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Fabrizio León Diez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Lunes 17 de abril, 2017

El dilema de seguridad pública en el estado tiene preocupados a los principales dirigentes políticos del gobierno de Yucatán.

Ya ha habido 18 homicidios en lo que va del año, dos de ellos, ejemplos suficientes como para detener las rotativas del diario que trate la violencia intrafamiliar, la venganza y el odio.

Un joven padre de familia muele a golpes a su hijo, de muy corta edad, hasta matarlo; días después, una mujer recibe 11 puñaladas frente a su casa y sus hijos tienen que saltar su cuerpo, para salir y pedir auxilio. Las fotografías del expediente no permiten mantener la mirada sobre ellas, punto.

El primer caso es breve, como un tuit. La policía, fácilmente, localizó pocas horas después al papá del niño, cuando estaba bebiendo cervezas en el barrio; estaba ebrio.
En las actas del ministerio público está su testimonio y las fotografías del cuerpo del menor, que al verlas, inflaman las ojeras y perturban el sueño del periodista o fiscal más rudo. En una de las líneas en que da la versión de sus hechos, se lee que golpeó al niño: “…. es que no dejaba de llorar”.

El caso de la mujer es amplio y largo como una novela; los presuntos homicidas y cómplices de la muerte fueron detenidos cuatro horas después de que huyeron y la clave para ello fue un vecino que persiguió en su bicicleta el auto y recordó los números y letras de las placas y con ellas la policía halló al chofer, quien no sabía la magnitud del hecho en que había participado. Al darse cuenta, rápidamente llevó a los agentes ante sus clientes quienes, también, estaban tomando unas cervezas en el barrio.

Todo apunta a un feminicidio en el que el ex marido de la mujer, desde la cárcel, donde está recluido por fraude con dineros públicos y lavado de dinero del narcotráfico, al parecer la mandó matar, pues la había amenazado desde hace años.

La víctima había pedido custodia al gobierno anterior, pero el actual no renovó la guardia porque simplemente no había custodia previa.

Políticos y amigos con buena voluntad la auxiliaron para protegerla y que ella ganara el juicio que inició toda la tragedia. Por su divorcio ella pedía la custodia de los hijos, pero después de lograrlo, con dificultades terribles que luego le costaron la vida, la señora dio información vital para que su ex marido fuera investigado, terminara en la cárcel y se descubriera una tremenda red de corrupción, tan exuberante como la humedad del sureste.

“No lo hagas”, le aconsejaron. “Hazlo”, la convencieron y ganó la venganza y la dignidad, aunque perdió la vida y, por siempre, la custodia de aquellos niños, que ahora adolecen de padre y madre.

Son pocos los crímenes en Yucatán y su nivel de resolución es alto, pero en el detalle y los escenarios se trasluce y deletrea el doble desafío que tienen las autoridades municipales y estatales para prender todos los semáforos y ver que funcionen, pues el ritmo de crecimiento, atracción y producción de Mérida no corresponde a un buen ejercicio de comunicación; primero entre el municipio y el estado y luego con los periodistas, los medios y el uso de sus redes sociales.

Informan, pero no forman opinión. Declaran, pero no explican. Tienen resultados y políticas altas de prevención; han conseguido contar con una policía de las mejores calificadas, equipadas y capacitadas del país que, a su vez, ha logrado arrestos en los 18 crímenes dolosos registrados; pero no hay voceros, ni una estrategia pública para hacer ciudadanía y cuidar lo más preciado y el verdadero lujo de esta ciudad, y de todo el estado, es decir, sus barrios.

Caminar por los barrios es el mayor acto de libertad en el uso de la calle; ahí están los vecinos tradicionales, los fundadores de estas tierras, los extranjeros, las nuevas familias que venimos y sus autoridades. Los abuelos jubilados y los jóvenes calientes. Vendedores y desempleados, empresarios y curas, policías y poetas, se juntan en el barrio.

Si es el centro de la ciudad, se adereza con los turistas que aceitan de buena gana la economía de todos. Si es oriente y sur, la amalgama se cuece en una vida cotidiana dura y con carencias de servicios, que al filo de la noche, recompensa el fuerte calor.
Sí, en el norte conviven el lujo y la moda; es una pasarela, pero en todas las mesas de cantinas, bares y restaurantes, mercados y fondas, en las banquetas de todos los barrios, el tema que se conversa es el de la seguridad, en forma explícita.

Unos están preocupados por señales como las mencionadas al inicio de este texto, otros porque comparamos de dónde venimos y lo que sabemos de México y, la mayoría, porque no saben del tema, porque viven seguros y no les ha pasado nada o no les han contado nada, todavía. Miles y cientos de habitantes en Yucatán y Mérida no saben que están más seguros que en otras partes y que eso se puede romper, si no se empieza a hablar e informar de manera profesional y amplia, como el mejor ejercicio de prevención.

Me he reunido en forma privada con altos mandos y operadores políticos de los gobiernos estatal y municipal. Sé de primera mano de los casos más crueles y he visto su alta preocupación y en los hechos consta su trabajo.

Me han explicado que si bien es notable que la inversión en infraestructura se torna indispensable, las acciones de prevención son el meollo del asunto. “Antes de que suceda un delito, es responsabilidad de todos; cuando sucede es responsabilidad de la autoridad”, señala mi interlocutor.

Tienen las ideas y las han convertido en programas, modelos y ensayos. Las implementan y dan seguimiento; pero, dicho por ellos, no las saben comunicar y hacerlas masivas o dirigidas con tiros de precisión.

El gobierno no tiene una narrativa coherente, comprensible, una que sume o guíe. En palabras del propio gobernador, resalta: “gobierno que no comunica es como un gobierno que no trabaja”; esa es una realidad aún más cruel y peligrosa en materia de seguridad. Sin comunicación, entre autoridades y sociedad, no puede defenderse el tejido social.

Sin la prevención del delito, las inversiones, la certeza jurídica y la calificación turística, estarán prendidas con alfileres.

Es un buen momento para que lo hagamos, porque en el barrio está el verdadero lujo de Yucatán y Mérida; en sus esquinas, el mejor escenario para ver quién pasa o deja de pasar. Hay señales de que la sociedad desea hacer suyo el tema de la seguridad. Hay una ciudadanía que colabora, incluso, impidiendo la huida a los victimarios como ocurrió con el feminicidio de una afanadora en conocida plaza comercial. Los vecinos han sido clave en las detenciones, no necesariamente porque les haya llegado la propaganda, sino porque creen honestamente que forman parte del aparato de seguridad.

Lo saben: no sólo se enfrentan a la propia incapacidad de comunicación. Les preocupa también que existe un sector de la sociedad, muy activo, que hagan lo que hagan escamoteará todos los logros, por mostrarse “independientes” del gobierno, sea cual sea el partido que esté al frente. Les preocupa incluso cómo va a recibir la información ese sector, pero eso es materia de otro artículo.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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