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del

Maru Medina
Foto: Raúl Angulo Hernández
La Jornada Maya

Domingo 14 de mayo, 2017

Nadie en mi familia había sido empresario. Llegué a esto como aquel burro que tocó la flauta: por casualidad.

Ignoro qué quería ser de niña, pero de joven soñaba con ser una anfitriona de renombre internacional. No sé en qué revista leí el título de marras, pero apenas lo hice, supe que esa podía ser una profesión gloriosa: dar fiestas extraordinarias a las que todo el mundo quisiera asistir.

Estaría en el centro de círculos de gente sobresaliente por su desempeño en la política, las artes y la ciencia. Gente interesante que se alegraría de estar en mi selecta lista de invitados.

Nunca llegué a ocuparme de pequeñeces como definir de dónde vendría la fortuna que patrocinaría tales festejos, sólo me limitaba a planearlos en mi mente. También soñaba con ser la primera presidenta de México, fantasía que tenemos muchos ciudadanos hartos de la corrupción, mediocridad e ignorancia. Sí, nuestro país es muy bonito y con recursos envidiables, pero los que somos mandones, soñamos con la oportunidad de poder estar a cargo, de “meter orden”. No tenía muy claro el cómo, pero lo que sí sabía era que mi presidencia no toleraría a idiotas.

Al poco tiempo comprendí que un plan de mandato tan rígido tendría algunos inconvenientes, y lo más probable era que antes de poder aplicar esa estrategia me mandarían a matar a las dos semanas de haber tomado el poder. Siendo una presidenta muerta no serviría de mucho, así que aborté el plan y comencé a buscar otras opciones.

Me inscribí dos veces en la universidad. La primera vez estudié diseño gráfico. Todo el mundo festejaba mis monos, y a mí me encantaba dibujar. Sin duda, esa era la carrera para la que había nacido. Pero no lo era; el diseño requiere habilidades de las que carezco, así que abandoné la escuela. El segundo intento fue en administración de empresas. Eso también me gustaba, y mucho. Pero a los tres semestres de haber comenzado la carrera, pasó por Mérida un grupo internacional de estudiantes que viajaba por el mundo presentando un espectáculo musical. En cada ciudad que se presentaban realizaban castings. Audicioné, me seleccionaron y abandoné la escuela de nuevo. Viajé durante un año con ellos.
En el elenco conocí a un alemán/canadiense que tocaba la guitarra, tenía un sentido del humor agudo, ingenioso y además me parecía guapísimo (todavía me lo parece). Después de un par de años de romance, nos casamos. Vivimos un tiempo corto en Canadá y después regresamos a Mérida, donde comencé un pequeño negocio llamado Kukis by Maru (KBM).

***

Me encantaba mi pequeño negocio; trabajaba mucho y era feliz. Durante 3 años vendí galletas desde mi casa, y en 1994 abrí una boutique de galletas gourmet en la primera plaza comercial de lujo en Mérida. Una plaza moderna y llena de marcas comerciales importantes. KBM estaba tan bien diseñada que la gente creía que era una franquicia traída de Estados Unidos, incluso se sorprendían al descubrir que en realidad el negocio era la creación de una madre de familia yucateca que nunca terminó (ni cerca) una carrera universitaria.
Vendíamos bien. Qué digo bien, ¡vendíamos requetebién! Mi esposo me apoyó desde el principio con la tienda y en el cuidado de nuestras dos hijas pequeñas. Sin embargo, la mayor carga del trabajo operativo recaía sobre mí, pero no me importaba. Preparaba la masa, diseñaba el producto, contrataba, entrenaba (y despedía gente si era necesario), atendía a clientes y supervisaba cada empaque. Vivía dentro de mi tienda, y eso me gustaba.

A los tres años, al empezar a sentir el cansancio, decidí que tal vez era tiempo de comenzar otro proyecto menos demandante.

—Quiero vender Kukis by Maru —le dije a mi contador.

—¡No puedes vender Kukis by Maru! —me dijo sorprendido, como si estuviera delante de una señora loca— ¿No ves que Kukis by Maru eres tú? Tú eres el alma, el motor y la cara que todos quieren ver en el negocio. Lo único que puedes vender es el local y el equipo, pero por eso no te darán gran cosa.

Como era una idiota, regresé a casa feliz. Sin saberlo, mi contador había acariciado mi ego: “¡Eres el negocio! Sin ti, Kukis no vale nada”.

Sus palabras debieron ser la advertencia de que estaba a punto de venir lo peor, pero estaba ciega y con la vanidad inflada; hasta el cansancio se me quitó. Pasó el tiempo. Mi humor cambió, estaba agotada y resentida. Pero sobre todo, me sentía atrapada. Las palabras de mi contador resonaban en mi cabeza: “Tú eres el negocio”. En esta ocasión, en vez de halagarme, me hacían sentir profundamente desdichada. Quería huir y mandar todo a la mierda. Sabía que no era posible. En mi cabeza me agobiaban los mismos pensamientos, una y otra vez: “Si me salgo sólo un día de esta tienda, todo se cae”. “¿Por qué no me entienden mis empleados, si repito lo mismo una y otra vez?”. “Tengo que estar aquí todo el tiempo, porque SÓLO conmigo quieren hablar los clientes”. “¿A dónde diablos se va el dinero?”.

***

Había comenzado a vender galletas porque era un negocio que me dejaría tiempo libre para estar con mis hijas, pero no tenía tiempo para nada. A mi familia y a mis amigos los empecé a ver cada vez menos. Sólo quería cuidar mi negocio para que nos siguiera dando la vida que no podía disfrutar por falta de tiempo.

El dinero llegaba con facilidad porque la burra de carga (o sea, yo) jalaba bien el carro, pero se iba con la misma rapidez. No tenía deudas, pero tampoco tenía nada que pudiera permitirme comprar un auto pequeño sin financiamiento. Paradójicamente, las dos razones por las que comencé mi negocio (tener tiempo y lujo de dinero que no viniera de una quincena) eran las dos cosas de las que carecía.

Poco duraba el tiempo de reflexión y lamentos, no podía parar, sentía que si no seguía, todo se caería de un jalón. Hasta que llegó el día cuando las cosas importantes (por descuido) se rompieron: me encontré con un matrimonio en crisis.

Logramos salir de ese bache con determinación y profundo amor a nuestras hijas. Ambos aprendimos mucho, sobre todo de los libros, donde enterré la nariz para buscar ayuda, pues me daba vergüenza admitir en público que había fracasado como esposa.

Entre las cosas que resolvimos hacer para recuperar nuestro matrimonio, fue que mi esposo Ralf dejaría que fuera yo sola quien llevara Kukis by Maru. La idea de la galletería había sido mía, y discutíamos mucho por el negocio, pues consideraba injusto tener que consultarle a alguien mis decisiones.

Por su parte, Ralf se ocuparía de sus proyectos sin tener que consultarme nada a mí. Nuestras discusiones cesaron, pero no mis problemas.

A los pocos años, por circunstancias que no preví, estuve a punto de perder mi empresa. Un noble negocio de 14 años se me iba entre las manos con rapidez y no sabía a quién acudir para pedir ayuda. Existían asociaciones comerciales que apoyaban a negocios, pero sus apoyos no servían de mucho a las microempresas que tenían mis problemas.
Redoblé esfuerzos y con determinación, decidí que Kukis no moriría. Y no murió. Pero yo sentía un agotamiento mortal.

Un día, después de cerrar la galletería como todas las noches, me dirigí hacia mi auto.

No sé qué pasó, ni cómo, pero mientras caminaba se me empezaron a salir las lágrimas, y un sentimiento de profunda tristeza me embargó.

—Estás atrapada —me dije—, tienes 47 años y aún el día que tengas 74, seguirás viniendo a esta plaza a hacer cortes de caja, vigilar empleados y cerrar las pesadas rejas de la tienda.

Lloré sin parar durante todo el trayecto a casa.

***
Desperté resuelta. Ya no quería vivir así. Quería tener el conocimiento, el control de mi vida y mi negocio. No quería ser una esclava de mi tienda, no quería ser la menos apreciada colaboradora de Kukis. Ya no quería trabajar para una loca que me exigía trabajo sin parar, sin descanso y sin el dinero que yo creía merecer.

Estaba HARTA.

De nuevo, busqué respuestas en los libros. No volvería a botar miles de pesos pagando a pseudo expertos para poder “franquiciar mi negocio” y dejaría de perder el tiempo en ridículos cursos de “Licenciados y Masters en negocios” que hablaban de casos y cosas que nada tenían que ver con mi realidad. Ni con la de nadie.

Devoré libros de autores foráneos. Se hizo evidente una cosa: nosotros y ellos pensamos distinto. Sin embargo, quería saber más. El estar casada con un extranjero me ayudó a comprender y explorar cosas que a simple vista no tenían razón de ser.

Seguí leyendo, sumando libros de comportamiento humano. Regresé a buscar los libros que me sacaron de la crisis matrimonial. Curiosamente encontré en las respuestas que habían sido aplicadas a mi vida personal, las soluciones a mi desempeño como líder, y por ende a mi negocio.

Supe entonces que TODO nace de la persona.

En las biografías de mis héroes encontré la inspiración necesaria para luchar contra la corriente y empezar a nadar hacia mi libertad.

Apliqué cosas que aprendía, con miedo a veces, pero maravillada al observar los resultados. Esto me animó a seguir adelante y aplicando más y más cosas.

El cambio principal ocurrió en mi persona. Es verdad la máxima “si uno cambia, el mundo cambia”. Dejé de verme como la víctima y empecé a comportarme como una mujer con poder. El poder de modificar mi vida y diseñarla a la medida de mis sueños.

No fue difícil; sólo tomó tiempo y dedicación.

Cuatro años después de aquel llanto inesperado al salir del trabajo, mi vida ya era otra. El tiempo sigue su paso y cada día me siento más fuerte. Mi matrimonio está mejor que nunca, mis hijas son dos mujeres independientes, creativas e inteligentes con las que puedo viajar y disfrutar, sin remordimiento alguno.

La empresa ha crecido 10 veces en puntos de venta y 5 veces en personal de primera calidad. De los muchos factores que me enorgullecen de KBM, en primer lugar está el equipo humano. Sé que suena a un odioso cliché,pero no lo es. Soy líder de una pequeña comunidad (en su mayoría mujeres) que ha contribuido de manera entusiasta en el desarrollo de nuestra marca, convencida de que pertenece a una empresa que brinda apoyo, fortaleza y poder. En las tiendas todos somos anfitriones que amamos recibir a nuestros apreciados clientes, que acuden y regresan a sentir nuestro apapacho.

Sin darme cuenta, mis dos deseos de juventud se cumplieron en formas que me dan más satisfacción de lo que alguna vez soñé.

Cómo logré eso, es lo que narro en este libro.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

Bibliografía

Medina, Maru. (2017). [i]Depende de ti: cómo recuperar el entusiasmo por tu vida empresarial[/i]. Mérida, Yucatán: Edición del autor.


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