Ramón Rodrigo
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya
Viernes 27 de enero, 2017
Una de las personas que más me impactó en Cottolengo fue [i]Toñito[/i]. Nunca me dio un consejo, pocas veces subió a tribuna, pero su ejemplo me marcó.
Enfermo terminal de cirrosis, con 66 años, los pies hinchados y un armamento diario de pastillas, su talacha consistía en barrer y rastrillar determinada área del jardín, que más tarde nombré “la parcela de don [i]Toñito[/i]”. Al pasar por ahí le preguntaba todos los días cómo estaba y su respuesta siempre fue la misma: jodido pero contento.
Cuando se enteró la banda que [i]Chuky[/i], un recaído de la institución, hiperactivo y simpático, se había pasado de lanza con él, le hicieron fiesta (toda las tribunas son dirigidas a él, en especial por las mejores y más sanguinarias oraciones) que me perdí por estar en cama con un esguince de tercer grado y fisura del tobillo derecho, producto de mi regreso a las canchas. Después de la fiesta se le aplicó el bien común, se juntaron firmas de todos los internos para que [i]Chuky [/i]se fuera de Cottolengo. En ese mismo momento decidió irse; en Cottolengo toleran muchas cosas, pero la banda hace pagar de manera implacable a los pasaditos de lanza y los sapos, más si se meten con algún querido.
Tuve privilegio de compartir modulo con [i]Toñito[/i], no me importaba ir al baño en la noche y pisar el río que él había dejado por mear afuera de la taza y no me daba cuenta porque estaba todo a oscuras. Simplemente me limpiaba y regresaba a dormir.
Algún sábado me consultaba a las nueve de la mañana, todo emocionado, qué camisa usar para la misa de las siete de la noche. Su actitud siempre fue de compañerismo y buen humor, su carcajada era única, nos hacía reír a todos.
Dos imágenes tengo muy presentes; hincado chapeando la maleza de su parcela, y el día que se despidió de todos; entró a sesión directo a la tribuna, hizo a un lado al [i]Charro[/i] ([i]Jessy la vaquerita[/i], en términos de [i]bullying [/i]cottoleño). Se despidió de nosotros diciendo que se tenía que ir, pero que no quería, que nosotros éramos su familia, se echó su característica carcajada y se despidió de cada uno de nosotros con lágrimas en los ojos.
Tres semanas después encontramos en su parcela, debajo de una piedra, cantidad de bolsas con sus dosis diarias de pastillas. Supongo que prefirió estar jodido y contento en sus cinco sentidos a pasar medicado la vida que le quedaba.
La última vez que lo vi fue en misa. Lo llevó su hermano. En cuanto lo vi salí a abrazarlo y lo metí al lado nuestro en las bancas de la capilla. Ese día lloré de emoción con la canción de Summergate.
Espero que Dios nos de vida, para cuando regrese en diciembre poder pasar por él y traerlo a misa y a junta de padrinos. Él es el vivo ejemplo que con buena actitud nunca es tarde para disfrutar la vida.
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