua potable, para aguantar la mayor presión.

Se indicó que toda el agua vendría del Sistema Hidrológico Uayamón- Hobomó; que se adquirieron a razón de 25 mil pesos los espacios de 40x40 en los terrenos de los ejidatarios (15 en Hobomó, ocho en Uayamón y dos en ranchos particulares); también se compraron los terrenos necesarios para la tubería que transportaría el agua hasta el tanque elevado ubicado en un montículo junto a la carretera que va hacia Xkeuil, Seybaplaya, cerca de Hobomó, mismo que permitiría ahorro de energía, ya que el líquido llegaría por gravedad hasta la central distribuidora, que está por la Estación Vieja de esta ciudad.

Hoy día ya no se habla de tanques elevados, se habla de mezcla de aguas. Ya no se habla de la rehabilitación de la red; esto quedó en el olvido.

Como se suele decir, el proyecto inicial se ha transformado. Pero antes de que a alguien se le ocurra gritar “¡Corrupción!”, debo aclarar que el culpable de esta transformación se llama [i]Recorte Presupuestal[/i]. Los creadores del proyecto debieron adecuarse a las posibilidades financieras, y sabemos que con una colcha para bebés, o nos tapamos los pies o la cabeza en caso de un frente frío. Es imposible cubrir el cuerpo de un adulto.

Por efecto de la colcha para bebés, ahora la comunicación sólo busca explicar las bonanzas de una mejor calidad del agua que, como sabemos, es de interés central de los consumidores. Tengo la sospecha que al consumidor también le interesa que el agua de buena calidad llegue hasta su casa, que no tenga que batallar con los efectos del “tandeo” actual que regula la presión del líquido en las tuberías, cuyo efecto es tener agua sólo unas cuantas horas al día, de acuerdo con en horario para cerrar y abrir las válvulas. Por eso muchos llenan tambos y cubetas, para cuando del grifo sólo sale aire, y al poco rato, en los recipientes aparece una capa blanca que no se sabe si es cloro, sarro o microrganismos muertos.

Un proyecto mutilado, transformado, como el acueducto Hobomó-Campeche en la forma como se está ejecutando, no podrá responder a las necesidades reales de la población. La calidad es de suma importancia, pero si no llega a casa, no queda otra que seguir reclamando mejor servicio.

Los recortes presupuestales, la necesidad de gestionar el financiamiento ya aprobado pero no transferido, crean un trabajo como el del taller mecánico. Falta el elemento esencial: la rehabilitación de la red, su adecuación para soportar la presión que con tanques elevados se hubiera logrado.

Tengo la certeza de que las autoridades están conscientes del problema y que centrarán sus esfuerzos en gestionar el dinero para construir la infraestructura faltante para que, como Bonfil Montalvo dijera, no haya tinaco seco en Campeche.

Hablando del futuro, convendría pensar en grande y hacer lo que en latitudes más felices ya se hizo. Hablo de la transformación del agua dura, característica del líquido campechano, en blanda. Sé que hablo de una inversión fuerte; una planta suavizadora de un metro cúbico de agua por segundo requiere de mucho dinero pero sus beneficios son inmediatos. Eliminando las partículas de los iones positivos de calcio, nitrógeno y bicarbonatos, no se forma sarro en las tuberías, se reduce el número de fugas, aumenta la presión, pero el beneficio mayor es de índole ecológico.

Toda ama de casa, o cualquiera que se acerque a un tina de lavado, sabe que sólo con la aplicación de una buena cantidad de detergente se quita la mugre y para enjuagar se gasta muchísima agua. Estudios científicos en países donde la ecología va más allá del discurso cotidiano señalan que lavar con agua blanda reduce a una quinta parte la cantidad de detergente utilizado. Lo mismo ocurre en el ciclo de enjuague.

Otro de los efectos positivos aparece en las plantas de tratamiento de aguas residuales, que al tener menos contaminantes aumentan su eficiencia, gastan menos energía en el proceso. Los estudios señalan que en ocho años se recupera el monto de la inversión, ya que se gastará menos agua y se ahorra en la reparación de tuberías.

Montecuccili, un general austriaco de finales del siglo XVIII, dijo que para la guerra sólo faltaban tres cosas: dinero, dinero y dinero. Parafraseándolo, para tener agua en casa faltan esos mismos elementos.

[i]San Francisco de Campeche[/i]


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