de

del

Manuel Alejandro Escoffié
Foto tomada de la web
La Jornada Maya

Viernes 27 de enero, 2017


La La Land, el tercer largometraje bajo la batuta de Damien Chazelle posterior a su multi-premiado drama independiente [i]Whiplash [/i](2014), llega a la cartelera local arrastrando una magnánima reputación que cualquiera fácilmente señalaría como potencial cola para ser pisada. Ante el impresionante número de galardones y alabanzas cosechadas a varios meses previos de su estreno, se pensaría que la película tiene unos zapatos bastante grandes que llenar. Y juzgando muchas reacciones cercanas, parece que ha cumplido. Sin embargo, me temo que esta será una de esas ocasiones en que me toca ser moro entre los cristianos.

¿Por qué no disfruté [i]La La Land[/i]? Elementos no le faltaban para ser apetitosa a mi perfil de espectador. En primera instancia, es un musical, género que me encuentro siempre listo a defender. Es, al mismo tiempo, una historia de amor en Los Ángeles pero abocada a las tribulaciones de sobrevivir en la despiadada Meca del entretenimiento; temática por la que confieso particular debilidad. Por si fuera poco, pretende la hazaña de usar el musical clásico como punto de convergencia entre el cinismo posmoderno de dicha meca en la actualidad con aquella extinta clase de glamour tradicional e inocencia ensoñadora de la cual la misma hizo gala hasta la década de los 50´s. No por nada sus primeros minutos presumen haberse realizado en Cinemascope y nos deleitan con una elaborada toma en movimiento continuo, donde decenas de angelinos varados por el tráfico de una autopista salen de sus vehículos para participar en una coreografía por la que Stanley Donen hubiese vendido su alma.

Entonces… ¿por qué la indiferencia? Creo tener una manera de sintetizar mi decepción. De hecho, solo necesito una palabra: pose. [i]La La Land[/i], más que un verdadero drama o comedia romántica, incluso más que un musical, es una pose de todos y cada uno de los anteriores. La mera simulación de los mismos. Lo tiene todo para aparentar convincentemente lo que pretende ser sin estar a su altura. Una muy bonita mimesis, pero mimesis, al fin y al cabo.

No pienso limitar mis motivos para resentir su artificio a uno solo, pero sí destacar lo más sintomático del problema. Me refiero al grado en que lo francamente unidimensional de los personajes principales termina operando en contra de la película; aun formando parte de su diseño. Puedo entender que, por ser ésta una carta de amor a los clichés de la mitología hollywoodense que hemos aprendido a amar, sus puntos de partida sean justamente dos de ellos: la aspirante a estrella soportando un empleo de medio tiempo para sostener una vida de eternas audiciones (Emma Stone) y el músico muerto de hambre obsesionado con mostrar al mundo lo idiosincrático que es como “artista” (Ryan Gossling). Asimismo, puedo entender que parte de sus funciones como personajes incluya ser portavoces del director para lamentarse por un Los Ángeles que ahora únicamente existe en los recuerdos y en los títulos de películas clásicas que ellos mencionan como sus favoritas.

Pero lo que no entiendo es por qué Chazelle no exprime todo el jugo a estos estereotipos. ¿Por qué en vez de llevarlos a un lugar donde valga la pena ir, o regodearse en ellos de una manera más explícita e indulgentemente provocadora, se limita a registrar mecánicamente su existencia, confiado en que la mera belleza de la fotografía, la música y la edición basten para no advertir lo vacíos que son por dentro? Si Chazelle quería hacer [i]cool[/i] el pasado de Hollywood a través de su presente milenial, ¿por qué el pasado se siente tan… corriente?

Como sus protagonistas, [i]La La Land[/i] anhela convertirse en algo más. Pero invierte más tiempo presumiendo estar a la par con otras grandes películas que yendo activamente en pos de dicho sueño. Es como ir a un concierto de tributo a Queen con un imitador de Freddie Mercury más interesado en convencerte de que es el original que en interpretar bien las canciones. Tarde o temprano, comenzarás a exigir menos pose y más evidencias.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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