Manuel Alejandro Escoffie
Foto tomada de la web
La Jornada Maya
Viernes 10 de febrero, 2017
Una era mujer y el otro era hombre. Ella era norteamericana y él era francés. Ambos figuraron en su momento como influyentes críticos y escritores desde trincheras muy diferentes; ella desde las paginas de la revista [i]New Yorker[/i] y él desde las de [i]Cahiers Du Cinema[/i]. Ella hablaba acerca de la experiencia fílmica desde el significado emocional y personal que puede tener para el espectador común; siendo perteneciente a la sociedad norteamericana que consumía películas por y para las masas. Él, como la mayoría de los realizadores y críticos de su generación, se movía dentro del circulo de la llamada teoría del autor (o [i]auteur[/i], si queremos ser correctamente afrancesados). Tomando en cuenta lo anterior, Pauline Kael y Andre Bazin parecían a primera vista tan diferentes como una pera y una manzana. No obstante, leyendo con calma sus respectivos textos [i]Trash, Art and Movies[/i] y [i]De la Política de Autores[/i], uno encontrará cierta semejanza significativa entre ambas personalidades: [b]su disidencia[/b].
Me explico. Cualquiera que esté familiarizado con la crítica realizada por Kael de 1968 a 1991 para [i]New Yorker[/i] sabe que destacaba por su estilo informal y agudo, mismo que no pocas veces se alejaba del refinamiento que dicha publicación gustaba de proyectar. Sus opiniones diferían frecuentemente con el consenso general entre sus colegas. Por ejemplo, en el texto anteriormente, ataca ferozmente la manera en que la apreciación sin pretensiones del cine como experiencia emocional estaba cada vez más perdiéndose a merced de un esnobismo que establecía que se debe disfrutar de las películas en el supuesto de que son “arte”, y juzgarse según los parámetros institucionales que nos han inculcado sobre lo que puede o no ser considerado como digno de valor artístico. Por citar un ejemplo: “un ejecutivo estaba molesto porque sus hijos adolescentes habían preferido ir a ver [i]Bonnie and Clyde[/i] en lugar de ir a ver con él [i]Closed Watch Trains[/i]. Lo interpretó como una falta de madurez. Yo creo que los chicos tomaron una decisión honesta, y no solamente porque [i]Bonnie and Clyde[/i] es una mejor película, sino porque es más cercana a nosotros, tiene ciertas cualidades de participación activa que hacen que nos interesemos por las películas. Pero es comprensible el hecho de que sea fácil para nosotros, como norteamericanos, ver más arte en el cine extranjero que en el nuestro por la manera en que nosotros, como norteamericanos, pensamos en el arte”. En este y otros fragmentos, Kael se propone a desmantelar el pedestal en que toda una generación ha sido educada para colocar al cine y a la función que éste se supone debería tener.
De una manera hasta un cierto punto similar, André Bazin, aunque comulgando en lo fundamental de la teoría establecida por sus contemporáneos, difiere significativamente en lo que respecta a usar el hecho de si una obra fílmica se trata o no de una obra de autor (según el sentido que el grupo de [i]Cahiers [/i]le dé a dicho término) como su principal o incluso único parámetro de valoración. De acuerdo con su razonamiento, el autor es ciertamente un factor integral de la obra, aunque no el único para evaluar sus méritos; puesto que también debemos considerar el contexto histórico, cultural y global en la cual se ha llevado a cabo. En sus palabras, “el individuo existe más allá de la sociedad, pero la sociedad se halla también y en primer lugar en él. No hay, pues, una critica total del genio o del talento que no tenga en cuenta de antemano los determinismos sociales, la coyuntura histórica y el trasfondo técnico que, en gran medida, lo determinan.”
Asimismo, cierra el texto advirtiendo que esta política corre peligro de degenerar en culto a la personalidad: “Me parece que la política de los autores entraña y defiende una verdad critica esencial que el cine necesita mucho más que todas las demás artes, justamente en la medida en que el acto de la verdadera creación artística es más incierto y amenazado en ésta que en las demás. Pero su práctica exclusiva lo conduciría a otro peligro: la negación de la obra en beneficio de la exaltación de su autor”.
Aunque más diplomático en sus observaciones, André Bazin comparte con Pauline Kael una sincera desconfianza a tomar las cosas por sentado en el desarrollo del discurso intelectual. Ambos intentan hacer ver que la manera más común de mirar a las películas, sus valores y su efecto en nosotros no tiene que ser la única o la mejor. Por lo menos en los puntos enunciados, guardan un vínculo en la proposición de una ruptura de la visión tomada como verdad por ciertos círculos de creadores, críticos y públicos. Ruptura que varía dependiendo de sus correspondientes contextos, pero ruptura a final de cuentas.
[i]Mérida, Yucatán[/i]
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