de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: Tomada de la web
La Jornada Maya

Domingo 7 de mayo, 2017

Toros: Siete de El Pilar (hubo un quinto bis). Desiguales en presentación y juego; mansos y débiles en conjunto. El tercero tuvo recorrido, algo de casta y fue ovacionado en el arrastre. El quinto, que fue cambiado porque se rompió la mano izquierda y después acabó siendo apuntillado en el ruedo, fue extraordinariamente alegre y noble.

Toreros: Juan José Padilla, al que abrió plaza le atizó una entera tendida: al tercio.
Al cuarto lo mató de entera trasera: otra vez al tercio.

Antonio Ferrera, al segundo lo despachó de entera trasera y un poco caída. Hubo petición de oreja que no fue concedida: vuelta al ruedo. Al quinto bis lo pinchó dos veces y luego le pegó una entera, saliendo vapuleado en los tres envites. Tras dos avisos se hizo acreedor a dos ovaciones en los medios, vuelta clamorosa y otra ovación en los medios.

Alberto López Simón, al tercero lo pinchó tres veces y después cobró una entera tendida: al tercio. Al sexto le pasaportó de dos pinchazos y una entera aliviándose bastante: silencio.

Entrada: Media plaza.

Como ya ha ocurrido muchas veces en esta feria, el festejo tuvo pantanos de bostezo, instantes más interesantes y episodios memorables. Los capítulos aburridos corrieron a cargo de Padilla en sus dos toros y de López Simón en el sexto. Los instantes de cierto interés los protagonizaron Ferrera en el segundo y López Simón en el tercero. Y el toreo para el recuerdo lo hizo Ferrera en los dos toros que salieron en quinto lugar.

Vayamos de menos a más.

El Ciclón de Jerez se enfrentó en primer lugar a un toro que parecía interesante por difícil, pero que luego se desinfló. Ahí Padilla anduvo porfión y la gente la agradeció su empeño sacándolo al tercio.

Ya en el cuarto, un animal débil y soso, Juan José hizo todo lo que sabe y puede, pero aquello fue largo y tedioso como el proverbial día en canoa por el río Amazonas. Digamos, que no ligó ni dos pases. La gente buen e inmune al sueño lo volvió a ovacionar en el tercio.

De lo que hizo López Simón en el último, más vale ni hablar. Basta decir que la gente le pitó para que abreviara una labor absurda e insulsa ante un remedo de toro bravo.

Ferrera sorteó en primer lugar a un manso que parecía tener guasa pero que acabó embistiendo como una pobre burra y soseando en Sol. Antonio banderilleó y luego echó mano del oficio para torear con éxito al natural. La gente que poco sabe de esto pidió una oreja y abroncó al palco por no concederla, algo que se está haciendo costumbre en una plaza que fue la más sabia del mundo en aquellos buenos tiempos.

López Simón tuvo una gran oportunidad de triunfar con fuerza, pero no la aprovechó cabalmente. El tercero de la tarde fue algo débil pero tuvo clase en la embestida y repetía con voluntad. Con el capote el joven madrileño lució a la verónica y luego comenzó su faena de muleta al derechazo y sin probaturas. El trasteo tuvo quietud, largueza, temple y variedad. Los pases por ambos pitones fueron muy jaleados, así como los remates, especialmente un pase de pecho a pies juntos viendo al tendido. Por razones que no podría explicarle, López Simón no pudo matar decentemente al toro y todo quedó en una salida al tercio.

Lo grande vino con los dos toros que salieron en quinto lugar. El primero, un toro colorado -chico pero de increíble bravura y nobleza- le permitió a Ferrera interpretar las mejores verónicas de toda la feria. Fueron lances mecidos, profundos, largos y de mucho arte. Las dos medias con las que remató la decena de verónicas fueron de cartel. También fue colosal el mexicanísimo quite por caleserinas, algo que por estas latitudes todo mundo aprecia pero que casi nadie sabe identificar.

Desgraciadamente, antes de que se acabara el segundo tercio (que estaba siendo cubierto con alegría por el espada en turno) el de El Pilar se rompió una mano. El puntillero de la plaza, Lebrija, puso punto final a ese triste espectáculo, atronando desde un burladero.

Salió el quinto bis, un toro bastante zambombo que aunque quería embestir no tenía nada de fuerza. Ferrera se inventó una faena de gran temple, elegancia, torería y hondura. Cuidando el toro a media altura, Antonio estuvo cumbre en los derechazos, los naturales, los de pecho y los de la firma. Para consentir así a un toro y lucir de verdad hay que aguantar mucho, pasarse cerca al burel y completar todo, cosas que Ferrera, con el sello que ha ido adquiriendo, domina ahora a la perfección.

Vino la hora de la verdad, pero el toro no dejaba pasar, esperaba y tiraba el derrote.
Ferrera se volcó sobre el morrillo en tres ocasiones, jugándose la vida como los buenos, como los grandes. En el primer intento parecía que el morlaco lo había calado pues lo cogió de fea manera, en el segundo se llevó un golpe seco en el cuello, y en el tercero y final salió rebotado de la suerte. La vuelta al ruedo que premió tanta torería es más valiosa que muchas orejas que se han concedido aquí, en Madrid y donde usted guste y mande.

Ferrera sabe que cuando el aficionado sevillano aclama al torero que da la vuelta al anillo con los gritos consagratorios de: “¡Torero, torero!” los esfuerzos de veinte años de matador de toros han sido recompensados.


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