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Guillermo Almeyra
Foto: María Meléndrez Parada
La Jornada Maya

Domingo 5 de marzo, 2017

Todo debate de ideas para llegar a la mejor comprensión de un fenómeno social debe ser celebrado y en México hasta conmemorado, porque en nuestro país lo común, incluso en la izquierda social, es el ninguneo de las ideas diferentes o el insulto o los juicios sobre las intenciones que se le suponen a quien piensa diferente.

Nací y me formé en un país –Argentina– que conoció los movimientos-partido yrigoyenista y peronista en los años 30 y finales de los 40 del siglo pasado. Ambos fueron y son partidos de masa con dirección y programa burgueses (aunque sus dirigentes sean advenedizos o marginales en la burguesía). Sus dirigentes son caudillos, su funcionamiento es verticalista, pero las órdenes y decisiones de los líderes muchas veces no son acatadas por las bases, siempre tratadas como menores de edad, aunque dotadas de gran combatividad y sentido común.

Me eduqué en el rechazo a la dirección conservadora y corrupta del peronismo y en la comprensión de que entre ella y los trabajadores peronistas no hay un signo de igual, sino una contradicción no resuelta. Me repugnan por eso las ex presidentes multimillonarias que hacen de todo para ser populares. Pero deposito mis esperanzas en esa parte mayoritaria del pueblo argentino que primero utilizó a Hipólito Yrigoyen, a Juan Domingo Perón y al kirchnerismo queriendo combatir la explotación capitalista. A ellos trato de explicarles con todo respeto lo que sucede, pues siempre supe que no hay solución sin ellos. Por eso mismo pienso que en Morena está buena parte de lo mejor de México y bastante de lo peor.

Sí, el pueblo (en el sentido de los oprimidos y explotados) decidirá si se le ayuda a conquistar su independencia política.

Suscribo, por consiguiente, las intenciones de Pedro Miguel y, si Morena fuese lo que él quiere que sea, lo apoyaría, a pesar de que ese partido-movimiento no ve más allá de las instituciones y de las fronteras. Pero, aunque es muy cierto que Morena no es solamente un partido electoralista, no es tampoco lo que cientos de miles de sus militantes querrían ni está compuesto sólo por gente honesta e inteligente.

Es, como otros movimientos similares, un movimiento-partido caudillesco tipo Dr. Jekyll-señor Hyde, y tiene en su seno, junto a millones de demócratas y trabajadores, un nutrido grupo de fascistas, corruptos y trepadores oportunistas que sólo esperan llegar donde hay fondos y poder, pues confunden lo público con sus intereses privados, como verdaderos pequeños Trumps.

Vayamos al grano: Morena –como partido-movimiento– no dedicó sus esfuerzos prioritarios a la lucha junto a los familiares de los 43 de Ayotzinapa ni a los maestros ni a las luchas por el agua y contra los aumentos del combustible y de la electricidad.

Por el contrario, llama a sostener a Enrique Peña Nieto cuando el país exige la renuncia del mismo; pide que la unidad nacional la encabece el responsable de la brutal represión en Atenco y Ayotzinapa, del ataque a los maestros y a la educación: ese mismo Peña Nieto que mantiene al país bajo ocupación militar con un costo terrible en vidas, el destructor de las leyes laborales y de Pemex, el que invitó a Trump como si fuese entonces un jefe de Estado.

Morena presenta además como programa un refrito del echeverrismo de los 70 y solicita a la gran minería canadiense que aumente incluso su depredación del país y los asesinatos de campesinos. Algunos sostienen que Carlos Salinas creó y maneja el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para quitarle votos a Morena y por eso no tienden la mano a los indígenas. Las decisiones políticas, por otra parte, no las toman ni los organismos del partido ni sus afiliados, sino el Jefe, por su cuenta y riesgo, y el partido no es un instrumento ni un organizador de masas, sino un reclutador electoral.

Por ejemplo: ayer salió del valle de San Quintín una heroica marcha de jornaleros, que llegará el 17 a la Ciudad de México. Este domingo realizará el segundo Encuentro Binacional de las Dos Californias. Desde el 7 hasta el 16 recorrerá Sonora, Sinaloa, Nayarit, Jalisco, Guanajuato y Michoacán, y el 17 hará un acto en el Monumento a la Revolución. Son decenas de miles de jornaleras y jornaleros, indígenas en su mayoría, y en condiciones de votar. Exigen el respeto a su sindicato, la cobertura del Instituto Mexicano del Seguro Social, múltiples demandas laborales y la condena de la trasnacional Driscoll’s, que desconoce su movimiento.

Estoy seguro de que algunos sectores de Morena les apoyarán, pero, ¿qué hace Morena, como tal, ante este movimiento de trabajadores, fuera de buscar su voto? ¿Y qué hace el EZLN ante estas decenas de miles de familias indígenas a las que ni siquiera ha saludado en su dura lucha? Lo mismo sucede en el caso del Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo, apoyado hasta el jueves 2 sólo por organizaciones combativas y la izquierda anticapitalista.

En efecto, es imposible esperar aún en México la creación de consejos de obreros, campesinos y soldados. No existe una coordinación de las luchas, no está extendida la idea de la solidaridad, no ha habido nunca huelgas generales nacionales reales, y el caudillismo, así como el sectarismo, conspiran contra el logro de objetivos inmediatos y reformistas, como un aumento general de salarios para mantener el poder adquisitivo.

Pero lo que hoy aún no es posible no impide luchar por lo que sí lo es. Si Morena quiere el apoyo de los ciudadanos, debe apoyarse en las movilizaciones, para empezar a aplicar localmente medidas de cambio y romper su acuerdo tácito con Peña Nieto.

Cientos de miles de integrantes de su alma movimientista y social desplegarán entonces su entusiasmo y sus capacidades, y Morena podría dejar de ser un recambio para los gatopardos del cambio, para que todo siga igual y ser más creíble para los innumerables jodidos de México.

[i]Ciudad de México[/i]

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