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del

Carlos Meade
Foto: Cristina Rodríguez
La Jornada Maya

Miércoles 5 de abril, 2017


[i]Si la gente no compra, la economía no crece[/i]


Quizá la obsolescencia programada nació a principios del siglo XX, el día que los productores de focos o bombillas sacaron este producto al mercado y se dieron cuenta que su vida útil de 100 años no auguraba un buen negocio. Se aplicaron entonces en invertir en ciencia aplicada para que el filamento incandescente que produce la luz durara no más de 2 mil 500 horas, o sea apenas 100 días.

La obsolescencia programada es, entonces, la aplicación de ciencia y tecnología para lograr que los productos tengan una duración limitada para que el consumidor los compre más seguido. Con ello, la producción de bienes se convierte en un despilfarro de recursos naturales que hace que las empresas ganen más a costa del deterioro del medio ambiente; de donde es fácil deducir que esta economía de lo efímero socava las bases materiales que hacen posible la vida de esta sociedad. Es una especie de suicidio social que ya ha cobrado muchas víctimas y que espera por la humanidad completa para culminar su tarea. En esto, el cambio climático se suma como factor de aceleración para el exterminio.

¿Quiénes son esas víctimas? Los que enferman y mueren trabajando en las minas, por estar expuestos a químicos derivados de la minería, la industria o la agricultura; los desplazados por las guerras por el agua y el petróleo. En fin, las innumerables víctimas de la sociedad de consumo que mueren sin siquiera haber consumido nada que no sea su propia miseria.

Pero este derroche de materias primas también es promovido entre las clases medias con la la idea de que lo nuevo hay que tenerlo, ya que es indicador de estatus. Así, los autos son modificados cada año para que los consumidores tengan la posibilidad de alardear luciendo un último modelo. Y así con la ropa, el calzado, el reloj, el horno microondas y demás. La publicidad es la herramienta para promover la cultura del consumismo. Se trata del arte de la persuasión, la mentira y la seducción para hacer que las personas deseen y compren lo que no necesitan.

Las empresas ensambladoras de equipo de cómputo, smartphones, tabletas, software y demás aplicaciones son las campeonas actuales de la obsolescencia programada, destacando Apple y Microsoft, como las más agresivas.

Apple lanza varias veces al año nuevos equipos que hacen obsoletos los anteriores. Aunque mi Iphone de hace dos o tres años todavía funcione y sus partes y materiales estén en buenas condiciones, tengo que desecharlo ya que no es posible actualizarlo porque el nuevo software ya no es compatible. Lo mismo pasa con los teléfonos que funcionan con Android y no se diga de las impresoras, programadas para una corta vida. Su arreglo es siempre más caro que una nueva y los nuevos equipos son más baratos porque el negocio ahora está en el alto precio de las tintas. Y los cartuchos no son recargables.

Bajo los axiomas del sistema capitalista, la búsqueda de la ganancia privada justifica cualquier cosa, incluso la viabilidad de las nuevas generaciones. Siguiendo esa lógica, los dueños del dinero están dispuestos a destruir las condiciones de vida en el planeta, si eso es rentable. Sin duda es lo que estamos viendo ahora.

La paradoja de la revolución industrial es que su aparato productivo superó la capacidad de consumo de la gente, por lo que hubo que ensanchar el mercado de consumidores, razón por la cual se abolió la esclavitud y se creó la clase obrera asalariada, de forma que esos salarios regresaran, vía consumo, a quienes los pagaban.

A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, la combinación entre publicidad, obsolescencia programada y crédito, crean un espejismo de progreso y bienestar en que amplios sectores sociales son arrastrados para alimentar a la bestia de la depredación y el exterminio. Las licuadoras se descomponían apenas se liquidaba la última mensualidad, pero ya había un nuevo crédito y otro modelo disponibles para seguir enganchado a esta espiral absurda.

El espejismo más letal, sin embargo, es el del crecimiento ilimitado, axioma inviable en un planeta con recursos finitos. Sólo un loco o un economista, se ha dicho, pueden creer en ello. Por desgracia, los locos y sus asesores económicos son quienes dominan el mundo de hoy. Allí están Trump y su equipo, al frente de la nación con el mayor poderío militar, impulsando una insensata agenda de economía depredadora que sólo favorece, en un corto plazo, al uno por ciento de la población mundial.

En definitiva, la obsolescencia programada es parte de un modelo insostenible, injusto, inequitativo. Representa, además, un atraco al consumidor y un despilfarro de recursos naturales con graves consecuencias ambientales.

[i]Tulum, Quintana Roo[/i]
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