de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: Archivo
La Jornada Maya

Martes 21 de febrero, 2017


Hace algunos días, en este mismo diario, se publicó un artículo que clamaba contra la barbarie taurina en aras de la evolución sociocultural. El texto es inquietante por muchas razones.

En estos momentos hay una buena cantidad de individuos que escudados en una falsa bondad intentan prohibir todo lo que a ellos les parece malo, cruel o despreciable. Entre ellos están los enemigos de la fiesta de toros. Los [i]antis [/i]son unos hazañeros que por falta de información arremeten contra la tauromaquia, como si en este país no hubiera otros problemas más serios y más apremiantes.

Es fácil hablar de la “barbarie” taurina y denostar a los que van a las plazas de toros cuando se ignora de dónde procede la piel de los zapatos, la carne de las hamburguesas, por ejemplo. Es fácil pensar que el campo no existe, que todo mundo vive en ciudades; negar que el horror real está en los mataderos y en las granjas de pollos, borregos y cochinos. Es gratificante pensar que el león pastará un día con el cordero en una realidad hollywoodense. Es bonito pensar que la muerte no existe; que la cultura de la tauromaquia es un invento de gente zafia que odia a los animales.

Afortunadamente, el aficionado a la fiesta comprende las virtudes de las cosas sublimes, la inutilidad de los discursos, la lenta y terrible degradación de los mundos, de la cual nadie podrá escapar. Y a pesar de ello, el aficionado entiende también la maravillosa voluptuosidad de los sentidos, cuando estos conspiran para enseñarle a los hombres el placer y la terrorífica belleza del arte.

Para el antitaurino, el heroísmo, la generosidad y el sacrificio no tienen cabida en su mundo postmoderno y color de rosa. Por eso jamás leerán al filósofo galo Francis Wolff, quien dice claramente que el toreo es maravilloso porque: “el torero sabe estar, porque sabe ser torero; es decir, aguantar, no ceder terreno frente a la adversidad, frente al miedo, frente a la muerte; pero, sobre todo, hacerlo con desapego, lo más cerca del toro, lo más lejos de sí mismo.”

Para el antitaurino, el animalismo es mejor que el humanismo, y por ende el ser humano no es superior a los animales. ¡Ojo! el aficionado a los toros es el menos ajeno al sufrimiento animal, por eso celebra un rito pleno de vida y muerte, pero con lealtad y respeto.

Sin embargo, no todo lo que pregonan los defensores de la abolicionismo taurino está mal pensado. El día que no tengamos que comernos a los animales, el día que la muerte sea cosa del pasado y que el mundo sea de nuevo el Paraíso terrenal las corridas de toros deben forzosamente dejar de existir.

Mientras llega esa fecha, habría que entender que, entre otras cosas, la tauromaquia sirve para enseñarle al ser humano que a la hora de la verdad no se puede ni se debe voltear la cara, tal y como lo demuestran los toros bravos y los toreros pundonorosos cada tarde y en cada plaza.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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